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Análisis:A pie de obra | TEATRO
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Dunkin y Bazooka

Marcos Ordóñez

Uno. Dunkin. El chicle Dunkin (referencia antropológica: años 1960-1970 del siglo pasado) era la Pepsi a falta de Coca-Cola, el Din-Dan cuando se había agotado el Tiovivo. En una palabra: lo que mascabas cuando no había Bazooka. El Bazooka era un rompedientes de intenso retrogusto, odontológicamente incorrecto. El Dunkin era, por así decirlo, un chicle de nenas, con su color rosáceo y su sabor a fresa pizpireta, casi espumosa. El Bazooka sabía a cuero de tirachinas, es decir, a aventura. El Dunkin sabía a película de Pili y Mili. Hasta aquí todo estaba claro, pero ¿y si eras un aventurero con alma de nenaza? ¿Y si te gustaba zampar de todo, Din-Dan y Tiovivo, Dunkin y Bazooka, Los vikingos y Como dos gotas de agua? Así anda uno, escindidito de por vida, cantando ¡La dualidad, la dualidad! como Raphael en Jekyll y Hyde. Graves cuestiones, como se ve. A falta de Sondheim, el más perfecto concentrado de Coca, Tiovivo y Bazooka, no le he hecho ascos a Mamma Mia, que lleva varios meses arrasando en el Lope de Vega. Mamma Mia es un proustazo subgenérico: lo más parecido a ver una de Pili y Mili mascando un Dunkin. Una de Pili sin Mili (o viceversa), porque sólo hay una niña protagonista. (Por cierto, inserto: ¿para cuándo un musical sobre Tú a Boston, yo a California?). Hablando de películas y de Pilis sin Milis: hay una carta oculta en esta baraja. Me lo dijo Jaume Figueras y tenía más razón que un santo: Mamma Mia es la versión inconfesa de Buona sera, signora Campbell, aquel vodevil sixties con mamma siciliana (la Lollo), hija adolescente y tres padres posibles, tres veteranos yanquis de la batalla de Anzio. La función es lo mismo, pero ambientada en Grecia y con tres ex hippies, españoles por la cosa de la adaptación, que acuden llamados por la nena. Mamma Mia es, como sabrán, uno de esos musicales nacidos al socaire de la nostalgia por una música y su época. Creo que abrió fuego, allá por 1978, Ain't Misbehavin': Fats Waller y los honky tonks de los treinta. Siguió Five Guys Named Moe, en torno a Louis Jordan y el zoot suit-swing de los cuarenta. Después se fueron quemando épocas a velocidad de ADSL, como corresponde a la reposmodernidad: los cincuenta (Buddy, The Rat Pack), los sesenta (Grease), el moñismo bigotudo de los setenta (Queen y We Will Rock You), y quinientos más que me dejo. Mamma Mia es una celebración de los disco days a la europea (licra, plataforma, mangas voladoras) y de la música de Abba, una máquina de éxitos pop, una catedral de chicle que tiene su sótano encharcado en Chiquitita y sus arcos de medio punto en Dancing Queen y Waterloo, entre otras diecisiete. La razón social Andersson & Ulvaeus probó suerte con el musical en Chess (1988), pero la mixtura de ajedrez, guerra fría y high tech era demasiado sofisticada (o demasiado pomposa) para Broadway y perdieron un pastazo. Con Mamma Mia se han forrado y se siguen forrando porque es un back to basics para todos los públicos: trama sandunguera, éxitos a todo trapo, nostalgia de lamé. Y, baza fundamental, mucho, muchísimo encanto. La mayor parte de musicales que llegan a la Gran Vía son franquicias sin alma, sin emoción, sin humor. Mamma Mia juega con la nostalgia pero sustituye la baba por una ironía amable, muy sensata y muy contagiosa. Se nota que los intérpretes se divierten y trasladan su diversión al respetable por espacio de tres horas, que no es poco, flota en el Lope de Vega una agradabilísima sensación de "más por su dinero", desde que Mariona Castillo, la respuesta catalana a Hayley Mills, gorjea Honey, Honey con sus amiguitas, hasta que Nina, Marta Valverde y Paula Sebastián se marcan, en plan apoteosis, un Dancing Queen jubiloso y zumbón vestidas a lo Three Degrees. Las letras de las canciones están notablemente adaptadas por Albert Mas Griera; la orquesta dirigida por James May suena como tiene que sonar, con brillo y ligereza; el cuerpo de baile suda la camiseta sin que lo parezca (es decir, que hacen fácil lo difícil); Nina canta con su tradicional voz de estibador tirolés pero da perfectamente el tipo del personaje y se luce con The Winner Takes All, y el tándem Marta Valverde-Paula Sebastián, irresistibles en sus roles de solteronas sardónicas y ávidas de sexo, roban literalmente el show en todas y cada una de sus escenas. Mamma Mia tiene cuerda para rato.

A propósito de Mamma Mia, en Madrid, y de Ets aquí?, de Javier Daulte, en Barcelona

Dos. Bazooka. Esencia conceptual del Bazooka: por mucho que lo mascaras seguía soltando jugo. Bazooka del bueno en el Romea con Ets aquí?, la versión catalana de la nueva comedia de Javier Daulte, que se presentó el pasado noviembre en Temporada Alta, y de la que ya hablé en su momento.

He vuelto a verla y ha vuelto a ser un placer comprobar la eficacia de sus estrategias, un ojo en la función y otro en el público (casi me quedo bizco, como su protagonista), estudiando cómo estalla la risa en los momentos justos y cómo crece un conmovido silencio cuando el dolor empieza a brotar, como un agua intersticial, empapando inesperadamente la textura del vodevil, vodevil atípico, con fantasmas y giros esotéricos. He vuelto a aplaudir el trabajo de Daulte como autor y director, aquí con un nuevo reparto: Joel Joan, un caballo de carreras siempre al galope, pura energía física y una cierta tendencia al exceso, al tic cómico, marca de la casa, que Daulte ha sabido frenar y reconducir, potenciando un perfil (el "joven galán moderno", neurótico y parlanchín) al servicio de la siniestra banalidad del personaje: como Léaud en La maman et la putain, su torrentera verbal muestra, por omisión, una incapacidad escalofriante para decir lo que realmente importa. Y Clara Segura, una consagración absoluta: frente al aura trágica de Gloria Carrá, la actriz "original", hay un poderío de gran cómica neorrealista, una constante exhalación de furia humillada trepando a sus ojos y su boca, sacudiendo todo su cuerpo. Éxito al canto: una función que se va a ver en todas partes, aquí y fuera. Si no, al tiempo.

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