El vano virtuosismo
La posesión de una prosa dúctil, que se amolda a cualquier tema, no siempre es garantía de una buena ejecución. Andrzej Stasiuk (Varsovia, 1960) mostró en El mundo detrás de Dukla (Acantilado, 2003) que, por efecto de su virtuosismo verbal, podía hacer emerger una realidad prácticamente inexistente. Aquella novela, sobre un pueblo del sur de Polonia sumido en un tiempo anodino, recreaba el sentimiento de pertenencia a un lugar. Nueve, por el contrario, es un ofuscado retrato de Varsovia, habitada por personajes vinculados a la delincuencia, que trapichean con sus vidas en una realidad que no acaba de componer una fisonomía precisa. Varsovia es aquí "una actualidad sin sentido", una ciudad desabrida que se contempla en el espejo todavía turbio del capitalismo y aspira a pasar pronto al otro lado. Stasiuk acaso se ha propuesto expresar la desorientación, el desarraigo, la abulia, la difícil acomodación a una prosperidad que se queda en promesa.
NUEVE
Andrzej Stasiuk
Traducción de Elzbieta Bortkiewicz y Juan
Carlos Vidal
Acantilado. Barcelona, 2004
304 páginas. 16 euros
El comienzo no puede ser más estremecedor: Pawel, un joven comerciante que no ha podido saldar sus deudas, se despierta en su casa destrozada, y sale a la calle para arreglar sus asuntos de dinero. Seguimos su itinerario -el trayecto del autobús y sus pensamientos como un "revolotear nervioso"-, y, mediante una estructura cinematográfica, la narración se va desplazando, como una cámara tambaleante que se detuviera aquí o allí, para procurar algún significado a la mirada angustiosa de Pawel. Pero esa focalización, que remite a una concepción de índole existencial, enseguida se verá emborronada por la dislocación de la perspectiva al introducir a los demás personajes, hasta completar los nueve del título. La narración se ramifica en difusas historias que se suceden y solapan de un modo tan arbitrario que resulta fatigoso identificar de qué personaje se está hablando.
Con afán de inspección
técnica, la novela parece deleitarse en el registro minucioso de objetos cotidianos, envolviendo la acción en una atmósfera crepuscular: "El hombre lo entrega todo a los objetos y ellos siempre lo dejan solo". Y a medida que se acumulan las escenas -de un modo, por lo demás, antojadizo y desconcertante-, los personajes se disuelven en un laberinto de vagos propósitos, sin que el lector logre adivinar la razón de su desidia.
Nueve produce la fundada sospecha de haber sido escrita a golpe de intuición. Andrzej Stasiuk posee el precioso don de la descripción, pero carece de introspección psicológica, que suple con remembranzas de corte lírico, y así sus personajes -farsantes, vendedores de droga, macarras- parecen más bien esbozos o acaso figurantes de una obra que no acierta a concretar su tema. Por momentos se diría que leemos una novela sobre la transgresión. Sin embargo, todo está tratado con una verbosidad tan nebulosa que impide hacerse cargo y comprometerse con las peripecias de estos delincuentes de medio pelo que, cuando no piensan en alguna marca de cigarrillos, se dedican a recordar sus propias vidas, porque "no tenían nada más importante que hacer". Es muy probable que, como suele decirse, esta novela explore la falta de comunicación de la vida en la ciudad; pero también cabe decir que su prosa ensimismada, aunque excelente, no contribuye a suscitar en el lector ninguna inquietud.
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