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Columna
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El bobo

Manuel Rivas

Tengo una confianza casi ilimitada en la ley de la causalidad mágica. Creo que, como dice la Edda islandesa, la primera y la segunda palabra te llevarán a la tercera. En Viena, el emperador decide firmar un decreto de persecución de los hebreos. La noticia corre de jinete en jinete y llega a una lejana aldea de la Galitzia polaca. Allí, un escribano judío intenta escribir una carta para alertar a más gente. Nervioso, se le cae el tintero. Justo a esa hora, en palacio, el emperador se tiene que levantar de la silla ofuscado. Al tomar la pluma para firmar, se le ha derramado la tinta sobre el decreto y, lo que es más importante, en la entrepierna. A los incrédulos les invito a pensar en un episodio más reciente. En Buenos Aires, una mujer se pone una pañoleta blanca en la cabeza. Y otra mujer se pone otra. Y otra, otra. Y otra. Las ignoran. Las tratan como espectros. En cierta forma, lo son. Su presencia es el recuerdo de la muerte. Las madres de las pañoletas giran y giran en silencio en la plaza de Mayo. Ese trazo tenaz tiene un sentido: pone al descubierto el gran cráter. Cada pañoleta blanca empezó a verse como un sumario abierto contra los criminales que usurparon la nación. Fue así como una pañoleta acabó con una dictadura.

Pero la ley de la causalidad mágica ofrece a diario manifestaciones mucho más vulgares y cómicas. Escucho en la emisora del Santo Oficio a uno de sus intelectuales más moderados: "Mamarrachos, tontos, bobos, que sois todos unos bobos" (sic). Como pueden comprobar, también aquí se cumple el precepto de que la primera y la segunda palabra te llevarán a la tercera. Al principio, creí que se trata de un saludo original, una especie de alegre convocatoria. Tras muchos fracasos haciendo humor tradicional, los hermanos Marx se labraron así una reputación, insultando a los espectadores. Pero no, están hablando en serio. De repente, se abre una puerta en el transistor y aparece uno de ellos. Es clavado al hombrecito de Roswell, aquel primer extraterrestre de Nuevo México. ¿Qué hacer? Nada de sonrisas ni de buen rollo. Es algo que les pone furibundos. "Bobo, ¡hay que votar no!", me espeta. "Adiós, señor Roswell", le contesto. Ha resuelto mis dudas sobre la Constitución europea. Votaré por humano instinto de conservación. ¿Ven cómo funciona la causalidad mágica?

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