Gibraltar
La decisión del Gobierno del Reino Unido de acabar con el paraíso fiscal en Gibraltar puede contribuir a la normalización de las relaciones entre el Peñón y España. Gibraltar se ha convertido en un grano, en una antigualla que apela a lo más carpetovetónico de nuestros sentimientos. En cuanto el Gobierno de la Nación ha querido abrir el diálogo para mejorar las condiciones de vida de llanitos y campogibraltareños, lo más rancio de la derecha española se ha tirado al cuello del ministro de Exteriores, nueva víctima propiciatoria para el neofascismo patrio. Las conversaciones tripartitas no vienen sino a reconocer la realidad: es imposible hacer nada en la Roca sin la aceptación de sus habitantes. Jamás Gibraltar será español si los gibraltareños no quieren. Y eso no va a ocurrir si las autoridades españolas ponen todo tipo de obstáculos para el desarrollo de las relaciones entre los ciudadanos de ambos lados de la verja. Es inaudito que los llanitos se tengan que operar en el Reino Unido teniendo hospitales en la comarca, es insólito que buques-tanques del año catapún den suministro de petróleo en medio de la bahía de Algeciras amparados por la legislación gibraltareña, es indignante que la policía del Peñón ataque y detenga a periodistas y a ecologistas que denuncian vertidos, es insólito que cada vez que haya una trifulca entre los gobiernos se endurezcan las medidas aduaneras y se formen interminables colas, es increíble que los campogibraltareños tengan problemas para usar el aeropuerto construido sobre el istmo cuya soberanía jamás cedió España al Reino Unido, que existan problemas con los vertidos de aguas residuales y basuras o que no haya conexión entre las redes telefónicas gibraltareña y española. Tampoco se puede echar la culpa del contrabando de droga ni de tabaco a Gibraltar aunque sí resulta sospechoso que una población de 30.000 habitantes tenga 9.000 empresas opacas que apenas pagan impuestos ni tienen que declarar sus actividades. No hace falta ser muy perspicaz para ver detrás actividades delictivas y la Unión Europea no puede permitirlo. Todo este desfase debe arreglarse. El tiempo determinará la soberanía. Pero si los habitantes de la Roca quieren ser británicos, españoles o llanitos sólo ellos pueden decirlo y no algún nostálgico del yugo y las flechas.
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