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REFERÉNDUM EUROPEO | La opinión de los ciudadanos. La campaña
Columna
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Por supuesto

Les garantizo haberme leído entero el "Tratado por el que se establece una Constitución para Europa". Al parecer, el 90% de los españoles carece de información al respecto, dato que se ha utilizado para cuestionar la seriedad del próximo referéndum. Podemos preguntarnos sobre el alcance de esa ignorancia. Por supuesto, no han leído el Tratado, pero esa misma circunstancia se dio casi con toda seguridad en quienes votaron en su día la Constitución española o los diversos Estatutos de Autonomía. La gran mayoría de los votantes no leyeron los textos que refrendaron, mucho más breves que el Tratado europeo. Sin embargo, votaron, y sabían muy bien lo que votaban, de la misma forma que lo sabrán quienes vayan a votar el próximo domingo, lo hagan con voluntad afirmativa o negativa.

Todos queremos estar en Europa, conscientes de sus ventajas y beneficios, pero queremos hacerlo sin que nos cambie demasiado

El texto tiene sus intérpretes para ellos, siendo el principal la realidad misma: nos va mucho mejor desde que estamos en Europa, eso funciona. Y cuando los dos principales partidos españoles, izquierda y derecha, están dispuestos a ratificarla, no parece que la novedad actual vaya a modificar mucho las cosas. Votarán por una mejora de lo que ya tenemos -los del sí- o contra su empeoramiento -los del no-. Muy pocos se dejarán influir por, es un decir, el artículo III-288.3: "No obstante, los países y territorios podrán percibir derechos de aduana que correspondan a las exigencias de su desarrollo y a las necesidades de su industrialización, o derechos de carácter fiscal destinados a nutrir su presupuesto". ¿Es necesario conocerlo para tener un criterio sobre lo que vamos a votar?

Pobre argumento el que utilizo, se dirán ustedes. Dejarse llevar no responde a un criterio sólido y yo parezco fiarlo todo a una ciega confianza. Bien, no es tan simple. El debate europeo es, en última instancia, un debate nacionalista. Existen, por supuesto, otros motivos de naturaleza ideológica o religiosa que pueden orientar nuestro criterio sobre la Europa que queremos, pero no considero que sean los más determinantes en la voluntad mayoritaria que va a decidir su destino inmediato. Europa es la gran esperanza sin dejar de ser al mismo tiempo la gran amenaza.

Todos queremos estar en Europa, porque somos conscientes de sus ventajas y beneficios, pero queremos hacerlo sin que nos cambie demasiado. Como quien recoge sus pertenencias más queridas en un baúl, que considera inalienable por muchas adquisiciones nuevas que se le prometan, así nos dirigimos a Europa. Y lo que contiene ese baúl es, básicamente, nacionalismo.

No es casual que las grandes frases que se están utilizando en la campaña para animar a los votantes tengan un sesgo nacionalista. Es España la que parece estar en juego en este referéndum, no tanto Europa, a la que se le presenta como un remedio para los problemas internos. Y serán Inglaterra, Holanda y Francia las que entren en juego en los respectivos referéndum que vayan a realizar esos países. No es un rasgo propio de los españoles, indicativo de lo mucho que nos preocupa en estos momentos nuestra organización territorial. Lo específico nuestro es que la solución europea se nos puede ofrecer como un remedio, mientras que en esos países será presentada como un inconveniente contra el que tendrán que luchar los partidarios de apoyar el Tratado.

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Es posible que los países recién incorporados vivan el debate europeo desde otra perspectiva, pero, quizá con excesiva jactancia y un punto de candor, ni los valores democráticos que consagra el Tratado ni las políticas sociales que pueda privilegiar son capaces de generar excesiva discordia e interés en los demás. Los valores democráticos los practicamos y las políticas sociales no son muy distintas a las que ya tenemos o a las que podemos emprender en el futuro. Pretender que Europa no pueda optar por un tipo u otro de política económica, y sí los españoles o los franceses, viene a ser otra modalidad de nacionalismo.

¿Cabe hablar de otra Europa posible? Sí, claro, pero siempre que ese propósito sea algo más que un pretexto para organizar una verbena, para las que suele ser aconsejable desentenderse de la realidad. Cuando lo posible soslaya por sistema lo inmediato, el vacío resultante suele requerir fuegos de artificio. ¿Podemos confiar en esta Europa que comienza a andar? Por supuesto.

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