El Sevilla castiga la soberbia
El Villarreal se cree tan superior que se olvida de competir y cae ante el conjunto de Caparrós
El programa de duelos de la Liga española citaba para ayer el enfrentamiento entre dos maneras de buscar una plaza en la élite. Trabajo y conjuro es el cimiento del proyecto sevillista. Dulzura en el toque y creatividad son la base de los éxitos del Villarreal. Ambas opciones están en el espectro de posibilidades a la hora de vivir este juego. Cada opción tiene su valor y ninguna de ellas, por popular que haya logrado hacerse, puede creerse superior por sí misma, por esencia, porque sí. Eso le pasó ayer al Villarreal, que se creyó tan superior en el juego a su contrario que se olvidó de competir.
El conjunto de Manuel Pellegrini saltó al Sánchez Pizjuán para divertirse. Ignoró a su oponente. Perdió tensión competitiva y desperdició su superioridad a lo largo de casi toda la primera mitad. Riquelme es ineludible en su juego. Su fortaleza y, por lo tanto, su debilidad. El equipo se decide y se fabrica alrededor de su juego. El melancólico centrocampista hizo cosas, pero no decidió nada. Marcó un gol, el gol de su equipo, pero de penalti compensatorio.
SEVILLA 2 - VILLARREAL 1
Sevilla: Esteban; Daniel, Pablo Alfaro, Aitor, David; Fernando Sales (Jesús Navas, m. 68); Redondo m. 82), Martí, Renato, Adriano; Julio Baptista y Antoñito (Carlitos, m. 65).
Villarreal: Reina; Javi Venta, Gonzalo Rodríguez, Quique Álvarez, Arruabarena; Battaglia, Senna, Sorín (Héctor Font, m. 63), Riquelme; Guayre (José Mari, m. 46) y Forlán (Figueroa, m. 70).
Goles: 1-0. M. 36, Baptista. 2-0. M. 81, Baptista, de penalti. 2-1. M. 85. Riquelme, de penalti.
Árbitro: Iturralde González. Amonestó a Renato, Gonzalo Rodríguez, Arruabarrena y Battaglia. Expulsó a Aitor Ocio por doble tarjeta amarilla (m. 85).
38.000 espectadores en el Sánchez Pizjuán.
A Riquelme le sobró la presión interminable de Martí, en combinación con la defensa adelantada del Sevilla, y le faltó el apoyo de Forlán o Battaglia. Inseguro por detrás y por delante, Riquelme no brilló. El Villarreal, tampoco (a estas alturas, una obviedad). Pecó de soberbio cuando el partido fue suyo y no supo jugar después de que el gol de Baptista lo llevara al mundo ideal de los sevillistas.
El Sevilla necesitaba ganar para creerse a sí mismo. Lo de alcanzar el tercer puesto en la clasificación liguera, aunque parezca mentira, no era tan importante. Al equipo que ganó en Mestalla y el Bernabéu en la primera vuelta se le había ido la pinza en la segunda vuelta. En esta fase, en su estadio pasó apuros con el Getafe y recibió una paliza de goles del Barcelona. La victoria de ayer frente a un rival directo en la clasificación y en el concepto del juego sirve para enterrar las dudas que brotaron -y la directiva del club abonó- tras su eliminación copera en Pamplona. Además, terceros en Liga.
El Sevilla salió sin confianza alguna en sí mismo. La coincidencia -porque Joaquín Caparrós no los habría alineado jamás juntos si no estuviera obligado por las lesiones de Javi Navarro y Pablo Ruiz- de Pablo Alfaro y Aitor Ocio en el centro de la defensa no daba seguridad. Alves ocupaba el lateral derecho también por una lesión, la de Sergio Ramos. La característica del brasileño desquició al fácilmente desquiciable Joaquín Caparrós. Esta vez su anarquía no aportó nada más que grumo al ataque sevillista. El centro del campo estaba muy ocupado en tapar los huecos que quería inventar Riquelme y Renato traicionó las órdenes del entrenador de adelantarse y deambuló entre éstas y su instinto a recular. Baptista sigue en otro lado, a su bola, pero también sigue marcando cuando le hace falta a su equipo. El fortachón sevillista llevó, de cabeza, a la red el balón en un buen pase desde la derecha de Sales -más melancólico, si cabe, que Riquelme; no sonríe ni en las fotos para los cromos- y también hizo caja con el penalti a favor del Sevilla que pitó el árbitro, ya muy cerca del final del encuentro.
El Sevilla era una papilla de dudas. Había calidad sobre el campo enfundada en la camiseta sevillista. Faltaba saber a qué se jugaba. Baptista, a pesar de los goles -qué calidad, decidir sin tocarla casi-, no estuvo nada bien. Pero el equipo trabajó y acabó imponiéndose.
El Villarreal confía tanto en el estilo y la tropa argentina que ha comprado para sus filas que coloca a Sorín de interior. Otra hipoteca de Riquelme. Juega él, crea él y los demás están para correr para él.
Vamos, que la única duda de Pellegrini parecía ser cuántos goles le iban a meter al cuadro andaluz. Los cambios decididos por el chileno no aportaron nada en absoluto. José Mari se pegaba con los fantasmas de su pasado y se metía en jardines de los que no podía salir. Battaglia salió ayer a jugar por algo externo al juego, pues se vio nítidamente que no estaba para nada. Lo mejor, la defensa. Un insulto para Pellegrini.
En un partido igual de malo que importante para la clasificación liguera, el currante se impuso al pedante. Ayer, se le olvidó al Villarreal lo de la mujer del César.
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