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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Como la noche y el día

Marcos Ordóñez

Uno. Que alguien me saque de aquí. No sé si ha sido por azar o por concepto, pero en el Lliure está sucediendo algo muy especial. Dos funciones en cartel: Marie & Bruce (1979), de Wallace Shawn, y VOS (Versión Original Subtitulada), de Carol López. El mismo tema, la pareja, en clave de drama negrísimo y comedia romántica, como en Melinda y Melinda. Gente a la que no te apetecería conocer: Marie y Bruce. Un día en la vida de un matrimonio, la última parada antes de enfilar la carretera perdida, o de instalarse para siempre en Mulholland Drive. Un día de verano, calor extremo, nervios como cuerdas de guitarra. Mal rollo diamantizado, puro Strindberg. No sabemos nada de ellos ni cómo han llegado a esa situación límite. Durante el primer cuarto de hora, la furia bitchy de Marie y la apatía de buey sonámbulo de Bruce exhalan una nube de vitriolo que te quema los pulmones, pero eso es sólo el principio. ¿Una crónica del tedio, de la desintegración? Una construcción de la asfixia, muy sabia, perversamente elaborada: la banalidad como mecanismo del horror, atravesada por estallidos de poesía demente. Tras el desayuno, dos monólogos donde aflora todo lo que ya no pueden o saben decirse. Mónica López, más Vitti que nunca, se adentra en su desierto rojo: tendida entre las flores gigantes de un jardín secreto, anhela ser penetrada por un perro, mientras Eduard Farelo (Bruce, más Willis que nunca) alquila una habitación de motel para masturbarse y contempla por la ventana a una desconocida que jamás conocerá. Tom Cairns llevó al cine esta historia, una pequeña producción independiente, con Julianne Moore y Mathew Broderick. Aquí también hay mucho cine. Nada de proyecciones: cine del bueno. La piéce de resistance de la obra (y del espectador) es una larguísima fiesta a la que asisten Marie y Bruce, donde la incomunicación general y la profusión de banalidades perforan como chorros de arena y alcanzan altas cotas de pánico hipnótico. Para que la nómina no se disparase, la directora Carlota Subirós, que ya había montado admirablemente en el Lliure The Designated Mourner, la cumbre de Wallace Shawn, ha recurrido a un cineasta, Joan López Lloret, para filmar la fiesta y la cena que le sigue, y el resultado avala su elección: Homar, Orella, Andreu Benito, Arquillué, Chantal Aimée, y así hasta la friolera de 50 actores, desfilan por la pantalla en lo que acaba siendo la versión hard del baile de El Gatopardo: el lienzo puntillista de un acabamiento general. Bruce, borracho perdido, plurirrevolucionado, parece feliz, en la cima del mundo. Marie, en pleno túnel, acaba cayendo en un sofá y al despertar lanza una frase escalofriante: "¿Me has pegado mientras dormía?". Asistimos luego a una de las cenas más terribles y dolorosas de la historia del teatro, el definitivo mano a mano, que Mónica López y Eduard Farelo llevan a una altura digna del mejor Cassavetes. Una explosión ritual de culpa, humillación y tortura, con una coda final en la que, como postre helado, se insinúa que al día siguiente todo volverá a comenzar. Un plato fuerte, muy fuerte, para estómagos curtidos, y servido por manos maestras.

Dos. Algo contigo. En el Espai Lliure, la otra cara de la luna, la más luminosa. Carol López, autora y directora de VOS, firma el texto, pero los miembros de la compañía comparten los derechos de esta comedia deliciosa, divertidísima, estupendamente escrita e interpretada, que se ha convertido en un éxito instantáneo, uno de los sleepers del año. Aquí tenemos a dos parejas, dos catalanas (Vicenta Ndongo, Ágata Roca) frente a dos bilbaínos (Andrés Herrera, Paul Berrondo), que contemplan la Barcelona actual con una constante mezcla de sorna y estupefacción. (En la obra se habla castellano y catalán, con unas gotas de euskera). Dos amigos, casi hermanos, uno de los cuales pierde la cabeza por la novia del otro, y progresivo viceversa. Un asunto viejo como el mundo, que se convierte, hábilmente centrifugado, en un retrato generacional, una crónica de costumbres muy bien observadas por un ojo cariñoso, certero y agridulce, con una estructura ciento por ciento cinematográfica. Las influencias -o, mejor, las lecciones- son manifiestas (Rohmer, el Woody Allen de Annie Hall, el primer Trueba) pero están fantásticamente deglutidas y asimiladas. Los personajes son cinéfilos consumados, que juegan todo el rato a las películas y se saben de memoria los diálogos de Tarantino y de Johnny Guitar, entre otros mil, pero eso es el chocolate del loro. Se diría que este equipo ha optado por el teatro porque resulta muchísimo más barato, más inmediato que el cine, con muchas más posibilidades de búsqueda: de hecho, la función no estuvo acabada, tras reescrituras constantes y cambios de tono, hasta poco antes de su estreno. Cualquier estudioso de las relaciones entre cine y teatro debería pasarse por el Lliure y analizar los resultados que obtienen Carlota Subirós y Carol López de la interfecundación de lenguajes y estructuras. La mirada de Subirós es casi entomológica, y utiliza la cámara como lupa amplificadora del vacío y la claustrofobia; Carol López, por el contrario, elabora un tejido que le permite una enorme agilidad formal, con los personajes "hablando a cámara", con escenas telescopeadas (el pasado visto desde el futuro) y constantemente reelaboradas, como un guión en permanente reescaletaje. Quizá todo esto suene demasiado sesudo, y haya que insistir en que, ante todo, esa labor está al servicio del placer escénico, siendo su máximo logro hacer fácil lo difícil. Si la puesta en escena de Marie & Bruce es un ejercicio extremo de coherencia a la hora de atrapar y plasmar lo insoportable, el abismo que crece y se desborda, VOS es una fiesta de la ligereza, en la que las intermitencias del corazón parecen atrapadas al vuelo por unos intérpretes y una directora en estado de gracia, nunca mejor dicho.

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