Homenaje al frenesí en Anoeta

Fútbol es fútbol. O así. No pasaba nada y pasó de todo en una segunda mitad trepidante, intensiva, más sufrida que excelsa, en la que pudo ganar cualquiera y la bola decidió no caer en favor de nadie. El Valencia recuperó toda la mística del esfuerzo y la autoestima que le engrandeció con Rafa Benítez en sus mejores años y la Real asumió que el tiempo se agota y no puede desperdiciar ni un solo segundo. Ganaba el Valencia, de casualidad, en una jugada dudosa de Di Vaio, en la primera mitad, que a priori podría haber sentenciado el partido por la presunta solvencia defensiva valencianista y el nerviosismo realista. Pero no. Aquel gol sólo inauguraba un partido trepidante y una polémica quizás interminable.

Dispara Mista, rechaza mal Riesgo y marca Xisco. Gol anulado. Dispara Nihat, rechaza, mal, Cañizares y marca Aranburu. Gol. Un minuto de por medio. Polémica y debate sobre las situaciones milimétricas. En tales condiciones de igualdad, los milímetros no pasan inadvertidos. Pero tan rítmica fue la segunda mitad que la polémica pasó a segundo plano. Se adelantó la Real tras esas jugadas dudosas. Empató el Valencia en el enésimo desliz defensivo de la Real en esta temporada. Marcó Xisco en otra volea que devolvía el ejercicio anterior de Nihat y el turco, enrabietado, volvió a encontrar el sobaco de Cañizares para colarle el balón cuando ya nadie daba un euro por nadie. En ese tramo del partido se urdió todo lo que realmente ocurrió antes. Nadie parecía tener argumentos para ganar. Quizás influyó sobremanera que Claudio Ranieri apelara a la racionalidad y diera entrada a Aimar, Mista y Xisco, a futbolistas que tienen siempre algo que ofrecer, en detrimento de otros muy eclécticos, como Di Vaio o Corradi. En eso ganó el fútbol y el empate recompensó a ambos conjuntos, aunque ninguno de los dos quedara contento.