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Tribuna:DEBATE | EE UU y el "Gran Oriente Próximo"
Tribuna
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La extorsión de Washington

El término "Oriente Medio", utilizado por primera vez durante la Primera Guerra Mundial, no se debe a una razón geográfica o histórica, sino a un motivo político y estratégico. Su ubicación se encuentra a una distancia media para el Occidente europeo, que durante la etapa de los colonialismos utilizaba esta clase de denominaciones para dividir el mundo en zonas de influencias e intereses.

Para el mundo moderno occidental, Oriente Medio y la cuenca del Mediterráneo tienen una importancia geoestratégica excepcional. Algunos creen que dominar estas dos regiones significaría el dominio de Eurasia; por ello, Estados Unidos centró su política exterior en la zona después de la Segunda Guerra Mundial, teniendo sus flotas repartidas en diferentes puntos de esta gran región.

El plan del Gran Oriente Próximo no busca satisfacer las necesidades de reforma de esta región

El Gran Oriente Medio, según sus artífices, se extiende desde Mauritania hasta Pakistán. Son tres los obstáculos fundamentales, según EE UU, que impiden el desarrollo de estos países e influyen negativamente en los intereses norteamericanos y europeos: la falta de libertad; la inexistencia de la sociedad del conocimiento; y la deficiencia en las estructuras económicas y la escasez de la producción.

EE UU desea formar un Nuevo Oriente Medio a su gusto, y la Administración de Bush presiona a la UE para que tome cartas en el asunto, exagerando los peligros que supone esta región para el mundo occidental en sus condiciones actuales. Además, dibuja para la zona un futuro próspero si se llevase a cabo la Hoja de Ruta del Gran Oriente Medio, diseñada en los despachos del Pentágono y las instituciones comerciales norteamericanas más influyentes. Y, para hacerla realidad, piensa que la clase gobernante en estos países debe estar subordinada a los poderes occidentales, especialmente el de EEE UU; en el establecimiento de la economía de mercado y la creación de numerosos partidos y grupos políticos para aparentar la existencia de sistemas democráticos.

Los últimos acontecimientos en Oriente Próximo muestran la verdadera intención de la política norteamericana, especialmente en las recientes elecciones en Palestina e Irak. Aunque los dos casos representan un paso positivo, ni unas ni otras han sido plenamente libres o democráticas. En el caso de Palestina, aún no sabemos cuántos votos consiguió Mahmud Abbas. Pero como ha sido el candidato apoyado por EE UU e Israel, nadie ha puesto en entredicho su victoria. La injerencia norteamericana en las elecciones de Irak y en el posterior desarrollo del proceso no deja mucho margen para la duda. Las declaraciones que hacen los miembros del Gobierno de Bush son muy ilustrativas. Rumsfeld declaró recientemente a la cadena NBC que descartaba la formación de un Gobierno islamista en Irak, a pesar de que todos los indicios confirman esta posibilidad. En su visita a la región, Condoleezza Rice dijo que "Washington no permitirá que los kurdos iraquíes se independicen". La economía regional será regida por la Fundación Monetaria del Gran Oriente Medio, apoyada por los miembros del G-8 y dirigida por el sector privado y por el Banco de Desarrollo del Gran Oriente Medio, que será financiado por los ocho grandes y por poderosos inversores de la propia región.

En realidad, el proyecto norteamericano del Gran Oriente Medio no busca satisfacer las necesidades nacionales de reforma y desarrollo de esta región, sino la formación de una zona acorde con el Proyecto del Nuevo Siglo Americano, que será el siglo del unilateralismo, siglo que intentará homogenizar el mundo económica, política, social y culturalmente, según los patrones del modelo estadounidense.

La opinión pública en el mundo árabe, aunque es consciente de la necesidad de una reforma generalizada en todas sus estructuras -política, económica, social y cultural- es reacia a que dicha reforma se imponga desde fuera, de modo que ignore las peculiaridades culturales de la región, y exige que la solución del conflicto palestino-israelí tenga prioridad en cualquier cambio.

La élite cultural árabe y musulmana reclama una reforma profunda, tal y como quedó de manifiesto en la reunión de la Biblioteca de Alejandría, celebrada el pasado mes de marzo -bajo el eslogan "Asuntos de la reforma árabe, visión y ejecución"-, y cuyas conclusiones hicieron hincapié en la necesidad de unas reformas constitucionales y jurídicas, la separación de poderes, la celebración de elecciones libres, la anulación de las leyes marciales, la libertad de opinión, la formación de partidos políticos y una participación más activa de la mujer en la vida pública.

Este grupo cultural sabe bien que el borrador del Proyecto no se puede ni se debe rechazar, porque es justamente lo que sus miembros vienen solicitando desde hace décadas. A ellos, precisamente, no les preocupa que el proyecto esté dictado desde fuera, porque saben que casi toda su existencia ha sido diseñada desde fuera: las fronteras, las instituciones, su economía, su política exterior, Israel y hasta Ben Laden. Además, unos y otros piden una solución para el conflicto palestino-israelí, elaborada fuera con el patrocinio de Estados Unidos y de la Unión Europea.

La respuesta oficial árabe, aunque aparentemente suspicaz, ha sido distinta porque la reforma propuesta por EE UU no amenaza en absoluto esos regímenes, sino más bien propone cooperar con ellos y utilizarlos como instrumento para el cumplimento de este Plan. Es decir, seguir coordinando con los gobiernos que han sido amigos hasta ahora y obligar a los gobiernos "rebeldes" a aceptar las reglas del juego dictadas por la Administración norteamericana.

Waleed Saleh es profesor de Estudios Árabes e Islámicos de la Universidad Autónoma de Madrid.

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