Por sus hijos la conoceréis
Isabel la Católica, Fray Luis y otros muchos personajes ilustres dejaron huella en esta villa del norte abulense
Si de los hijos ilustres pudiera vivirse, como algunos padres viven de sus niños actores o futbolistas, Madrigal de las Altas Torres estaría llena de rolls-royces en lugar de tractores.
Aquí nacieron Isabel la Católica y Alonso el Tostado, los cardenales Tavera y Quiroga, sor Catalina de Cristo, docenas de obispos y médicos de reyes, maestres de campo y comendadores. Aun sin incluir en la nómina a san Juan de la Cruz, que nació en la cercana Fontiveros, y a fray Luis de León, que murió (igual que nacer, pero a otra vida mejor) en el convento de Extramuros, toda esta riqueza de fantasmas, a repartir entre los 1.800 vecinos de Madrigal, sería un pastón.
El más fantasma de todos, con diferencia, fue el Pastelero de Madrigal. Se llamaba Gabriel de Espinosa y era el vivo retrato del rey de Portugal, don Sebastián, que acababa de perderse sin dejar rastro en la batalla de Alcazarquivir (1578).
La muralla tiene 2.800 metros de perímetro, cuatro puertas y más de 80 torres
Tanto se parecía al luso que, el muy iluso, creyó poder suplantarlo y embaucó a Ana de Austria, a la sazón profesa en el convento de Agustinas, con la promesa de hacerla reina. Ésta le entregó su corazón (digámoslo así) y sus joyas; al ir a vender las cuales se descubrió el pastel. Felipe II, que no iba a dejar que un repostero le mangara Portugal, y menos por su cara bonita, mandó ahorcarlo en Madrigal en 1595. Debía de ser muy hermosa de ver en aquel entonces, la muralla de Madrigal, con sus 2.800 metros de perímetro, cuatro puertas abiertas a los cuatro puntos cardinales y más de ochenta torres formando un círculo perfecto en mitad de la llanura morañega.
Pero la hicieron, ¡ay!, de ladrillo, carne fugitiva de aquella Castilla mudéjar, mística y guerrera, y hoy apenas subsisten 23 torres y un par de lienzos roídos.
La puerta de Cantalapiedra, grande como un castillo, es el mejor y casi único testigo de aquel desmesurado cerco defensivo, y un espeluznante recordatorio de que todo, hasta las más altas torres, acabará siendo arrasado por el arado del tiempo. Como una flecha clavada en el centro de esta gigantesca diana aparece la iglesia de San Nicolás de Bari, con una torre de 65 metros que dicen que es la más alta de Ávila, una asombrosa techumbre de lacerías y mocárabes de madera armada sin usar un clavo y una pila de granito donde fue bautizada La Católica.
El vecino templo románico-mudéjar de Santa María del Castillo recuerda que hubo otra fortaleza, otra más. No es de extrañar ese afán defensivo en una villa que sufrió las razzias de almorávides y almohades, y las luchas fronterizas entre León y Castilla. Lo raro es que hoy organice concursos de madrigales, y no de tiro con ballesta.
Bajando por la calle del Tostado -larga como la memoria del sabio así apodado, nacido en Madrigal en 1400, que recitaba de corrido la Biblia y la Suma teológica-, se llega al monasterio de Nuestra Señora de Gracia, antiguo palacio de Juan II, donde, en una alcobita de cuatro metros sin ventanas, fue alumbrada en 1451 la más grande reina de España.
Como para compensar, hay salones decorados con espléndidos artesonados mudéjares y un claustro gótico monumental, a todas luces excesivo para las 13 monjas de clausura que hoy habitan el lugar y lo enseñan a los contados turistas que se dejan caer por estas soledades del norte de Ávila.
Enfrente del palacio-convento, el Real Hospital de la Purísima Concepción alberga, entre otras curiosidades, un museo dedicado al Tata Vasco, como le decían al madrigaleño obispo Vasco de Quiroga (1470-1565) los indiecitos de Michoacán.
Muy cerca, la puerta de Peñaranda señala la derrota del convento de Extramuros. Quien, siguiendo a fray Luis de León, que aquí expiró en 1591, anhele huir del mundanal ruido, no hallará mejor lugar que este cenobio abandonado entre los sembrados, con su claustro herreriano invadido por los ailantos, a las afueras de Madrigal, antaño de las Altas Torres, hoy de las viejas memorias y de las silenciosas aradas.
Tierra de santos y asados
- Cómo ir. Madrigal de las Altas Torres (Ávila) dista 155 kilómetros de Madrid yendo por la A-6 hasta Arévalo y luego por la C-605.
- Qué ver. Iglesia de San Nicolás de Bari: de 12.00 a 13.00 y de 16.00 a 17.00; entrada, 1,50 euros. Palacio de Juan II: de 10.00 a 12.30 y de 16.00 a 18.30; entrada, 2,50 euros. Además, de forma gratuita, pueden visitarse el Real Hospital de la Purísima Concepción, la iglesia de Santa María del Castillo, las murallas (puertas de Cantalapiedra y de Arévalo) y las ruinas del convento de Extramuros.
- Alrededores. Fontiveros (a 17 km): cuna de San Juan de la Cruz, con interesante iglesia parroquial. Medina del Campo (a 26 km): castillo de la Mota, colegiata de San Antolín, iglesia de Santiago y palacio Real (siglo XIV), donde murió La Católica. Arévalo (a 29 km): capital de La Moraña y foco del mudéjar abulense.
- Comer. Mesón San Nicolás (tel. 920 32 06 14): sopa castellana, carnes de Ávila a la brasa y lechazo; 20-25 euros. Casa Lucio (tel. 920 32 01 09): judías blancas, ibéricos y asados; 30 euros. Las Cubas (Arévalo; tel. 920 30 01 25): es el asador más famoso de la comarca, por lo que resulta imprescindible reservar; 25 euros. La Posada (Arévalo; tel. 920 30 00 45): cocina casera y asados, con unos precios sin parangón en la zona; 15-20 euros.
- Dormir. Casa de la Capilla (tel. 920 32 02 64): casa del siglo XI con chimenea y bodega, cerca de la puerta de Cantalapiedra; doble, 65 euros. La Bearnesa (Langa; tel. 920 31 02 37): bonito chalé con huerta y capacidad para ocho personas; fin de semana, 360 euros. Fray Juan Gil (Arévalo; tel. 920 30 08 00): hotel céntrico, moderno, con 30 habitaciones bien equipadas; doble, 40 euros.
- Más información. Ayuntamiento de Madrigal (plaza de Santa María, 1; tel. 920 32 00 01). Oficina de Turismo (plaza del Cristo, s/n; tel. 661 50 26 13). En Internet: www.ayto-madrigal.org
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