¿Hay vida después de Monzó?
'Sota quarentena' reunió a jóvenes escritores y críticos para debatir sobre las nuevas tendencias de la narrativa catalana
Las jornadas Sota quarantena, que se celebraron en la biblioteca Fort Pienc los pasados jueves y viernes, reunieron a narradores y críticos literarios nacidos entre 1965 y 1974 para presentar y discutir las nuevas tendencias de la narrativa catalana. Emmarcado en el Año del Libro, Sota quarantena no tenía en palabras de su coordinador, Jordi Cerdà, "ninguna intención programática ni la voluntad de institucionalizar una generación literaria. Es, eso sí, una celebración de una literatura emergente". Más allá del segmento cronológico al que pertenecen, los escritores de Sota quarantena comparten la condición de escribir en una lengua relegada, pero también regalada: la mayoría ya no ven la lengua como un ancla de salvación nacional, sino como su instrumento de trabajo, una herramienta sin demasiadas hipotecas ideológicas y engrasada por una gran tradición. "Para nosotros la lengua no es un puerto de llegada, sino un punto de salida", sostuvo Cristina Masanés. "Los autores jóvenes vuelven a reivindicar la especificidad literaria", afirmó el crítico Víctor Martínez-Gil. Tampoco se ven en la necesidad de impulsar su futuro literario con un corporativismo gremial. La generación de los 70 lo tuvo más difícil y se vio obligada a hacer un frente común para abrirse camino. La indefinición ideológica actual ha dado paso a la construcción de múltiples identitades. Cada uno tiene la suya y no se siente la necesidad de enarbolar un discurso colectivo. "Escribimos, en todo caso, para vengar al padre", afirmó Josep Ll. Badal. Empar Moliner citó a Julio Camba para caricaturizar la reciente proliferación de manifiestos literarios: "¿Por qué firmar en un papel si no voy a cobrar por ello?".
La emergencia de la no-ficción es un síntoma de una necesidad de realismo
Jordi Cerdà definió las jornadas como "una celebración de una literatura emergente"
La profesionalización del escritor catalán no es imposible, pero la condición previa es la inteligibilidad, conectar con el público. Los críticos Jordi Llavina y Eva Comes defendieron la vigencia de El malentès del noucentisme, de Ferran Toutain i Xavier Pericay, que ha delimitado y ensanchado el catalán posmonzoniano. Jordi Puntí afirmó que la lengua literaria puede fundar nuevas realidades siempre que no se pierda de vista la verosimilitud.
Marc Romera, Sebastià Alzamora y Josep Ll. Badal se definieron como poetas que escriben novela y defendieron un lenguaje más autónomo respecto a la realidad. Según Romera, "después de Beckett y Bernhard la novela ha sido liquidada. No puede competir con el cine y la ficción televisiva. Hay que buscar nuevas vías exclusivamente literarias, es decir verbales". Alzamora puso a Blai Bonet y Salvador Espriu como modelos de poetas fabuladores para defender una ficción más imaginativa y afirmó: "La literatura catalana ha despreciado la fábula en beneficio de la crónica".
La editora Eugènia Broggi lamentó que la moda de la crónica haya disparado el instant book y el libro de encargo. La emergencia de la no-ficción es un síntoma de una necesidad de realismo. Los recursos de la ficción se ponen al servicio de lo que pasa en la calle. Moliner alterna el cuento con la crónica periodística. Toni Sala ha abordado literariamente los problemas de la educación y de la inmigración. Francesc Serés escribe ahora sobre los jornaleros argelinos de Alcarràs. Jordi Galves, uno de los tres tenores de la crítica catalana, saludó esta tendencia y abominó de "la literatura solipsista, onanista y especular". El crítico Xavier Pla fue todavía más lejos: "No se trata tanto de hablar de Cataluña como desde Cataluña". Pere Guixà y Empar Moliner evitan las referencias localistas. Sin embargo, la literaturización del lugar es clave para Serés o Sala, que han asistido a la destrucción de un paisaje.
Jordi Puntí, Manel Zabala y Jordi Cabré defendieron el viejo instinto fabulador, pero sin perder de vista la realidad. "A mí me interesa convertir lo extraño en familiar y viceversa", dijo Puntí. "Hay que evitar el mimetismo, pero ser original tampoco tiene ningún valor. Como decía Burroughs, cuando se nos dice que una novela es experimental es que el experimento ha fallado".
En el ámbito del cuento hay para todos los gustos. Guixà se nutre del cuento contemporáneo, desde Chéjov hasta hoy. "Me interesa el cuento a partir del momento que se libra de las servidumbres de la oralidad". Zabala, en cambio, reivindica la tradición del cuento oral y los referentes de la cultura pop (en esto último coincide con Puntí, Romera, Cabré y el mismo Guixà). La novelista mallorquina Neus Canyelles, en cambio, se inclina por una narración más intimista, llena de silencios, en la que es tan importante lo que se calla como lo que se dice.
Cristina Masanés, autora de no-ficción, dijo que le interesa captar cuál es el efecto político de un texto y cómo interviene en la construcción de las identidades. "Los textos sirven para iluminar zonas del pasado que han quedado en la penumbra". Si Masanés fuera, por ejemplo, una futura historiadora del caso Carod, tendría en cuenta La pell freda, de Albert Sánchez Piñol, una novela sobre la construcción del otro que Carod Rovira confesó haber leído en el verano de 2003.
La pell freda, best seller internacional, va camino de convertirse en El mecanoscrit del segon origen de las nuevas generaciones. Sánchez Piñol, que ya ha terminado su segunda novela, Pandora al Congo, deleitó al público con anécdotas de su pasado de negro literario y de concursante de premios literarios locales: "Enviaba tres originales a un mismo certamen y para optar al primer, segundo y tercer premio los firmaba con nombres distintos. El que me parecía más original lo firmaba yo. Los que eran pastiches de otros autores los mandaba en nombre de mi madre. La rabia era que casi siempre ganaba el cuento de mi madre".
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