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Reportaje:

El 'huracán' Dean llega al Partido Demócrata

La mayoría de los dirigentes tradicionales se sienten inquietos ante el radicalismo del nuevo presidente

¿Resucitará Howard Dean al Partido Demócrata o acabará de hundirlo después de la derrota de noviembre? El hombre que liquidó su lucha por la candidatura demócrata con un espectacular grito cuando perdió los caucus de Iowa en enero de 2004 se ha rehecho y vuelve a la carga. Numerosos dirigentes demócratas creen que es un paso en dirección hacia el suicidio político. La opinión de parte de las bases es justo la contraria: Dean es el único capaz de devolver ilusión y energía para resistir la larga marcha por el desierto político y lanzarse a las presidenciales de 2008.

El dinámico ex gobernador de Vermont, de 56 años de edad, será elegido hoy presidente del partido en la reunión de los 447 miembros del Comité Nacional. Su empuje para capturar la presidencia ha sido irresistible. En los dos últimos meses ha ganado por la mano a sus rivales y tiene los votos garantizados. Lo que no ha logrado es tranquilizar a algunos de sus compañeros, aquellos que creen que la vuelta a la Casa Blanca pasa por repetir el modelo Clinton de desplazamiento hacia el centro político.

No es que Dean sea un extremista: en Vermont hizo una política económica y fiscal conservadora y defiende el derecho a tener armas. Pero su bandera antiguerra de Irak y su carácter extrovertido le hicieron vulnerable a los ataques que le pintan como radical. Y radical es como él mismo se presenta en un aspecto: poner el partido patas arriba. "Lo que vamos a hacer es reestructurar el Partido Demócrata", dijo en Washington hace unos días. "Vamos a devolver el partido a los movimientos de base. Vamos a hacer lo que los republicanos han hecho con enorme éxito para poder competir con ellos. No triunfaremos a nivel nacional si no lo hacemos en los Estados".

Terry McAuliffe, el presidente saliente, deja una organización en buen estado. Por primera vez en unas elecciones, el Partido Demócrata tuvo más dinero que el republicano, porque la gran especialidad de McAuliffe es la recaudación de grandes cantidades en los grupos tradicionales (abogados, enseñantes, buen número de grandes empresarios y Hollywood). Pero Dean demostró su maestría en las primarias a la hora de estimular a los militantes y de canalizar a través de Internet cientos de miles de pequeñas aportaciones económicas.

Las tensiones entre Dean y la clase dirigentes demócratas se pusieron de manifiesto en la despedida de McAuliffe, el jueves por la noche, cuando éste dijo que a pesar de los errores, John Kerry hizo una gran campaña: "Teníamos a la gente en su sitio; teníamos más dinero; teníamos la mejor organización. Estuvimos muy cerca, pero no ganamos".

McAuliffe reveló que durante ocho horas, el día de las elecciones, estuvo seguro de la victoria basado en los sondeos a pie de urna, que luego demostraron estar equivocados. El propio Kerry, que acaricia la idea de volver a presentarse, dejó claro la poca gracia que le hace el mensaje de Dean: "Nuestro gran partido no necesita una transformación, no necesita un cambio radical".

Los líderes demócratas en la Cámara y el Senado, Nancy Pelosi y Harry Reid, tampoco están nada ilusionados con la perspectiva y han dicho que el presidente del partido debe seguir la pauta de los dirigentes parlamentarios, no al revés. Dean se ha reunido dos veces con ellos para tratar de tranquilizarles y decir que va a enredar poco en los bastiones demócratas -la costa Oeste, el noreste y los Grandes Lagos- y que va a dedicar "una desproporcionada atención" al centro y sur del país, en donde Goerge W. Bush arrasó: "Esa parte es la que realmente necesita atención".

El diagnóstico es certero, pero Dean tendrá que hacer maravillas para cambiar su imagen de liberal del Este en esa América que crece económica y demográficamente: Bush ganó en 97 de los 100 condados de mayor desarrollo en el país. Tampoco la imagen popular de Dean es estimulante; según la empresa de sondeos Gallup, el 40% de los estadounidenses tiene una opinión desfavorable, frente al 31% que le aprecian y a otro 31% que nunca ha oído hablar de él.

El presidente de un partido en Estados Unidos es especialmente importante cuando ese partido no está en el poder -y los demócratas no tienen ni la Casa Blanca ni la mayoría en el Congreso- porque en muchas ocasiones actúa como su portavoz. Ese es el riesgo o la ventaja de Dean: es un hombre apasionado y entusiasta, excelente para los desmoralizados demócratas que sufrieron la frustración electoral del año pasado, pero inquietante para los no menos desmoralizados líderes que creen que el partido debe replantearse su estrategia y, sin perder la parroquia política tradicional, ganar posiciones en la América de los valores morales.

Howard Dean responde la pregunta de un delegado demócrata en una reunión previa al Comité Nacional del partido.
Howard Dean responde la pregunta de un delegado demócrata en una reunión previa al Comité Nacional del partido.REUTERS

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