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Reportaje:ESCAPADAS | Mora de Toledo

Entre un millón de olivos

El pueblo toledano posee dos museos sobre el aceite y una senda que recorre el mayor olivar de Castilla-La Mancha

En Mora se corre todos los años una San Silvestre donde el ganador recibe, no una corona de olivo, ni una medalla de oro, sino una mezcla de ambas: su peso en aceite. El otro gran evento deportivo local es el concurso de lanzamiento de hueso de aceituna. Se celebra a finales de abril, durante la fiesta del olivo, y hay jueces que vigilan la limpieza de todo, empezando por los chochos (así llaman a los huesos), que han de ser autóctonos, de aceituna cornicabra. Todo esto, aunque suena a cachondeo, es algo muy serio, pues en Mora hay un millón de olivos -récord absoluto de Castilla-La Mancha- y quien más, quien menos, se ha dejado las uñas en ellos.

Junto a la glorieta de José Iborra, que es donde se lanzan los huesos (con la boca, claro), se alza el monumento al Aceitunero, obra de Luis Martín de Vidales que muestra a tres generaciones de morachos afanándose en la recolección.

La mayor belleza de Mora está en sus bravas serrezuelas rodeadas de campos geométricos

Morachos como Felipe Vegue, hijo y nieto de olivareros que lleva 40 años reuniendo las piezas -zafras, zarandas, tarjas,romanas...- que integran los dos museos aceiteros de la villa, especialmente hermoso el de la calle de Yegros, instalado en una vieja almazara con molino de dos rulos y prensa de La Maquinista Alcoyana, que, a su vez, ocupa la casa más anciana de Mora, edificada en 1237 por la orden de Santiago.

La mayor belleza de Mora, sin embargo, no se encuentra encerrada entre cuatro paredes, sino en sus bravas serrezuelas rodeadas de olivares geométricos hasta donde alcanza la mirada. Para disfrutarla, nos acercaremos en coche hasta un nítido collado que se abre en la sierra del Castillo, a tres kilómetros de Mora por la carretera vieja de Tembleque. Allí iniciaremos nuestro paseo subiendo a la fortaleza de Peñas Negras, ruina de larga historia (siglo XI), larga silueta (125 metros) y larga vista, emplazada como está en una afiladísima cresta del confín oriental de los montes de Toledo, a más de 200 metros de altura sobre un mar rizado de olivos.

Tras explorar el panorama y los entresijos del castillo -pasmoso su foso tallado en la roca-, volveremos al collado para continuar paseando por la carretera, en dirección a Tembleque, y desviarnos un kilómetro y medio después a la derecha, por un camino agrícola bien marcado con postes de madera y trazos de pintura blanca y amarilla. Estas señales, a primera vista excesivas, nos resultarán muy útiles cuando el camino se transforme en una borrosa senda, pues las posibilidades de encontrar a un lugareño al que preguntar en medio del inmenso olivar -y más este invierno, que la aceituna ha sido poca, y la recolección, un suspiro- son computables en cero.

Subiendo por la linde entre dos olivares, y luego por una cascajosa vereda, arribaremos en cosa de una hora -dos, si contamos la expedición al castillo- al puerto Encaramado, que lo está (encaramado) en el espinazo de la sierra del Buey, unas montañejas tapizadas de carrascas, enebros y estepas blancas sobre las que planea, majestuosa, el águila real. Y, una vez rebasado este portacho, bajaremos por la ladera contraria hacia el amplio valle del río Algodor, afluente del Tajo que enseguida veremos represado en el embalse de Finisterre, espejeando en lontananza con un brillo cegador.

Media hora más, avanzando de nuevo por un buen camino entre olivares, y nos plantaremos en la quintería de la Solana, un poblado fantasma en el que cientos de morachos pasaban antaño el invierno, pues la cosecha era un lento proceso estrictamente manual y la idea de andar 12 kilómetros todos los días no apetecía. Como tampoco les seducía demasiado el irse a la cama -al ver los poyales donde dormían, sobre una saca de paja, se entiende por qué-, muchos se quedaban en los corrales cantando seguidillas morachas y bailando al ritmo que se marcaba con una cuchara de latón y una botella de anís. El que no se divierte es porque no quiere. A sus nietos, con un hueso de aceituna les basta.

Carne de caza, miel y cencerros

- Cómo ir. Mora de Toledo dista 100 kilómetros de Madrid yendo por la autovía A-42 hasta Toledo y luego por la CM-400. También se puede ir por la A-4, desviándose hacia Mora en Aranjuez.

- Datos de la ruta. Duración: cuatro horas (incluida la subida al castillo y la vuelta). Longitud: 12 kilómetros. Desnivel: 400 metros. Dificultad: media-baja. Tipo de camino: senda señalizada con postes de madera y marcas de pintura blanca y amarilla. Cartografía: hojas 19-26 y 19-27 del Servicio Geográfico del Ejército.

- Visitas en Mora. Museo del Aceite (tel. 925 30 07 90). Lo enseña gratis Felipe Vegue. Museo del Patrimonio Comunal Olivarero (tel. 925 30 08 95): sólo visitas concertadas. Además, Ayuntamiento neomudéjar e iglesia gótica de Nuestra Señora de Altagracia.

- Comer. La Zafra (tel. 925 34 19 60): bricks de morcilla y solomillo al foie; 30 euros. La Huerta de la Condesa (tel. 925 30 16 49): carnes a la parrilla y asados; 25 euros.

Metrópolis (tel. 925 34 02 83): cocina regional y carnes de caza; 20 euros.

Venta del Moral (tel. 925 34 02 64): pisto, carcamusas y venado en salsa; 7 euros.

- Dormir. El Palomar (tel. 925 59 41 67): hotel rural a orillas del río Algodor; doble, 72 euros. Casas del Conde (tel. 670 27 84 24): casas rurales junto a los olivares de Mora; 70-120 euros. Hostal Agripino (tel. 925 30 00 00): céntrico y acogedor; 35 euros.

- Compras. El Olivo & Co. (avenida del Olivo, 12): aceite y miel de cosecha propia, jabones elaborados con aceite de oliva y complementos. Cooperativas Acevin (carretera de Tembleque, s/n) y Nuestra Señora de la Antigua (carretera de Turleque, s/n): aceite de oliva con la denominación de origen Montes de Toledo. José Luis Villarrubia (Padilla, 7): fabricación artesanal de cencerros.

- Más información. Ayuntamiento de Mora de Toledo (plaza de la Constitución, 1; tel. 925 30 00 25). En Internet: www.mora.es

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