La 'perpinyatización' de Valencia

No hay que morir sin hacer el viaje de Alicante a Perpinyà. Hacer este viaje es igual que leer un libro que, con letras grandes y lenguaje sencillo, nos relata la situación socio-político-lingüística de nuestra lengua. En Alicante vibra en la calle el autoodio. La sola pretensión de hablar valenciano se convierte en una heroicidad; cuando no te entienden, no te quieren entender... extranjero en tu propia tierra.

En el camino se pasa por Valencia, cuna de aquellas polémicas eternas que paralizan y anulan la propia identidad, y dejan huérfano de cap y casal cabeza a todo el resto del país.

Pasamos por Barcelona, donde la lengua resiste reavivada y amparada por las administraciones, algo más responsables que las valencianas. Girona eleva el nivel, y se nos presenta como modelo de normalidad lingüística. Tiendas, cartas de restaurantes, calles, librerías, música, folletos informativos... el catalán está por todo alrededor.

La otra vertiente de los Pirineos planea hacia Perpinyà, antigua Corona de Aragón, y actual territorio francés. Allá vuelve a no escucharse el catalán más que en los museos: hay uno dedicado a la catalanidad, donde un hombre viejo y menudo que te atiende todavía lo habla.

Muchas cuatribarradas en Perpinyà. He aquí una ciudad ya del todo despersonalizada, con un grado de olvido ya superior al de Alicante.

Ejemplos de la táctica de perpinyatización: las polémicas provocadas sobre el trinomio lengua-bandera-denominación del territorio, el proyecto de Ciudad de la Lengua "Castellana" en Castellón, o la profundización en los recelos alicantinos en Valencia. Tanto les da que la cultura se relegue a las vitrinas de un museo. O incluso igual es esto, justamente, lo que pretenden.