La caza de los delincuentes más buscados
El ciudadano belga André Lizière estaba catalogado como un peligroso pederasta. Los expertos forenses habían concluido que sufría un grave desequilibrio mental. Sobre él pesaban varias condenas por violación de menores efectuadas en los años ochenta, entre ellas a dos sobrinas suyas de siete y nueve años. Lizière vivía recluido en el hospital psiquiátrico penitenciario Les Marronniers, de donde se fugó a las 11.30 horas del pasado 14 de diciembre. La policía belga dio cuenta de su fuga e hizo un llamamiento especial en los medios de comunicación locales. Cuatro días después, Lizière era detenido en un domicilio de Torrevieja (Alicante) junto a otro delincuente, Didier Tobola, fugado del mismo hospital un año antes, acusado de homicidio y condenado a 20 años de cárcel.
Los más peligrosos se confundían entre las cerca de 300.000 órdenes de búsqueda y captura que engordan los archivos informáticos de la policía española
"No podíamos atender las reclamaciones de otras policías europeas, que nos machacaban con que sus fugitivos más destacados se refugiaban en nuestro país"
Schwellinger era uno de los delincuentes más buscados en Alemania, entre otras cosas porque compró los servicios de un alto funcionario de la policía alemana
Blinkevicius ocupaba el número uno entre los delincuentes más reclamados en Lituania: pesaban sobre él seis asesinatos y dos delitos de lesiones graves
Dos policías españoles simulando ser unos encuestadores le hicieron salir de la puerta mientras otros vigilaban la parte trasera del inmueble por si intentaba alguna maniobra extraña. Lizière llevaba encima un sobre con 1.500 euros en billetes de 50 y un curioso papel manuscrito donde había ido anotando las escalas que había realizado en su trayecto en tren y autobús desde Bélgica hasta Torrevieja: Lyón, Port Bou, Barcelona, estación de autobuses, Valencia, Alicante y Torrevieja. No se sabe qué sentido tenía esta anotación, pero la policía advirtió a las comisarías de esas localidades por si, en los días precedentes, se hubiera registrado alguna violación de menores. En caso afirmativo, Lizière bien podría ser un sospechoso a tener en cuenta.
La detención de estos dos hombres significó un buen colofón del año 2004 para la primera unidad de la policía española especializada en la búsqueda y captura de delincuentes especialmente peligrosos. Se les llama, coloquialmente, Grupo de Fugitivos (también los ES Marshalls, por los US Marshalls americanos) y su existencia es todavía poco conocida en las unidades policiales. Acaban de cumplir un año de existencia. Dependen de la sección de Relaciones Internacionales de la Unidad Central de Droga y Crimen Organizado (UDYCO). Su denominación formal es Grupo de Localización de Fugitivos.
Sus resultados han sido tan elocuentes que se ha decidido reforzar la unidad: en un año suman 89 detenidos especialmente peligrosos, la mayor parte extranjeros, refugiados en una gran mayoría entre la Costa del Sol y el Levante, otra prueba más de cómo la zona mediterránea española se ha convertido en el refugio predilecto de la delincuencia internacional.
De no haber existido esta unidad, quizá la detención de estos dos fugitivos belgas habría necesitado de mayor tiempo o se habría perdido en medio del burocrático marasmo de órdenes de búsqueda y captura que pesan sobre la rutina diaria una policía desbordada en su trabajo como es la española. Los nombres de Lizière y Tobola estarían descansando en los archivos informáticos, junto a más de 300.000 órdenes de búsqueda y captura, a la espera de nuevas noticias, de que alguien tenga tiempo para dar una respuesta o de un golpe de fortuna. La fuerza de los hechos se impone en el trabajo policial, donde la búsqueda de la eficacia se confunde con una perversión estadística: "Un detenido es un palote, tanto si se trata de un delincuente común o un reconocido narcotraficante", reconoce un inspector. No hay discriminación en los datos absolutos y los funcionarios que trabajan en las comisarías saben que sumando palotes se tiene derecho a una paga de productividad. Por eso, Lizière no es más importante estadísticamente que un atracador de poca monta.
Pero Lizière es importante, como los 89 hasta ahora detenidos, como los 309 que ahora engordan el archivo sobre el que trabaja esta unidad. Esos son ahora su objetivo prioritario. "Nos habíamos dado cuenta hace tiempo de que teníamos un agujero en nuestra forma de trabajar", explican en la Dirección General de la Policía. "No teníamos a nadie especialmente dedicado a buscar a delincuentes que se nos quedaban sueltos en algunas operaciones contra el crimen organizado. Eran flecos que quedaban sin resolver porque las unidades, una vez terminada una operación, se ponían a trabajar en otra nueva. Y tampoco teníamos gente para atender las reclamaciones que nos hacían otras policías europeas, que nos machacaban continuamente con que sus fugitivos más destacados se refugiaban en nuestro país. Por otra parte, algunas policías de la Unión Europea estaban creando unidades de este tipo. Era una forma también de no quedarnos atrás en esta nueva actividad". La experiencia ha sido un éxito. ¿Qué nueva vida iban a desarrollar Lizière y Tobola, juntos, un pederasta y un asesino, en Torrevieja?
Y eso que, bien mirado, el Grupo no empezó sus actividades con buen pie. Acababan de terminar las navidades, apenas habían tenido tiempo para instalarse en los nuevos despachos, no disponían de un archivo propio, tampoco se conocían demasiado entre sí y debían ponerse a trabajar. Acababa de crearse, el 13 de enero de 2004, el Grupo de Localización de Fugitivos y era necesario arrancar con algo. Los objetivos para los que nació este grupo eran tan amplios como uno pueda imaginarse, pero, en resumidas cuentas, se trataba de buscar delincuentes de alto nivel que estuvieran perseguidos por la justicia, gente sobre la que pesasen condenas en firme o cuya detención significara su ingreso inmediato en prisión.
Así que no tenían nadie más a mano que El Tito. ¿Por qué El Tito, precisamente? Por nada en especial. "Había que empezar con algo", recuerda un agente. El Tito era un delincuente suramericano que había sufrido 38 detenciones, sobre quien pesaban ocho reclamaciones con ingreso en prisión, toxicómano por más señas y muy activo. Podía cometer cinco o seis robos en una jornada laboral. El Tito era un aperitivo: suficientemente escurridizo, pero no demasiado peligroso. Un hombre con dos puntos débiles: las drogas y las mujeres. Lo malo fue que les dieron una foto que no se correspondía con el verdadero Tito. Era otro. No era la mejor manera de empezar.
Tres semanas les duró El Tito. A falta de una foto, llegaron a contar con dos datos mucho más precisos: una matrícula y un modelo de coche, un Mercedes clase A. Tras las primeras averiguaciones, concluyeron que El Tito se movía frecuentemente por Fuenlabrada (Madrid), así que se dispusieron a buscar ese coche. "No te das cuenta de la cantidad de coches que hay de un determinado modelo hasta que te pones a buscarlo", recuerda el agente. Pensaban que no habría muchos Mercedes clase A en Fuenlabrada, pero se equivocaron. Buscaron de noche, que es cuando los coches se están quietos. Y lo encontraron. Esperaron dos días, con sus noches, hasta que El Tito decidió usarlo. Le siguieron hasta que se metió en un atasco en la Castellana: allí le taponaron con dos coches. Tres años llevaba huido El Tito.
Primeros detenidos
Ahora, un año después, El Tito es un mero recuerdo, una anécdota, posiblemente el delincuente menos peligroso de los detenidos a lo largo del año. "Necesitábamos tiempo para irnos conociendo a nosotros mismos, para formar equipo, para saber qué es lo mejor de cada cual, quién es el sabueso, quién el paciente, quién el más fuerte a la hora de enfrentarse cara a cara a un tipo de éstos", afirma el responsable de la unidad. A El Tito le siguieron otros siete detenidos durante el mes de febrero y primeros de marzo, hasta que repescaron de los archivos el caso de Franck Couchellou, buscado por la policía francesa desde noviembre de 2003, experto en fugas, condenado por tráfico de drogas, tenencia de armas, falsificación; considerado como un hombre peligroso, violento y armado, un delincuente de gran movilidad y que solía cambiar frecuentemente de aspecto. En un trabajo conjunto con la policía francesa se detectó que tenía previsto acudir al aeropuerto de Barajas para recibir una visita. Se le detuvo en la sala de espera de la terminal 1 el pasado 9 de marzo. Había supuesto mes y medio de trabajo. Los policías franceses que viajaron a interrogarle trajeron champaña para celebrar su captura.
Los casos fueron aumentando. Llegó el turno de Walter Emil Schwellinger, un alemán de 55 años, cerebro de una importante red de prostitución, inmigración ilegal y blanqueo de capitales en los alrededores de Francfort. Schwellinger era uno de los delincuentes más buscados en Alemania, entre otras cosas porque su organización había comprado los servicios de un alto funcionario de la policía alemana, que le iba informando de todos los pasos que se iban dando en la investigación. Schwellinger se movía en diferentes lugares de las Baleares y la costa levantina. En el mes de marzo llegaron a detectar una cita con otro delincuente en Ibiza para proceder a la venta de un local de alterne en Alemania, pero Schwellinger no acudió. El cerco se fue cerrando y se supo que se movía con un BMW X-5 por la zona de Denia. Fue localizado en una cafetería el 3 de mayo.
Poco después se centraron en la reclamación de las autoridades lituanas sobre Darius Blinkevicius, miembro de una organización criminal denominada Tulnipai, creada en el año 1993 y entre cuyas actividades estaba el tráfico de armas, el contrabando, los secuestros, extorsiones y asesinatos. Blinkevicius ocupaba en esos momentos el número uno entre los delincuentes más buscados en Lituania: pesaban sobre él seis asesinatos y dos delitos de lesiones graves. Era un experto en el uso de subfusiles ametralladores: en una de las acciones llegó a efectuar 32 disparos contra cuatro objetivos, matando a tres de ellos.
Blinkevicius estaba en España. Por una llamada a un domicilio en Lituania, la policía detectó que este delincuente se encontraba en los alrededores de Adra, en Almería. "Fue un caso de investigación pura y dura. Fuimos acotando la zona hasta que dimos con él en un domicilio de la calle del Mar Caribe", recuerda un agente. Allí vivía Blinkevicius sin levantar sospechas, en compañía de su mujer y su hija. Guardaba en un paquete un total de 6.500 euros. Blinkevicius intentó autolesionarse al ser detenido, pero fue reducido.
El Grupo de Fugitivos estaba dando buen resultado por muchos motivos. "Estábamos experimentando con un equipo especializado y comenzábamos a centralizar, a depurar y a tratar la información que se recibía. No todo iba directamente al archivo a la espera de alguna casualidad o de un mejor momento", dice su responsable. Ni siquiera una casualidad hubiera dado con el paradero de Tomislav Kacarevic, un delincuente serbio, jefe de un grupo organizado que se dedicaba al robo y la falsificación y que operaba por el norte de Europa, sobre todo por Bélgica. Kacarevic estaba implicado en el robo de joyas del Museo de Diamantes de Amberes por valor de 1.397.560 euros. La investigación policial había dado con la intervención de dos teléfonos, de lo que se dedujo que se movía en la Costa del Sol y en Benidorm. Había otros datos: tenía numerosos tatuajes en el cuerpo y padecía una laringectomía, así que indagaron entre clínicas y servicios médicos de la zona. El rastreo del Grupo de Fugitivos no dio ningún resultado, pero sirvió para alertar a las comisarías de la zona y dejar instrucciones precisas, además de material, fotos y huellas dactilares del citado delincuente. En el mes de mayo, durante un control rutinario en Benalmádena, la policía paró a un ciudadano checo llamado Pavel Schallenberger, que conducía un Jaguar robado en Italia. Fue detenido. Al llegar a la comisaría de Fuengirola, sus huellas dactilares coincidieron con las de Kacarevic. Era él. De no haber mediado el trabajo anterior, de no estar informada esta comisaría de la posible presencia de este delincuente, de no tener a mano sus datos, el serbio habría sido uno de tantos delincuentes que entran por una puerta y salen por la otra.
Fugitivos internacionales
Un estafador americano detenido en el hotel Les Arts en Barcelona; delincuentes españoles fugados de la cárcel; hombres buscados por la policía de Holanda, Alemania, Reino Unido, Bélgica, Italia, Francia, iban aumentando la lista del primer año.
Así hasta la detención de Lizière, el pederasta belga; luego, las navidades, y, después, la celebración del primer cumpleaños del Grupo de Fugitivos con la detención en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) del mafioso italiano Umberto Passaro, responsable de una red de distribución de cocaína que llevaba la droga a Bélgica, Holanda e Italia, reclamado por diversas policías europeas desde los noventa. Passaro tenía algún negocio legal en la zona, caso de una pizzería, y parecía vivir tranquilo. Había bajado la guardia. Tanto es así que se le detuvo el día de su 58º cumpleaños durante una fiesta familiar. Fue, por tanto, una doble celebración.
Passaro era el detenido número 89 en un año. El Grupo de Fugitivos suma así 89 palotes. Es una cifra muy alta, dada la peligrosidad de los delincuentes. Otros grupos equivalentes en Europa, con una dotación de hombres que multiplican por cinco los de la unidad española, han obtenido resultados inferiores. El grupo será reforzado. La experiencia ha servido para evidenciar una vez más que España tiene un serio problema en su suelo.
89 detenidos, casi todos en la costa mediterránea
EL TRABAJO del Grupo de Fugitivos ha permitido cooperar estrechamente con equipos similares de otras policías europeas, comenzar a satisfacer así las demandas que venían de Europa y sacar provecho de las ventajas que daba la aplicación de la orden europea de detención. Las cifras del primer año ofrecen la detención de 9 destacados delincuentes alemanes, por 10 franceses, 8 italianos y 4 del Reino Unido. Del total de 89 detenidos, sólo 17 son españoles. La gran mayoría fueron descubiertos en la costa mediterránea.
La policía belga ha obtenido inesperados éxitos de esta colaboración: ha logrado cazar en España a 15 peligrosos delincuentes, una cifra impensable en otros tiempos en los que las demandas se iban archivando sin remedio. En el mes de agosto pudieron detener a Eric y Ulrico, padre e hijo, en Chiclana (Cádiz), contrabandistas de tabaco, quienes habían dado orden de asesinar a tiros a dos hombres, uno polaco y otro rumano, frente a un hotel de la localidad de Bouillon. Ambos residían legalmente en España y llevaban una vida acomodada. Disponían de dos domicilios y en uno de ellos tenían un lobo domesticado, que utilizaban para vigilar una de las viviendas. También cayó De Webber, que dirigía una banda de albano-kosovares que golpeaba en polígonos industriales por toda Europa.
Algunas de las actuaciones tuvieron una gestión lenta y paciente. La visita del inspector jefe del grupo francés a Madrid puso en marcha una operación especial para buscar a Alain Marcel Emile Dulion, un importante narcotraficante sobre el que la policía francesa llevaba trabajando desde hacía 10 años. Se sabía que residió durante algún tiempo en una lujosa casa en Tetuán (Marruecos). Posteriormente, Dulion, de 54 años, se refugió en la Costa del Sol, desde donde dirigía las operaciones de transporte de droga a Francia. Se sospechaba que llevaba documentación falsa y había cambiado físicamente. Pero tenía un defecto físico: era cojo.
La investigación duró nueve meses. En tres ocasiones, policías franceses acompañaron a los españoles durante la investigación. Se sospechaba que regentaba algún prostíbulo en Levante; se buscó en centros comerciales, investigando entre los vigilantes de seguridad si habían detectado la presencia de un hombre de sus características acompañado de mujeres que llamaran la atención. Se usó de los trucos del oficio, algunos de los cuales no pueden desvelarse, para acotar el terreno y dar finalmente con su paradero en Villafranqueza, en Alicante, adonde se dirigía para hacer una visita. Allí fue detenido el 12 de diciembre. Tenía, efectivamente, una identidad falsa a nombre de Henry Aubry. El hombre llevaba ocho años viviendo en España. Y nadie le había molestado hasta entonces, a pesar de que, con el nombre falso de Henry Debry, pesaba sobre este delincuente una orden de detención decretada por un juzgado de Alicante por un delito contra la seguridad del tráfico, por conducir borracho.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.