La ópera de moda
La onda expansiva de Popea ha llegado a Sevilla. Ocurre a veces con algunas óperas, que se ponen de moda por temporadas. Ésta es, sin duda, la de La coronación de Popea, de Monteverdi. Acaban de terminar las representaciones de Lyón con William Christie y Bernard Sobel, está actualmente en cartel en Palais Garnier de París con Ivor Bolton y David Alden, y a partir del 18 se incorpora a Zúrich con Nikolaus Harnoncourt y Jürgen Flimm. Pero también en este curso operístico ha tentado a Jacobs, Alessandrini o De Marchi, y a teatros como los de Hamburgo, Estrasburgo o Francfort. Sí, Popea está de moda.
Y es comprensible tal como están los tiempos. Si Orfeo supone el ideal del refinamiento florentino, Popea es una ópera de corte histórico y popular. Como ha escrito Leibowitz, "Orfeo marca el final de una época y Popea es el comienzo de tres siglos de ópera", opinión que coincide con la de Bernard Foccroulle en el reciente libro La naissance de l'individu dans l'art, al sostener que la última ópera monteverdiana abre un camino a títulos como Don Giovanni, Carmen, Falstaff, Wozzeck, Lulu y Grimes, es decir, a los dramas con las pasiones humanas en primer lugar.
La coronación de Popea
De Monteverdi. Con Ángeles Blancas como Popea. Orquesta Barroca de Sevilla. Director: Christophe Rousset. Director de escena: Graham Vick, realizada por Franco Ripa de Meana. Escenografía: Paul Brown. Teatro de La Maestranza, Sevilla, 3 de febrero.
Para Sevilla suponía además el bautismo de fuego de su Orquesta Barroca, puesta para la ocasión a las órdenes de un experto como Christophe Rousset. Si a ello se une la recuperación de la puesta en escena de Graham Vick para Bolonia, el panorama no podía ser más prometedor. Pues bien, los resultados artísticos no estuvieron a la altura de las expectativas.
En primer lugar, por un reparto vocal nada homogéneo y con una dispersión de estilos desequilibrante. Lo del recitar cantando hay que cuidarlo mucho más. A duras penas mantuvo el tipo el personaje de Popea, mientras la insuficiencia se adueñaba de los de Nerón, Otón y bastantes más entre los secundarios. Octavia, que empezó pisando fuerte, pasó por el conmovedor Addio Roma sin pena ni gloria y Drusila dejó escapar en gran parte la dulzura melódica de su personaje.
La representación estuvo musicalmente bastante apagada, sin excesiva tensión dramática. La escenografía tuvo algunos momentos mágicos -la muerte de Séneca, con la biblioteca al fondo; el sueño de Popea, con Amor por las alturas del teatro-, pero la dirección de actores fue bastante limitada.
En cualquier caso, valió la pena y los supervivientes de las espantadas en los descansos y al final aplaudieron y aclamaron con entusiasmo. ¡Lo que es Monteverdi! Si la representación hubiese sido mejor, los artistas habrían salido seguramente a hombros por la puerta grande.

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