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¿Vidas discontinuas?

Joan Subirats

Me decía un querido amigo que celebra su aniversario tal día como hoy, que los años le pasaban cada vez más deprisa y, en cambio, los minutos se le iban haciendo largos. La frase me sonó enigmática, pero familiar. Dicen los expertos que en la fase de madurez de una persona, una vez superadas las encrucijadas estratégicas que van apareciendo aquí y allá en los años de juventud, la continuidad relativa de lo que se hace y se siente, la estabilidad aparente de trabajo y amor, provoca certezas a medio plazo, compensadas por mayores y más profundas capacidades de vivir el devenir diario. Pero esas ideas contrastan con la creciente discontinuidad vital que vemos proliferar a nuestro alrededor. La modernidad se construyó con individualidades que lograban controlar y estabilizar sus vidas, entre las continuidades laborales y sentimentales. Un trabajo para una vida. Un amor para una vida. Una vida que se iba alargando y provocaba que fuera haciéndose cambiante el entorno material de las personas, cuando antes, precisamente, eran las personas que iban sucediéndose mientras los objetos y las paredes se mantenían. En nuestros días, sólo la precariedad parece estabilizarse. Y es entonces cuando en ese fugaz momento de los aniversarios, cuando detenemos la mirada en nuestro propio itinerario vital, pretendemos reconstruir una biografía a la que le empiezan a faltar consistencias y secuencias relativamente sólidas.

Individualidad y sociabilidad se necesitan mutuamente para coser las discontinuidades de la vida

Acostumbrábamos a decir que las identidades personales se forjaban en los ámbitos familiar-emocionales y en los espacios formativo-laborales. Pero la inestabilidad-escasez laboral (nos decían ayer que más del 50% de los jóvenes no tienen empleo estable, y muchos mayores de 50 años o no encuentran trabajo o son jubilados prematuros) ha ido convirtiendo en excepcional la integridad unitaria del trabajo. Mientras, los amores se vuelven más plurales y exigen acudir en todas direcciones (pareja, hijos, padres... con disparidades cada vez más difíciles de conciliar). Crece en cada individuo el pluralismo de labores, de amores, de identidades, y ello exige tratar de reconstruir ese yo hecho a pedazos con algunos trazos que permitan transitar con algunas, pequeñas, certezas. Los aniversarios sirven muchas veces a los adultos para ir recomponiendo sus trozos de personalidad, creando continuidades donde cada vez las hay menos y viviendo intensamente el día a día, sin posibilidad de decidir qué se va a hacer mucho más allá de esa labor diaria, de ese "pasarlo bien" cotidiano.

Nos dice Bauman que las ciudades son especialmente propicias a ese convivir de extraños que buscan mezclarse sin quedar atrapados en excesivos lazos. Las ganas de mezclarse, de pasar desapercibido en medio de tantas individualidades diferentes, convive con el vértigo que genera esa misma mezcla y diversidad. La mixofobia o temor a la mezcla genera en algunos la búsqueda de la comunidad de similares, pero esa misma similitud provoca insatisfacción y acaba profundizando en las barreras y la reducción de la tolerancia ante lo diferente. Ése es un riesgo más de itinerarios vitales cada vez más desencajados y discontinuos. La misma falta de referentes sociales diversos, la no aceptación del riesgo de los intercambios con los otros, obliga a situar la realización personal en el puro éxito individual, y es precisamente eso lo que acaba reduciendo los elementos de diferenciación de cada persona, ya que cada vez para más gente lo único que cuenta es su devenir individual, desconectado de sus conciudadanos. Pero, justamente, ese devenir individual es cada vez menos controlable, más discontinuo y azaroso, menos privado de sentido.

Las biografías individuales no pueden rehacer su solidez a posteriori, buscando coherencias intencionales en accidentes y coyunturas vitales ya superadas e irrecuperables. Pero cada quien puede tratar de combinar la aleatoriedad creciente de las experiencias laborales y emotivas, con reconstrucciones de lo colectivo que vayan dando sentido a esos fragmentos vitales diarios, intensos pero poco duraderos. Individualidad y sociabilidad se necesitan mutuamente, y no hay demasiados espacios para reconstrucciones biográficas hechas al margen de los que van acompañándote en tu furgón vital. Los aniversarios son a veces espacios en los que se abren puertas y se tienden puentes con los demás, con tus acompañantes. Espacios temporales en los que recuerdas y reúnes retazos de tu vida, para reconstruir juntos, para proyectar imágenes y esbozar futuros.

Podríamos decir que ese querer ser alguien que hoy preocupa a tanta gente no parece fácil de alcanzar de manera autónoma y desconectada. A no ser que aceptes sin regañadientes las pautas que otros diseñan por ti. Weber recomendaba perseverancia y capacidad de sobreponerse a las exigencias cotidianas. Y podríamos añadir a ello la capacidad de asumir riesgos, de construir puentes, de imaginar futuros colectivos, de estar y vivir con otros. Las discontinuidades vitales no nos deberían conducir forzosamente a fragmentaciones sociales ni a la pérdida de referentes personales y colectivos. Y asi quizá podremos seguir cumpliendo y celebrando años sin dejar de sentir y disfrutar con intensidad muchos más minutos.

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Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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