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Columna
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El metro

La carretera de Cádiz en Málaga, antes de llamarse Avenida de Velázquez, era la autovía más poblada de España. El urbanismo del desarrollismo levantó una fila interminable de bloques de viviendas, sin apenas zonas verdes y nulos equipamientos. La desidia durante muchos años de los responsables políticos de turno ha permitido mínimas alegrías a sus vecinos. El día que se construyó el Pryca, fue una de ellas. Otra, el anuncio de que una línea del metro pasará por delante de sus casas. La Carretera de Cádiz es el Carmel de Barcelona, pero en llano. Si Juan Marsé hubiera imaginado en Málaga sus Últimas tardes con Teresa, habría encontrado también en este barrio un Pijoaparte malagueño que robaba una moto para irse a la costa a ligarse a una extranjera. Por eso los vecinos de este barrio se ven reflejados en el enorme socavón provocado por las obras de ampliación del metro de Barcelona. Desde que el alcalde Francisco de la Torre decidió abrir un debate ciudadano sobre si el suburbano había que hacerlo con tuneladoras o muros pantalla, los malagueños hemos sacado el Ingeniero de Puertos y Caminos que todos llevamos dentro. La construcción del metro se ha convertido en la obra más democrática que se haya hecho nunca en Málaga. Todo el mundo tiene opinión propia sobre la orografía del terreno y el nivel de soterramiento.

En Málaga hay una cierta manía por soterrar. De la Torre descubrió un día que los problemas de la ciudad se resolvían enterrándolos, y todo lo arregla con un túnel. En esta ciudad las infraestructuras o no se hacen o se meten bajo tierra. Y no para que los ciudadanos puedan disfrutar de las calles y las avenidas, sino para que quepan más coches y más edificios. El Pijoaparte de Marsé era posiblemente un xarnego de la carretera de Cádiz, que regresó a su ciudad natal con el boom de la construcción. Y en su vuelta, ha descubierto que Málaga aspira a ser Toronto, pero en Europa y con 300 días de sol al año. Yo habría imaginado al Pijoaparte paseando por la Alameda con una moto robada detrás de un tranvía, tras descubrir a una Teresa cualquier asomada a la ventana del tren en una tarde resplandeciente de luz. Nunca, en Málaga, lo hubiera colocado bajando peldaños de escaleras por el interior de un túnel oscuro para coger el suburbano.

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