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Reportaje:

La pasión de Bunny Lambert

La Fundación Balenciaga recibe 17 trajes del modisto donados por una multimillonaria estadounidense

Cuentan que cuando Cristóbal Balenciaga (Getaria, 1895-Javea, Valencia, 1972) decidió cerrar sus casas de costura, Rachel Bunny Lambert Lloyd, una de las más importantes clientas del modisto, tuvo que pasar dos semanas en cama para recuperarse del shock que le provocó la noticia. Corrían finales de los sesenta. Para entonces, la esposa del millonario y filántropo Paul Mellon, hijo de Andrew W. Mellon, fundador de la Galería Nacional de Arte de Was-hington, atesoraba unos 200 trajes firmados por el maestro. Ahora, 17 de esas piezas han dejado el armario de la seguidora del creador y han viajado desde Virginia hasta Getaria para descansar en la Fundación Balenciaga.

La ya viuda de Mellon, una mujer de 97 años cuya fortuna ronda los 250 millones de dólares y que prosigue con la labor filantrópica de su marido, ha donado cinco deshabillés o batas de interior, seis abrigos, cinco vestidos de día y un traje de noche. Todos ellos pasarán a formar parte de la colección permanente del futuro museo dedicado al modisto, que prevé abrir sus puertas a finales del próximo año.

Bunny Lambert Lloyd empezó a comprar las creaciones de Balenciaga en 1956 y ya no prescindió de este arquitecto de la alta costura hasta que clausuró sus talleres, entre 1968 y 1969. Protagonista junto a su marido de la vida benéfica y social norteamericana -la pareja donó más de mil piezas de arte a la Galería Nacional de Washington y ella fue muy amiga de Jacqueline Kennedy-, no dudaba en coger su avión particular cada temporada para trasladarse a Europa y reservar ropa diseñada por el modisto. "Viajaba cargada con sus joyas, abrigos, sombreros, guantes... para comprobar cómo le combinaban con los trajes", relata Sonsoles Díez de Rivera, patrona de la Fundación Balenciaga, quien este verano también cedió algunas piezas rubricadas por el creador guipuzcoano.

La incondicional clienta de Balenciaga llegaba a encargar hasta tres diseños iguales, en distintas telas y colores, que dejaba en sus casas de Nueva York, Virginia y Florida. Se acomodaba así a la variada climatología y se evitaba "ir de un lado a otro con las maletas", explica Díez de Rivera, una de las encargadas de traer desde Virginia los 17 trajes donados, bastante bien conservados, tras las gestiones realizadas por el presidente de la fundación, el diseñador francés Hubert de Givenchy.

La Fundación Balenciaga espera que la viuda de Mellon, como ha expresado, se desprenda de más piezas del modisto. "Ella dice que sí, pero más vale que se ponga manos a la obra", comenta Díez de Rivera, en alusión a la elevada edad de la mujer, quien "tiene en sus manos la colección particular más numerosa" de creaciones del genial maestro de la alta costura, asegura.

Tal parece que era su admiración por el modisto, que Rachel Lambert Lloyd le encargó incluso delantales para cuidar y cortar las flores de sus jardines. Y es que era una apasionada de la jardinería y la horticultura, un gusto que se refleja en las telas elegidas para sus modelos.

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Es el caso del terciopelo sobre una base de satén con motivos florales que sirvió para dar forma a una de las deshabillés (prenda con la que se recibía a las visitas por la mañana) donadas a la fundación, que ya suma 600 trajes.

Una buena parte de los materiales y diseños ideados por Balenciaga están "impregnados por sus conocimientos artísticos", asegura Eli Etxebeste, miembro del Departamento de Restauración y Conservación de la fundación dedicada al modisto. De ahí que la joven encuentre en algunos de los modelos cedidos por Bunny Lambert Lloyd claras referencias a la pintura del Renacimiento o a artistas como Goya, Murillo y Zurbarán.

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