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Columna
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Colesterol bueno de la economía española

Joaquín Estefanía

Hay algo de fraudulento en la polémica sobre los efectos inflacionistas del Salario Mínimo Interprofesional. En primer lugar, que en la subida de la inflación de los últimos años, el capítulo de salarios es menor: los salarios se están incrementando menos que el IPC, lo que significa que los trabajadores están perdiendo poder adquisitivo. Segundo, que ese efecto inflacionista lo denuncie la patronal, pues al hablar de la falta de competitividad hay que fijarse más en la práctica empresarial que en los salarios.

El sector exterior restará al crecimiento económico del pasado año al menos dos puntos. Las cifras de los 10 primeros meses del año indican que el déficit por cuenta corriente de la economía española (que refleja los ingresos y pagos por operaciones comerciales, servicios, rentas y transferencias) prácticamente duplicó el del mismo periodo de 2003: aumentó un 94,4%, hasta alcanzar los 30.098 millones de euros. ¿Por qué este fenomenal aumento?: básicamente, por el incremento del déficit comercial. Las exportaciones están creciendo a un ritmo del 3,9%, mientras que las importaciones lo hacen a un ritmo del 10,7%. Esto demuestra que la demanda interna sigue tirando de la economía española, pero que nuestros productos (los que se mandan al exterior) cada vez son menos competitivos, por que sus precios crecen más rápido que en el resto de los socios comunitarios.

Y esto no es culpa de los salarios. ¿Qué es lo que fundamentalmente exportan las empresas españolas?: productos manufacturados tradicionales, con menor peso de los elementos de contenido tecnológico más elevado. ¿Qué es lo que importamos?: a veces, las mismas cosas que se fabrican en España, pero a un precio inferior las que llegan de fuera. De tal modo que se da la paradoja que, al mismo tiempo que crecemos más que la media de la Unión Europea, perdemos cuota de mercado mundial respecto a ella.

Ello nos lleva, de forma paralela, a otro problema de nuestro tiempo: la deslocalización de empresas. Las últimas noticias indican que empresas que hace tiempo se fueron de España y se trasladaron a Marruecos por tener unos costes laborales más pequeños, ahora se están deslocalizando de Marruecos hacia China, en busca de salarios y protección social todavía más bajos. Algún día veremos cómo también se van de China...

España ya no puede competir con su entorno fundamentalmente a través de los costes salariales. Eso lleva al suicidio. La competitividad de las empresas ha de elevarse a través de otros capítulos como la educación de los trabajadores, las inversiones en I+D+i o las mejores infraestructuras. Y ello es, en buena parte, protagonismo empresarial. Según los últimos datos de la OCDE, a través de su informe "Perspectivas de la ciencia, tecnología e industria 2004", España sigue muy por debajo de la media de los países de la OCDE en ese capítulo (1,03% del PIB frente al 2,26%). Un reciente informe de unos profesores de la London School of Economics indica que tan importante como la inversión en I+D es tener una organización empresarial (innovación) moderna: una sociedad con mucha inversión en I+D y una organización empresarial antigua es una sociedad antigua. Y España ocupa los últimos puestos en las clasificaciones de organización empresarial.

Y aquí volvemos a unos de los falsos debates de antaño: el del déficit público. ¿Quién asumirá la responsabilidad de haber implantado en España la cultura del déficit cero en un contexto de bajos tipos de interés, y no haber aprovechado el momento para haber invertido en capital físico, humano y tecnológico?

Un último dato. Según los datos que acaba de hacer públicos la UNCTAD sobre Inversión Extranjera Directa (lo que el profesor Ontiveros ha denominado "el colesterol bueno de los flujos internacionales de capital") Europa es la parte del mundo que menos se está beneficiando de la misma. Y dentro de Europa, España es el país que acumula un mayor descenso. Un dato inquietante, que abunda en los problemas de competitividad.

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