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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

¡Qué duro es tocar!

Lo que tiene de bueno caminar por el centro de Barcelona una tarde en la que la gente se ha echado -literalmente- a la calle a comprar artículos rebajados es que puedes encontrar un terceto de cuerda tocando un aria de Bach. En realidad, eclipsada por los berridos de la gente, la música no la oyes hasta que tienes a los músicos en las narices, pero una vez que has dado con el grupo y te haces un sitio para escucharlo mejor te parece haber entrado en la gloria.

Eso fue lo que me pasó hace unos días en la calle del Pi. El terceto eran tres jóvenes, dos violines y un violonchelo. Tocaban con ganas y se reían de sus propios fallos. Se notaba que eran estudiantes, que aprendían y que se lo pasaban en grande, aunque luego descubrí que tocar en la calle resulta mucho más duro de lo que parece: el griterío no es el mejor aliado, se pasa frío y los dedos no corren todo lo que quisieras, has de adaptar el repertorio al gusto estándar de la gente, no al de los intérpretes... Pero Clara, Cèlia y Maria pasan por alto esos pormenores y en tiempo de vacaciones cogen sus instrumentos y se instalan en la calle. El día que yo las oí estuvieron tocando poco más de una hora porque el frío les helaba las manos, pero recolectaron más de 100 euros, cosa que no está nada mal.

Tocar en la calle es duro: se pasa frío y el repertorio se tiene que adaptar al gusto estándar, para que la gente no pase de largo

Clara Pelegrín es de Granollers, tiene 19 años y estudia primero de magisterio musical y el sexto curso del grado medio de violín. Para tener la carrera completa le quedan aún cuatro años, que es el nivel superior, pero tiene bastante claro que lo dejará aquí. Trabaja dando clases particulares de violín y a veces hace sustituciones. Se ve dando clases, que es lo que le gusta, pero volverá a actuar siempre que pueda, aunque sea en la calle, muriéndose de frío. "Para entrar en una orquesta exigen haber acabado la carrera superior, aunque el intérprete sea de lo más bueno", afirma Clara.

Cèlia Torres es de Badalona, tiene 18 años y estudia primero del grado superior de violonchelo en la ESMUC (Escuela Superior de Música de Cataluña) con sede en el Auditori. Le faltan tres años para graduarse y, aunque sea muy duro, piensa terminarlos. Tiene una beca del Ministerio y la aprovecha. De momento vive con sus padres, igual que Clara. Cèlia quiere ser concertista, pero es consciente de que es un sueño. "Llega un momento que conoces tus posibilidades. El nivel para ser un solista es altísimo y también es muy difícil entrar en una orquesta: el nivel sigue siendo el máximo, hay muchos músicos extranjeros mejor preparados que los de aquí y es imposible competir con ellos. Y te quedas en la calle".

Maria Ruano es de Alella, tiene 19 años y en este momento está estudiando con un profesor particular ruso en Madrid. Se lo paga trabajando, pero sabe que este aprendizaje no le va a servir de nada si quiere entrar en una orquesta, porque lo que le van a exigir son papeles. "Estoy encantada con este profesor, pero tendré que dejarlo y apuntarme a un conservatorio para terminar el nivel superior". Maria es la que tiene más claro que se marchará al extranjero y es muy crítica con la reforma de la LOGSE, que valora más los títulos que la calidad.

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Las tres intérpretes se conocieron en el conservatorio de Badalona. Fueron sus padres quienes las empujaron a estudiar música. Tenían apenas cinco años (Maria empezó con tres) y no sabían muy bien si les gustaba o no. Luego hicieron amigos, hasta que, cuando las cosas se pusieron serias, se dieron cuenta de que estudiaban música porque les gustaba. La carrera dura 14 años, sin contar los cursos elementales, pero siempre son muchos más porque algunos cursos se repiten y otros se trabajan con más tiempo porque uno no está suficientemente preparado. "Cuando tienes algo de nivel te buscas un buen profesor y si te entiendes con él ya no lo dejas, aunque sea fuera del conservatorio", comenta Clara. "Tocar no es sólo teoría, se trata de sentir, de llegar a una comunicación con el instrumento y tu profesor. No todos los profesores conectan con todos sus alumnos. Por eso la obligación de la LOGSE de formarse en un conservatorio no siempre funciona", dice Cèlia.

Maria, que nos habla desde un móvil porque ya está en Madrid, critica la LOGSE porque antes la carrera duraba cuatro años menos y podías escoger tu profesor y examinarte por libre, mientras que ahora sólo se examina desde un conservatorio y estos, dicen ellas, acostumbran a ser muy carcas. Lo cierto es que muchos músicos terminan sus carreras fuera de España. Y al final se quedan allí. Tocar un instrumento con algo más que soltura requiere dedicación completa. Cèlia se pasa casi todo el día encerrada en el Auditori. No se queja porque le gusta. A Clara le gustaría disponer de más horas libres para estudiar. Las tres están encantadas con la experiencia de tocar en la calle. Lo han hecho otras veces y siempre les funciona, aunque no tocan lo que quieren. "Está comprobado que el Canon de Pachebel reúne a un montón de gente. Pero si nos decidimos por algo que no les suene la gente pasa de largo", comentan Cèlia y Clara riendo. Las Estaciones de Vivaldi, la Serenata Nocturna, la Marcha Nupcial de Mendelson están en su repertorio. "Hay personas que se conmueven, que nos dan las gracias por tocar. Eso vale mucho", afirma Cèlia. Sí, tocar es duro, pero sólo por ese instante, compensa.

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