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CATÁSTROFE EN ASIA | La situación en Suecia

Suecia vive el peor trauma desde Olof Palme

El rey Carlos Gustavo critica al Gobierno por tardar dos días en informarle del desastre

Los suecos se aprestan a adaptarse a convivir con el dolor causado por la tragedia de sus compatriotas en Tailandia y demás países de la región asiática, al tiempo que crecen las críticas hacia la actuación del Gobierno. Ayer, el rey Carlos Gustavo, en una entrevista en el diario Dagens Nyheter, se sumó a ellas, revelando que las autoridades le informaron de la tragedia dos días después de ocurrida y que sus intentos de contactar a responsables del Ministerio de Exteriores, en las horas siguientes a las primeras noticias, habían sido infructuosos. En la catástrofe han muerto 52 suecos y 1.837 han desaparecido.

Se ha generalizado un sentimiento de desconfianza en los 'poderes establecidos'
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"Sucede a menudo aquí en Suecia que nadie se atreve a asumir responsabilidades", dijo el rey. Desde el asesinato de Olof Palme en 1986, los suecos no habían experimentado una sensación de trauma nacional como la que están viviendo en estos días, y que seguramente seguirá pesando en la conciencia colectiva por largo tiempo. Si en aquella oportunidad se dijo que Suecia había "perdido la inocencia", ahora puede afirmarse que ha perdido "la seguridad". Una seguridad en la que los suecos han vivido instalados desde la cuna convencidos de que nada podría alterarla de manera sustancial.

Todavía no han asumido que la globalización, para bien y para mal, es un fenómeno universal que no deja paraísos ni ínsulas a cubierto de calamidades, naturales o sociales. Podría afirmarse, generalizando, que Suecia no ha actualizado la imagen que tiene de sí misma, que cada vez más se aleja del modelo que la enorgulleció y le hizo ganar reconocimiento universal. No es extraño entonces que la tragedia que los sorprendió en un paraíso de vacaciones que habían adoptado como preferido desde hace algo más de una década los haya abrumado.

La adversidad de la tragedia golpeó al país en dos frentes: en el lugar donde se produjo, particularmente Khao Lak, Tailandia, donde se alojaba la mayoría de sus compatriotas, y en la retaguardia a miles de kilómetros, en la nunca tan añorada fortaleza de seguridad, donde la angustiosa incertidumbre sobre la suerte de sus seres queridos ha sometido a dura prueba su modo de ser.

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Un día después del desastre, cuando todavía las informaciones no habían transmitido toda su dimensión, las ciudades mostraban su ritmo habitual. Pero la tragedia aparece en cualquier conversación, aun entre desconocidos. Con el arribo del avión Hércules al aeropuerto de Arlanda, en Estocolmo, en la madrugada del pasado día 5 transportando los restos de las primeras víctimas, Suecia asumió en plenitud la realidad de lo que hasta ese momento se vivía como un mal sueño. Una treintena de familiares, de luto riguroso y ramos de flores en sus manos, aguardaban un retorno que nunca imaginaron tan triste. Junto a ellos, en una muestra de solidaridad no exenta de sentimientos de culpa -las críticas a la actuación de las autoridades en los dos frentes donde transcurre la catástrofe han sido muy duras-, estaban el primer ministro, Göran Persson; el presidente del Parlamento, Björn von Sidow; el arzobispo de Estocolmo, K. G. Hammar, y la familia real en pleno.

No hubo discursos porque tras las cuatro horas de retraso con que arribó el avión nadie quería prolongar la ceremonia y porque las palabras habían perdido razón de ser. Cada familia se hizo cargo de su muerto y se perdió en las sombras de una de las noches más tristes de la historia de Suecia. "Yo he recibido una segunda vida que intentaré utilizar", dice Stig Werkelin, de 43 años, que perdió a su mujer, Ulrika, de 41, y a sus dos hijos, Charlie y Max, de 5 y 4 años, respectivamente. "Tengo miedo de regresar a casa", agrega, " pero pienso volver alguna vez en el futuro a sentir la alegría, tal vez a tener algún otro hijo y, cuando sea lo suficientemente grande, le contaré de Ulrika, Charlie y Max.

Para algunos se ha cerrado al menos la etapa angustiosa de la incertidumbre. Otros, cumplidas dos semanas de la catástrofe, siguen aferrados a una esperanza que cada día se debilita más. El caos que empieza a amainar en el frente de la catástrofe sigue instalado en la retaguardia. Nadie puede manejar cifras con certeza. Sin duda que la dimensión de la catástrofe, tanto como su imprevisibilidad, puede justificar desajustes en los primeros momentos, pero no dos semanas después. La credibilidad en la autoridad, que en los suecos es un idea asumida desde la cuna, ha sufrido un nuevo y duro revés.

No es de extrañar que la heroína de estos días haya sido Lottie Knutson, de 40 años, jefa de información de una empresa de viajes que se define a sí misma como una "simple madre de tres pequeños niños", que se instaló en su oficina de Estocolmo apenas fue informada de lo que pasaba, captó la gravedad de los hechos y adoptó las medidas inmediatas para socorrer a sus clientes, que en esos momentos eran, más que clientes, personas en situación de extremo riesgo.

Ante la inoperancia burocrática del Gobierno y de la ministra de Asuntos Exteriores, Laila Freidval, que esa tarde, ya enterada del siniestro, había concurrido a una función de teatro, la figura de Lottie Knutson se convirtió en la única fuente creíble para los miles de angustiados familiares.

Más allá de las motivaciones políticas subyacentes en las críticas por parte de quienes seguramente habrían encargado a empresas privadas las tareas de búsqueda de supervivientes, un sentimiento generalizado de desconfianza en los poderes establecidos parece haber ahondado la distancia entre éstos y los ciudadanos.

Los cadáveres continuarán llegando poco a poco, las ceremonias oficiales en recuerdo de las víctimas y en solidaridad con los familiares continuarán. Y los problemas burocráticos de los desaparecidos, que probablemente no aparecerán pero a los que seguirán llegando facturas, el aviso conminatorio de que alguna no ha sido pagada en tiempo, el sentimiento de estar viuda o huérfano sin saber con absoluta certeza que lo está, se sumarán a la pesada carga que abruma a los familiares.

Ayer lunes los alumnos de la mayoría de las escuelas retornaron a clase y encontraron muchos bancos vacíos. En muchos lugares de trabajo habrá una ausencia, un compañero de tareas, el familiar de un compañero o simplemente el amigo de un compañero. Todos ellos ocuparán en silencio un espacio en el recuerdo.

Entretanto, las empresas de viaje publicaban este fin de semana amplios anuncios en la prensa en los que, tras solidarizarse con el dolor de las víctimas, anunciaban que el próximo mes de febrero reiniciarán sus viajes al paraíso destruido. Piensan que es ésta su mejor contribución para con sus habitantes, que han dado muestras de una solidaridad sin límites. Como sólo la tienen los que nada tienen.

El rey Carlos Gustavo, en una ceremonia por las víctimas en Estocolmo.
El rey Carlos Gustavo, en una ceremonia por las víctimas en Estocolmo.AP

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