Resonancias, correspondencias
La valentía literaria de Antonio Rabinad es legendaria, aunque el porcentaje de enterados de la primicia tienda a ser más bien exiguo. Es una injusticia estricta, pero esas cosas pueden repararse con buena fe y un poco de humildad. La valentía viene de muy atrás y está inverosímilmente intacta porque Rabinad no ha perdido ese nervio de escritor que busca y explora, que indaga y no se resigna más que a hacer las cosas de un modo rigurosamente propio y por tanto difícil: desde aquella atrevida novela que fue en los años cincuenta Contactos furtivos (y que tanto quiso un personaje más, de los muchos citados o disimulados que hay en esta novela de hoy, Manuel Vázquez Montalbán), hasta un libro de memorias potente, distinto, original, muy literario y muy verdadero desde el título mismo: El hombre indigno. Una vida de posguerra. Lo publicó en editorial Alba, en 2000, que fue la misma que tuvo el pronto feliz un poco antes de reeditar su gran novela Memento mori, clásico sin discusión, y todavía he de añadir un librito menudo e irresistible, que me parece que nadie ha vuelto a editar desde 1967 y es del catálogo de la misma Lumen, El niño asombrado, capaz de robar el corazón al más híspido y harto lector de materiales de la posguerra.
EL HACEDOR DE PÁGINAS
Antonio Rabinad
Lumen
Barcelona 2005
611 Páginas. 21 euros
O sea, otra vez la posguerra,
como Faulkner una y otra vez en el sur y la negritud y Benet construyendo Región, y Marsé siempre volviendo a casa...
El basta ya le llegará a la guerra y la posguerra, no hay duda, y será saludable que arrumben con ella, pero mientras tanto, mientras viven quienes recuerdan y saben, y saben escribir, podrán leerse novelas de la originalidad y brillantez de la que ha escrito ahora Rabinad. No se ha ido de la línea exploradora y semiexperimental en que anduvo con Memento mori, y el mimo de la prosa la hace húmeda, sensorial, barroca a ratos, siempre densa de destellos y matices, de comparaciones nuevas, de pliegues que abren pero no cierran. Su mundo literario ha solido moverse, y ahora también, arrastrado por la rara, amplia, oscilante banda ancha que comparten la realidad y la imaginación. En ese espacio de ficción en conflicto con lo real racional, encuentra su voz más persuasiva y también difícil: en ese entrechocar de perspectivas complementarias, de voces que acuden al relato desde lugares sin identificar, de hechos o sucesos soñados o imaginados, o sólo contados en escorzo y lentamente perfilados por el lector a medida que completa, sin llegar nunca a completar del todo, lo que pudo suceder a unos cuantos personajes en un entorno turbio, de erotismo furtivo y mórbido, en plena guerra y dentro y fuera de un burdel barcelonés de los comunistas donde hoy, en 1989, se aloja un corrector que lee manuscritos para el premio Planeta y a quien uno de los manuscritos, más la casa misma, y su propia fantasía, añadida a la del Rabinad, ponen en danza a veces macabra pero también liberadora, burlona, incluso justa. Historias puede que reales que se hacen fantásticas en las cabezas de quienes las viven, porque las cuenta quien las averigua: conjeturas que quedan porque se heredan y pasan de voz en voz, como sucede en el romancero, o de libro en libro, como hace Rabinad retomando personajes de otras novelas suyas, como el Rubio o La monja libertaria que ya noveló en 1981.
El ancla de esta novela no está
en la Barcelona de la guerra, ni en la trama de una traición (que existe), sino en fabular la experiencia del pasado según la tradición faulkneriana, mezclada aquí con retazos de folletín y novela gótica de misterios -una casa grande con desvanes y pasillos, con brumas y personajes estrafalarios-, con citas cinematográficas y alusiones privadas llenas de sorna y humor burlón y callejero, muy de Rabinad, y todo convive con la parodia a ratos feroz de una editorial que se parece mucho a Planeta, de un personaje siniestro que se llama Antonio Comas, como el ex consejero de la Generalitat catalana, de un sujeto que lo ha leído todo y es como Pere Gimferrer, y hasta sale el marino del mercado que uno sabe sin duda que encontrará cada domingo en el mercado de libro viejo de San Antonio en Barcelona, y es el autor de un buen puñado de libros perdurables: Antonio Rabinad.
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