Violencia y videojuegos
Soy un varón de 20 años que lleva jugando a los videojuegos desde los siete. Mis padres me regalaron la Gameboy, la Super Nintendo y la Nintendo 64. Conocían perfectamente el contenido de los juegos que venían con las consolas, y conocían perfectamente el contenido de los juegos que comprábamos mi hermano y yo con nuestros ahorros. Estoy hablando de cuando apenas existían medios de calificación por edades y yo podía perfectamente comprarme el último juego violento del momento.
Hoy en día, la organización europea PEGI (Pan European Game Information), la encargada de establecer las calificaciones por edades, se encarga de etiquetar y clasificar todos los videojuegos que salen al mercado. Estos juegos están calificados y clasificados por edades y contenidos, detallándose éstos en el anverso y reverso del embalaje. Por lo tanto, la persona que compra el juego sabe perfectamente el contenido del mismo y a qué edades va dirigido, otorgando a los padres o tutores de los menores que desean un determinado juego la información necesaria para que decidan si comprarlo o no.
En las propias tiendas se llevan a cabo medidas para que los videojuegos considerados violentos o conflictivos no caigan en manos de personas a las que no van dirigidos. No vender a un joven de 15 años un juego para mayores de 18 es una tarea a la que se enfrentan diariamente los trabajadores de las tiendas. Y es una práctica muy común, que tranquilamente supera el 80% de los casos.
Por más que lo intenten demostrar algunos, no existe ningún videojuego donde se obtengan puntos o recompensas por matar a peatones o a personas inocentes; de hecho, en la inmensa mayoría el jugador es penalizado. Es cierto que existen videojuegos no comerciales, tipo Flash, que incitan a la violencia gratuita, como simular un atentado suicida o maltratar a una indefensa chica japonesa. La responsabilidad de estos contenidos recae en la persona que ha creado el juego, y en ningún caso en la industria. Estos juegos nunca acaban en las tiendas, ni lo pretenden.
Me resulta chocante, pues, que haya ciertas industrias, como la del cine, que gozan de una independencia mediática con respecto a las creaciones piratas y/o independientes, y la del videojuego no.
La responsabilidad de la educación de los hijos recae, como en tantos otros casos, en los padres. Son los padres quienes tienen que regular el contenido al que están expuestos sus hijos para que no crezcan con los valores equivocados y con una visión más superficial de la violencia. Por supuesto, las tiendas deben seguir haciendo que los menores no tengan acceso directo al comercio de juegos que no les corresponden.
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