_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Ayer, milagro

Emir Kusturica vino a Madrid a presentar su nueva película, La vida es un milagro, y dijo aquí que intenta plasmar en ella, a través de los animales, una sentimentalidad, la emotividad que descubre en ellos. De haber pasado por la calle de Hortaleza un 17 de enero, San Antón, hubiera tenido una magnífica oportunidad para verlos en su salsa, que fue lo que ayer volvió a suceder.

Kusturica, que reconoce que sus rodajes se parecen cada vez más a un circo, pudo encontrar en esta romería que improvisan todos los años los madrileños un material de rodaje excepcional, lleno de humor y muy expresivo. No creo que para eso precise ninguna sofisticación el desfile, incluso puede prescindir de los guardias de gala y a caballo que sigue aportando el Ayuntamiento al festejo, pero, en el caso de que necesitara espectáculo musical, como es propio de Kusturica, para acompañar esta expresión de convivencia de los animales y sus dueños, es posible que la corporación municipal se animara a acompañar de una escenificación moderna las llamadas vueltas de San Antón, tan castizas.

Lo hizo con acierto en el final de la cabalgata de Reyes, y los que vimos aquella hermosa exhibición de buen gusto desde el extranjero creíamos estar en el Madrid del 2012, mientras TVE, con su programa de fin de año, nos conducía a la España del pasado.

Para una tragicomedia, que es lo que le gusta a Kusturica, una vía principal de Madrid convertida en una feria de ganado por un día da mucho de sí. Y, además, a lo mejor está de acuerdo en que nada se presta más a la caricatura que lo sentimental, y en que es fácil traspasar en esa relación la línea del sentimiento puro para entrar en el ridículo terreno de lo sentimentaloide. Cuando eso pasa con ellos, los animales no tienen la culpa, son ajenos a esas fronteras, pero es el hombre con su cultura, que incluye también un imaginario lleno de arbitrariedades, el que somete a su mascota a extravagantes imitaciones de los comportamientos humanos. Los perros volvieron ayer a hacer el ridículo festivo con sus atuendos de colores, hechos de punto, disfrazados para la ocasión por sus dueñas.

Se quedan ellas más tranquilas con el chucho pasado por agua bendita y el chucho no pone cara de rechazo, como si ir vestido de lagarterana formara parte de elementales condiciones de convivencia. Y quizá Kusturica sea de los que piensan del hombre que por sus animales los conoceréis. Un hombre entrado en edad, con bigotillo escaso, abrigaba ayer a su can con la bandera española. En el perro no se detectaban por su tranquilidad especiales indicios de fervor patriótico. Ni en otro al que un joven le había colgado la bandera estadounidense advertí alteración alguna en el morro ni en los ojos. El amor está por encima de las guerras y de las ideologías, que es una de las cosas que dice Kusturica que quiere demostrar con su película. Y esa primacía del amor es lo que quizá llevara a una muchacha de Chueca a ponerle un pearcing a su gato, al que su gato no era indiferente por los arrumacos que le hacía a su dueña. En el caso del que llevaba una serpiente abrigándole el cuello no puedo hablar, por incapacidad de percepción para eso, de si la serpiente se hallaba o no a gusto, pero el rostro de su portador era el de un sobrado de sí mismo que no teme al riesgo. Lo fácil hubiera sido encontrar cara de gañán en el dueño del hermoso cerdo que admiró al cura que lo regó con su hisopo desde la ventana de la iglesia, pero tanto el cerdo como su amo tenían cara de lustrosos.

Pero estos guiños locales pasarían inadvertidos para Kusturica, al que como se ve le estoy proponiendo una película madrileña en la que se pueda comprobar también que la vida es aquí a veces un milagro, que el humor no nos falta, y que la alegría, que tanto le gusta al cineasta, puede trasformar la urbe áspera en territorio rural. Sin embargo, a la política local no es ajeno el hecho de que éste sea un país que se divierte tratando con crueldad a los animales, que los persigue a garrotazos por los campos, pone fuego en los cuernos al toro, somete a una lenta agonía en la horca a los galgos y tira cabras desde los campanarios. Ese es uno de sus retratos. Y por eso, ayer, la vida era un alegre milagro en la calle de Hortaleza.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_