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Análisis:AÍDA | Tele 5
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Olvidar '7 vidas'

Aída (Tele 5) arranca con el funeral del padre de la protagonista, una escena alocada en la que los familiares se reúnen a insultar al muerto y pelearse entre sí. Esta desestructuración inicial se expande a toda la serie, que trata de las vivencias de una madre con hijos inestables en un medio difícil y duro, parecido, salvando las distancias, al de Manolito Gafotas. Paro, marginación, pobreza, el contraste entre la realidad y el tono de comedia con algún subidón sentimentaloide chirría inicialmente, pero, tras el primer impacto, el espectador intenta habituarse a una fauna de vecinos bocazas y ludópatas (Mariano Peña), ex drogadictos (Paco León), prostitutas (Melanie Olivares) y tendero buenazo con ambiciones literarias (Pepe Viyuela). En medio de la espiral sociológica del decorado está Aída, que hereda el piso de su padre con su madre dentro (Marisol Ayuso), con la que mantiene unas relaciones pésimas. Aunque Aída proceda de 7 vidas, lo mejor es olvidarse de la serie madre. El tono es diferente, quizá por una estrategia de terapia de choque que apuesta por distinguirse en lugar de parecerse. El mundo que retrataba 7 vidas era menos naturalista, más de clase media, y el tono de los diálogos más sutil. Aquí, el personaje de Aída, que en 7 vidas se lucía con apariciones dosificadas que hacían de contrapunto a los demás personajes, no desarrolla los registros que le permitirían conectar con la red de disparatadas o entrañables relaciones de su entorno.

No sé si gritando tanto conseguirá encontrar su sitio, pero, en la primera entrega, Carmen Machi se hartó de chillar, reñir, discutir y comunicarse con sus semejantes en un tono de exasperante estridencia. Eso tiene remedio, aunque sería bueno que un especialista le hiciera una audiometría a la serie. A ratos tienes que bajar el volumen porque Aída o su madre gritan como posesas, otros tienes que subirlo porque no entiendes nada de lo que dicen, de lo cual se derivan cuatro hipótesis: a) me estoy quedando sordo, b) no vocalizan, c) hablan demasiado deprisa y d) el idioma está mutando y yo con esos pelos. El humor de las situaciones y los diálogos tampoco es el colmo de la sutileza. Se potencia más la simpatía que la gracia, el malentendido que el enredo, y se recurre a viejos trucos, como que un personaje (una especie de Julián Muñoz en versión simpática y con menos poder) confunda ludópata con homeópata, seminal con subliminal y licántropo con filántropo. Las relaciones de Aída con su madre y sus hijos, una adolescente respondona (Ana María Ruiz) y un niño sin respeto por la propiedad privada (David Castillo), son parte del núcleo de esta historia, que mejorará cuando descubramos que Aída-Carmen Machi sabe hacer algo más que gritar.

[Aída contó en su estreno, el pasado domingo, con una media de 6.863.000 espectadores (36% de cuota)].

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