Reflexión sobre el maremoto
Pasado más de un mes del maremoto asiático, la reflexión debe sustituir a la emoción que comprensiblemente nos ha embargado. Estados Unidos y la Unión Europea han respondido solidariamente a la enormidad de la catástrofe, y se han prometido 6.000 millones de dólares de ayuda para una población afectada de cinco millones, que representa 1.200 por habitante. Una vez que nos hicimos cargo de la magnitud de la catástrofe, recuerdan los 35 millones de dólares que en un principio ofreció el presidente Bush, tanto en la población como entre los Gobiernos se ha desatado una carrera para ser los más generosos, hasta el punto de que Timothy Garton Ash haya podido hablar de una "globalización moral". Aunque la experiencia enseña el trecho enorme que va de las promesas a los cumplimientos, aun así no cabe la menor duda de que la solidaridad internacional ha dado un paso adelante.
Los expertos mantienen opiniones muy diversas respecto a si un sistema de aviso previo, como el que ha desarrollado Japón, hubiera evitado la magnitud del desastre, aunque nadie duda de que los daños se hubieran reducido sensiblemente. Al final, las víctimas son siempre los pobres. Por serlo, no están preparados ante las catástrofes naturales, y pudiera ser que su repetida frecuencia sea un factor que en parte explique la pobreza. La superioridad geográfica de Europa, más que de factores positivos -clima templado, tierras fértiles, agua, bosques, recursos minerales y costas en profusión-, según Eric Lionel Jones en su libro El milagro europeo, provendría de lo que en relación con otros continentes escasea, grandes calamidades naturales. Terremotos, huracanes, tifones, inundaciones, sequías, han influido en la historia de Europa mucho menos que en otras partes del planeta. En todo caso, el no haber estado amenazada periódicamente con catástrofes naturales puede que ayudase a consolidar esta civilización -la peste del siglo XIV ha sido una de estas fuerzas naturales que frenó, sin pararlo, el crecimiento de Europa-, no obstante, su desarrollo innovador y vertiginoso no puede explicarse tan sólo por estas carencias. En un momento en que ya no cabe negar la incidencia tan negativa del hombre sobre el ecosistema, que ocurre desde los tiempos más remotos -recientemente se ha señalado que la desertización de Australia sería consecuencia del abuso y mal uso del fuego por los primeros pobladores- se comprende que seamos cada vez más conscientes de la responsabilidad global ante el planeta, aunque no sea más que como afán elemental de sobrevivir.
No se ha recalcado lo suficiente el hecho de que Estados Unidos en la conferencia de Yakarta diera marcha atrás a la intención originaria de presidir un grupo de países, Japón, India, Australia, para recabar y repartir las ayudas a los damnificados, aceptando al final que Naciones Unidas asumiera esta función de coordinación. Ha sido el primer paso de vuelta al multilateralismo en un tema capital, la política de prevención y control de los siniestros naturales, de mucha mayor importancia para el futuro de la humanidad que la lucha contra el terrorismo internacional, por grande que sea esta amenaza.
Importa tener muy presentes los motivos políticos que se ocultan en reacción aparentemente tan generosa. Dado la importancia económica creciente del sureste asiático, se comprende que muchos países aprovechen la ocasión para reorganizar su política exterior en la región. No es mala cosa que a razones humanitarias se unan políticas y comerciales, ya que potencian la eficacia. En este caso dejan bien claro, lo que por otra parte es obvio, la distinta valoración que se hace de Asia y de África. Las grandes desgracias naturales y sociales en este último continente tienen una mucho menor repercusión internacional. En este siglo que acaba de comenzar por fin hemos de desvincular pobreza y catástrofes naturales, como dos caras de una misma moneda. Si no podemos hacernos muchas ilusiones sobre el éxito a largo plazo de la lucha contra las fuerzas de la naturaleza, por lo menos que no tengan que ver con una pobreza que sí es evitable.
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