A cielo raso
Las máquinas tiraron ayer las primeras seis casas del conjunto que derribarán en la Malva-rosa, donde viven 150 vecinos
Amanecieron a la intemperie. Tenían miedo de que las máquinas cumplieran el horario previsto y a las siete de la mañana de ayer arramblaran con su casa. Dos camas juntas, una docena de mantas y una hoguera cobijaron a nueve miembros de una misma familia, los Camarones, entre ellos dos niños, Antonio y Enrique, de cuatro y tres años, y una niña, Arantxa, de diez años. Con la primera luz del día, vaciaron los últimos enseres de la que había sido su casa en los últimos cuatro años: el número 39 de la calle del Callao, en la Malva-rosa, los primeros metros de la que será prolongación de la avenida de Los Naranjos, una actuación que lleva el sello de los proyectos previstos en Valencia para la celebración de la Copa del América en 2007.
Casi todo cupo en una furgoneta. La luz que han tenido salía del alumbrado de la calle. El agua, hasta hace poco, de una fuente situada a unos 40 metros y cuya boca quedó bajo candado hace unas semanas. Entre las garrafas y los cubos, en la casa ya vacía, Josefino, de 54 años, y sus hijas Vanessa, la Vane, y Arantxa, arreglaban a los más pequeños para ir al colegio mientras Antonio, el Camarón, recogía los últimos trastos. Las profesoras del colegio concertado Santiago Apóstol, al que van los niños, un Centro Acción de Educación Singular (CAES) vinieron a buscarlos. "No os preocupéis que ya les ducharemos en el cole y les lavaremos la ropa. Lo mejor es que no vean las máquinas", dijo Concha Navarro, tutora de tercero de primaria a la Vane y a la Mori, madres de los más pequeños. Y con ellas, la directora del centro, Mamen Gans. "No hay derecho. Se les pidió que se empadronaran, lo hicieron. Se les pidió que escolarizaran a los niños, lo hicieron. Ellos han cumplido. El Ayuntamiento no. ¿Cómo les pueden decir que se busquen una casa en alquiler? Son gitanos, ¿quién se la alquila? Nadie. Es así, a todos los tratan igual y lo saben. ¿Dónde están hoy? No aparecerán. Y son quienes deberían resolver esto".
Mientras Mamen trató de contactar con los servicios sociales del Ayuntamiento y Miguel López y sus compañeros de la ONG Cooperación Social Universitaria -monitores voluntarios en el colegio Santiago Apóstol y estudiantes de la Universidad Politécnica de Valencia- averiguaban dónde estaba el arquitecto municipal, un grito desesperado alertó de la presencia de la excavadora. Marga no habla. Sufre síndrome de Down. Tiene 20 años. Los nervios hacen que se pegue y pegue a Josefina. Ayer se desgañitó ante las máquinas.
A las 9.30 cayó la primera pared de la casa de los Camarones, chatarreros, huidos desde Málaga por un enfrentamiento con otra familia gitana en una reyerta. "Es tan difícil que uno de ellos se enganche al colegio. Les tratas de dar un mensaje que con estas cosas se viene abajo", explicaba Mamen. El colegio que dirige tiene más de 140 alumnos, todos de población marginal. En su comedor comen más de los que tienen concedida la beca. Una lavadora y una secadora funcionan sin parar "porque si no tienen agua corriente no les voy a decir que los niños no entran porque estén sucios, pues se lavan". De las más de 50 familias que serán desalojadas de la zona, unos 150 personas, más de una veintena son alumnos de Mamen. "Esto es muy difícil para todos. Trabajamos para que aguanten en el colegio toda la obligatoria. Lo conseguimos a veces, otras, no. Pero hay que seguir trabajando y buscando soluciones. Dejarlos en la calle, sin nada, sin expectativa alguna, no lo es".
Mamen y parte de los casi 20 vecinos desalojados ayer trataron de hablar con la concejal de Servicios Sociales, Marta Torrado, en busca de algo más que un albergue para tres días. Las acompañó Consuelo Orias, concejala del PSPV. Torrado no les recibió, tampoco contestó a este periódico. Su jefe de servicio, Miquel Romeu, les despachó en un pasillo. Solución: ninguna. Anoche, unas tiendas de campaña levantadas entre profesoras y voluntarios se anunciaban el abrigo más inmediato.
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