Normalito
Sin el estruendo que provocan los desastres naturales, sin el zumbido bronco que origina el secesionismo político, lingüístico o de cualquier tipo, con la tranquilidad y modosidad de que ha hecho gala en sus actuaciones públicas, se despide de la alcaldía de la capital de La Plana José Luis Gimeno. Era, al parecer, una crónica anunciada desde hace tiempo y, sobre todo, desde que no apareciera en las fotos de adhesión inquebrantable al adalid derechista Carlos Fabra. Digan cuanto quieran y expongan cuanto les venga o les convenga en gana a los protagonistas de la despedida de Gimeno, a nadie preocupado por la cosa pública, le ha pasado desapercibido que hay dos modos y dos talantes - tan de moda ahora en el ámbito de la política hispana- diferentes: el del presidente y provincial y provincianista Diputación Carlos Fabra y el del alcalde Gimeno. En una ciudad tan cambiada y grande, y tan pequeña a un tiempo, los gestos y detalles no pasan por alto.
Fabra llegó a la Diputación a través del voto indirecto de cuanto edil de derechas pudo llenar una papeleta electoral y echarla en una urna; Gimeno fue elegido cuatro veces, por mayoría absoluta y elección directa por el vecindario de Castellón.
Gimeno y Fabra: una misma geografía política en el ámbito de la ideologías y dos formas diversas de aparecer ante el vecindario soberano. Don Carlos o el Presidente, como denomina a Fabra aquel sector de estómagos agradecidos, que una y mil veces le confiesa su adhesión inquebrantable, llegó a la Diputación con la confesable intención de las grandes obras y negocios que sacasen a la cincunscripción electoral de la provincia de su estado anodino para darle nombre y luz. Con Fabra, Castellón ya no sería la provincia que los escolares apenas podían localizar en el mapa. En ello sigue a pesar de enredos, negocios y juzgados, de los que tiene puntual conocimiento prácticamente todo el vecindario por estos lindes.
Gimeno fue y es otra cosa. Cuando candidato a la alcaldía ya afirmaba que resultar o no resultar elegido dependía en Castellón mucho de la persona. Era una clara alusión al primer alcalde de la democracia, Tirado, que aun habiendo sido elegido en las listas de la izquierda, respondió como alcalde muy bien al patrón de la derecha sociológica dominante en Castellón. Poco después de las elecciones de 1991 en que el vecindario lo eligió por una pírrica mayoría absoluta, declaraba Gimeno en una entrevista a la prensa, con franqueza y sin altanería, que él era un hombre de derechas y quería pasar a la posteridad como un alcalde normalito. Y cuando se despide, el vecindario es consciente de que fue un alcalde de trato afable y asequible, y normalito, a pesar de sus tropiezos con Serrano Súñer y el callejero o con los solares de la antigua estación. No resultó demasiado salpicado ni por sus interpretaciones de la historia ni por los ladrillos que se han de colocar en los antiguos terrenos de Renfe. Lo del uso del valenciano que le ayudó de forma muy relativa a auparse a la alcaldía es más singular. Gimeno no ha sido nunca secesionista, pero son irrisorias sus indagaciones filológicas sobre el origen de la lengua común de Lleida y Castelló. Ha sido un alcalde normalito: en 13 años de mandato Castellón se ha convertido en otra ciudad.
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