La interminable disputa sobre Dios y Cristo
"Y se armó la de Dios es Cristo", suele decirse para subrayar la existencia de una gran trifulca por cualquier motivo. El dicho tiene sentido teológico. En los primeros siglos del cristianismo, los jerarcas de la que finalmente se convirtió en la más poderosa de las religiones -hasta dominar el imperio romano- se enfrentaron con gran ruido para ver quién imponía su razón en la mayor disputa teológica de todos los tiempos: cómo Jesucristo es Dios y cómo, además, como hijo de Dios, "es el mediador único y universal de la salvación de la humanidad". Es decir, la vieja teoría de que "fuera de la Iglesia [católica] no hay salvación".
La disputa sobre si Jesús era hijo de Dios y no un revoltoso mesías fue un elemento de exasperación y ferocidad desde los tiempos en que Pablo de Tarso, el secretario de organización del catolicismo, puso firme al papa Pedro en el concilio de Jerusalén, celebrado en torno al año 46, 16 después de la crucifixión del fundador. De entonces para acá, sobre todo desde el concilio de Nicea (año 325), donde el emperador Constantino impuso la paz teológica aplastando la cabeza de los seguidores de Arrio, son incontables los teólogos que penan por ir más allá de lo que el aparato permite. En la nómina de los perseguidos por desviación figura, incluso, el mismísimo Tomás de Aquino, y está también Ignacio de Loyola, fundador de los jesuitas, que llegó a ser un preso de la Inquisición.
El cardenal alemán insiste en que "fuera de la Iglesia [católica] no hay salvación"
La Iglesia romana tiene un núcleo irrenunciable de doctrina (sobre Dios, sobre la Virgen...), y quiere guardarlo con siete llaves. Pero los teólogos que escapan a su disciplina, o que no viven de su salario, liberados de amenazas de tortura, exilio u hoguera, no cejan de especular sobre nuevas formas de ver a Dios. A eso se llamaba antes Teología, la emperatriz de las ciencias en tiempos del de Aquino.
Antaño, la teología era parte de la filosofía (o viceversa); la retórica, el arte de la prueba, y la refutación, la criada de ambas. Es decir, era la teología una ciencia libre, "siempre en marcha". Se lo dijo al cardenal Ratzinger hace tres años el también cardenal Franz König, cuando Roma castigó al teólogo Jacques Dupuis, también jesuita y también a causa de un libro sobre el mismo tema que el de Haight.
En un texto titulado En defensa del P. Dupuis, König, que tenía ya 93 años, se declaró "desolado" por el castigo. El libro que Ratzinger tachó de herético, a König le parecía espléndido y necesario. "Me ha dejado fascinado. La congregación tiene perfecto derecho a salvaguardar la fe, aunque aún lo hace mejor cuando la promueve. En el presente caso, sin embargo, es seguramente un signo de que se están extendiendo prematuramente la desconfianza y la desaprobación respecto de un autor que ha adquirido grandes méritos en su servicio a la Iglesia católica", reprochó König al inquisidor romano.
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