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Reportaje:

Cama y comida para empezar

20 inmigrantes comparten un piso de Cruz Roja en Málaga mientras tratan de encontrar trabajo

Kofi es de Ghana, y tiene una niña de tres años a la que aún no conoce, porque antes de que naciera, decidió emigrar a un lugar donde vivir mejor. Ese lugar es Málaga, adonde llegó después de desembarcar en Canarias del barco atunero en el que trabajaba. Ahora trata de lograr sus papeles en el proceso de regularización abierto hasta el próximo 7 de mayo. Dejó atrás a su mujer, a un niño de siete años y a su madre enferma. "Quiero que vengan aquí cuando tenga mi trabajo, para que vivan mejor y más tranquilos", dice. Su situación no sería distinta a la de miles de inmigrantes irregulares en toda España, si no fuera por el lugar donde vive: un piso en el centro de Málaga, con otros 19 extranjeros, en el que tiene cama y comida caliente todos los días sin tener que pagar nada a cambio.

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Este piso, de 250 metros cuadrados, forma parte de un proyecto de Cruz Roja dirigido a facilitar la inserción laboral y la integración de los inmigrantes. Al tener sus necesidades básicas cubiertas, pueden dedicar todos sus esfuerzos a la búsqueda de un empleo o a aprender los recursos que les ayudarán a desenvolverse en España. Por él pasan extranjeros de perfiles muy distintos -regulares o irregulares, solteros o incluso familias con niños-, pero con el nexo común de hallarse en una situación vulnerable, explica Susana Gallego, la técnica responsable del piso.

Actualmente, el piso está completo, con tres familias y 11 hombres solos, procedentes de Argelia, Marruecos, Gambia, Ghana, Camerún y Colombia. "Tenemos extranjeros que nos derivan desde el Instituto Andaluz de la Mujer, el albergue municipal, o los servicios sociales", dice Gallego. Estos organismos remiten a Cruz Roja un informe sobre el inmigrante y sus necesidades, y si hay plaza y el perfil se ajusta al proyecto, se le admite. El piso también acoge a extranjeros procedentes de los Centros de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) de Ceuta y Melilla, dependientes del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, que llegan con papeles.

Clases y hábitos

"Se les da una bienvenida cálida, mantas, sábanas y objetos de higiene personal, y les explicamos el reglamento", describe Gallego, que ejerce de madre, hermana, amiga y árbitro de los inmigrantes. Cada familia tiene su cuarto, mientras que los "solteros" comparten habitaciones de dos o tres plazas. "Les decimos que ésta es su casa, y como tal, tienen que cuidarla". En muchos casos, hay que empezar por enseñarles hábitos como usar los cubiertos para comer o hacer la cama. También reciben clases de castellano que imparten voluntarios.

La estancia máxima es de seis meses. Para los que llegan de Ceuta o Melilla, se reduce a un mes si vienen solos, y a dos en el caso de las familias, aunque los plazos son prorrogables en circunstancias especiales. "La idea es que se pongan las pilas", afirma Gallego. Y es que, con las necesidades cubiertas, lo fácil sería acomodarse. "Desde el día siguiente a su llegada, ya están preparando currículos o mirando ofertas de empleo", asegura. Para ello, acuden a los Servicios Integrados de Empleo, otro proyecto de Cruz Roja, que facilita a los inmigrantes los medios -perió-dicos, Internet- y la formación necesaria para buscar trabajo.

Gallego recuerda a cinco chicos de Mali que ahora trabajan en la construcción, con contrato, y comparten un piso de alquiler. O a un joven argelino de 18 años, que se ha emancipado de su padre y ahora trabaja en el puerto de Algeciras. Desde que el proyecto arrancó, en octubre pasado, han salido del piso una quincena de inmigrantes que han logrado sus objetivos, dice la técnico.

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