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Columna
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Apóstatas

Prepara el muy excelentísimo ayuntamiento de Burriana una serie de homenajes, porque va a cumplirse el centenario del nacimiento del Cardenal Tarancón. Falta hace, pues corren tiempos eclesiásticos no demasiado propicios a la tolerancia, el diálogo y la comprensión en el ámbito de la comunidad creyente católica. Don Vicente fue todo comprensión, tolerancia y diálogo en otros tiempos difíciles de transición, no tan lejanos. Su talante sirvió en más de una ocasión para limar asperezas y nos ayudó a olvidar el odioso carácter sectario, partidista y represivo que tuvo la jerarquía católica española durante largas décadas del siglo XX. Hoy parece como si determinados personajes de la vida pública intentasen atizar de nuevo, y sutilmente, las llamas de la intransigencia inquisitorial.

Sin ir más lejos, el mitrado de la diócesis de Segorbe-Castellón que un día sí y el otro también procura recordarnos que vivimos en el tiempo de los cátaros o del Concilio de Trento, en vez de en el siglo XXI y en el seno de la Unión Europea. Hace como tres meses, y dada la tolerante y pastoral ideología del prelado, un grupo de sacerdotes y creyentes discrepantes de su báculo, promovieron una especie de foro laico, alejado de integrismos, para fomentar una relación más estrecha entre la fe cristiana y la vida actual. Buena y minoritaria gente en el ámbito de lo religioso que, según sus públicas declaraciones, respetaban a su obispo, pero añadían que "en la Iglesia caben opiniones diferentes y también hay que respetarlas". Eran los discrepantes creyentes que hablaban de diálogo ecuménico, de convivencia con otras religiones, de austeridad evangélica si se pretende una mayor justicia social y de la fe ante la globalización. Las manifestaciones públicas de aquel grupo de católicos concordaban en género, número y persona con quienes redactaron el texto de la Constitución Europea, que habla en sus primeras líneas de la herencia cultural. religiosa y humanista de Europa, a partir de la cual se desarrollaron "los derechos inviolables e inalienables de la persona humana, la democracia, la igualdad, la libertad y el Estado de Derecho". No cabe duda que aquellos discrepantes de noviembre y quienes pensamos en un espacio histórico común, patria de los pueblos europeos, votaremos afirmativamente el texto constitucional el próximo domingo, a pesar de algunas imperfecciones. Lo sumamente perfecto siempre es repelente y en exceso utópico.

Pero no terminaron ahí los avatares y polémicas a las que conduce el ultraconservadurismo intransigente. Hace unos diez días, cuando apretaba el frío, apostataron de su fe católica unos quince castellonenses, que, de no haber vivido en la Unión Europea en este imperfecto mundo actual y globalizado, hubiesen sido pasto de las llamas. Quienes abjuraron más o menos teatralmente de su fe, nos recordaron la historia de los apóstatas, del emperador romano Juliano, que renunció al cristianismo y promulgó edictos de tolerancia que afectaban a las demás religiones del imperio. Un filósofo neoplatónico, un europeo primerizo fue aquel Juliano que nació en Constantinopla, triunfó en Estrasburgo y falleció en Persia. No nos cuenta la historia qué es lo que pensaba Juliano sobre los amores entre personas del mismo sexo. Para Reig Pla son depravaciones graves y actos desordenados. Aunque el texto constitucional europeo, que refrendaremos, reza en su título tercero, artículo segundo, se prohíbe la discriminación, entre otras cosas, por la "orientación sexual" de la ciudadanía. Amen.

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