De los dioses y del mundo
En 1997, Alan Sokal y Jean Bricmont levantaron una pequeña tempestad en el estanque de la filosofía francesa (cuyas salpicaduras alcanzaron hasta nuestros pagos hispánicos) al denunciar en su libro Imposturas intelectuales (Paidós, 1999) el empleo abusivo hasta lo estrafalario que algunos de sus más celebrados representantes hacían de la terminología y los modelos tomados de las ciencias experimentales o exactas. Surgió una vivaz pero también fugaz polémica, en la que se entrecruzaron amargos "lo que pasa es que usted no entiende en qué sentido digo lo que digo" con crueles "naturalmente, porque usted no sabe de qué habla". Finalmente, los de letras -no les llamaré "humanistas" porque ahora dedican sus mejores esfuerzos a negar que lo sean- decidieron que los de ciencias jamás comprenderán las sutilezas de su discurso metatextual, mientras que los de ciencias concluían satisfechos que los de letras son meros charlatanes oscurantistas y sanseacabó.
A LA SOMBRA DE LA ILUSTRACIÓN
Régis Debray y Jean Bricmont
Traducción de Pablo Hermida Lazcano
Paidós. Barcelona, 2004
168 páginas. 12 euros
¿Todos contentos en su descontento autista? Afortunadamente, no. Uno de los vapuleados en la denuncia de Sokal y Bricmont fue Régis Debray, filósofo cuyo nombre evoca para algunos de los más jurásicos de nosotros batallas de antaño y la muerte del Che, que reconoció a medias pero con honradez un uso poco correcto (por lo menos equívoco) del teorema de Gödel como modelo social. Sin embargo, Debray creyó que la cuestión de fondo no era ésa y que debía y podía irse más allá. Encontró su interlocutor en uno de sus críticos, Jean Bricmont, que es catedrático de Física Teórica. Y algo aún más sugestivo: Debray no sólo es catedrático de Filosofía, sino también presidente del Instituto Europeo de Historia y Ciencias de las Religiones; Bricmont, por su parte, preside la Asociación Francesa para la Información Científica.
Ambos se avinieron a un debate en el que la cortesía de las formas no excluye la radicalidad de los planteamientos ni la crudeza de una confrontación que no autoriza reconciliaciones de trámite en el último momento. Debemos agradecérselo, porque el resultado es este libro, uno de los más estimulantes y sugestivos que hemos leído en los últimos tiempos. Y uno de los menos posmodernos, porque ambos interlocutores buscan lo que podría ser llamado en común "verdad", sin contentarse con la habitual palinodia de que cada cual cuenta la feria según le va en ella y por lo tanto no hay forma de zanjar entre las diversas interpretaciones.
En este apasionante y a me-
nudo apasionado debate, el dichoso teorema de Gödel que fue el detonador de la discrepancia resulta pronto aparcado, por fortuna, y se avanza mucho más allá. En el fondo, mientras se va de un área temática a otra, de lo que siempre se está hablando es de la razón humana y de su posibilidad de comprender la fundamentación de las colectividades e iluminar emancipadoramente la vida de los individuos. A despecho de las numerosas simplificaciones vigentes, cada uno de los interlocutores se esfuerza por reivindicar el sentido de antiguos Grandes Relatos ideológicos apresuradamente despachados: Debray intenta comprender la fuerza instauradora de lo sagrado ("cada colectivo denomina sagrado a lo que le permite ser un todo y no un montón"), mientras que Bricmont reencuentra en las invariantes antropológicas una universalidad que se aproxima a lo que antes se llamó naturaleza humana, "lo cual supone una inmensa novedad con respecto a la antropología culturalista y relativista que se maravillaba de las diferencias".
Discuten de sociobiología, positivismo, cognitivismo, hermenéutica... Pero sin alejarse nunca pedantemente de la ciudad en la que conviven los hombres. El filósofo es republicano y a veces parece casi conservador frente al científico, libertario y mucho más destroyer en muchos planteamientos. Ambos son inteligentes, lo que nunca sobra. Leídos desde España, a menudo tocan cuestiones de actualidad: así cuando debaten el papel de la religión en las sociedades democráticas o se preocupan por los mensajes separatistas alentados en la llamada Europa de las regiones por los partidarios del divide y vencerás. De vez en cuando, una fórmula luminosa delimita un problema y nos proyecta hacia un ámbito reflexivo, como cuando Debray distingue la inteligencia humana de la capacidad de cálculo robótica: "Las llamadas máquinas inteligentes carecen de infancia y no saben que van a morir". Si ustedes son de los que creen que los filósofos viven entre nubes y los científicos no producen ideas sino tuercas, harán bien en leer este libro: ¡feliz desengaño!
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