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Columna
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Del Carmel

A veces los políticos se dejan llevar por su ambición de trascender y perdurar, de llegar lejos, muy lejos, y en ese proceso comprensible, aunque algo enajenado, suelen ofuscarse con asuntos que no preocupan gran cosa a los ciudadanos a los que se deben. Tenemos un buen ejemplo en la reforma del estatuto de autonomía de Catalunya. Se trata de una cuestión de importancia, sin duda, pero es evidente que para la inmensa mayoría de los catalanes este avatar jurídico-público es mucho menos preocupante que un sinfín de asuntos cotidianos, de gestión compleja, ya sean estos el paro, la calidad de la enseñanza, la inseguridad ciudadana, la sanidad o la integración de los inmigrantes.

¿Y por qué se excita tan poco la gente con la reforma estatutaria, ese monotema político catalán de los últimos dos años? Probablemente porque las personas saben muy bien que lo principal, lo muy principal, está ganado: el derecho y el ejercicio de la autonomía, la descentralización, la existencia de un gobierno catalán. También la vigencia (que algunos radicales objetan) de la solidaridad con el resto de España. Y bien, manteniéndose así las cosas, en ese desencuentro resignado y aburrido entre ciudadanos y políticos, un día surge el aldabonazo. Y esta vez el aldabonazo ha sido la catástrofe del barrio barcelonés del Carmel, catástrofe originada (involuntariamente, claro) por los políticos. Desastre colosal que recuerda mucho a lo que pasó con el chapapote del Prestige. Y es entonces cuando los políticos despiertan a la realidad y al mundo. Cuando se caen de los mapas y las orquestaciones para encontrarse con las familias humildes que viven en el Carmel. Con los trabajadores, los inmigrantes, los niños; con tantas personas que no fueron a arreglar el planeta con Gorbachov en el Fórum. Con las personas mayores que lo perdieron todo pero a las que nadie canta y reconforta, como sucedió con otras víctimas de antaño, jaleadas por los artistas "revolucionarios". Su abandono y su dolor desnudan a los políticos de sus túnicas mesiánicas. Y les recuerdan su papel.

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