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DON DE GENTES
Columna
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Antes muerta

Elvira Lindo

ESCRIBO ESTE ARTÍCULO desde el aeropuerto, con esto quiero decir que si me encuentran ustedes pelín menos inspirada que antaño, tengan en cuenta que mi vida es sumamente internacional y que si bien eso tiene la ventaja de tener una existencia fascinante, tiene una parte mala, y es que la cabeza se resiente. A esto hay que sumarle que hace meses le dije a mi padre que le dijera a su médico que me recetara orfidales para sobrellevar este continuo jet lag en el que vivo, y el médico le dijo a mi padre que la mejor manera de sobrellevar un vuelo transoceánico era, mejor que los orfidales (a los que mi familia es adicta de siempre), beber alcohol, que es más sano y encima activa la circulación y encima evita el síndrome turista. La pega es que, como viajo tanto, mi afición al alcohol se está disparando y roza el vicio. Ahora bebo cuando estoy por los aires, pero también cuando bajo a tierra. Si me animo, igual voy y le meto una denuncia al médico de mi padre por inducirme al alcoholismo.

Y es que, amigos, cuando uno pasa un tiempo en Estados Unidos, te entran ganas de denunciar a alguien. Sientes que si no denuncias a alguien, no estás del todo integrado. Eso me dijo mi querido Dionisio Cañas, poeta entre dos continentes. Me dijo que, por ejemplo, al principio de vivir en América, las viejas te dan mucha lástima cuando las ves arrastrarse con sus andadores por las aceras y te entran ganas de auxiliarlas para que no se caigan en los socavones, pero cuando vas conociendo de qué va el rollito, te das cuenta de que como se te ocurra levantar a una de esas viejas que caen al suelo, igual la vieja te denuncia, porque la vieja, que parecía inocente, se busca un abogado y dice que fuiste tú quien la tiraste, y ya te puedes poner de rodillas ante el juez, que te las has cargado, porque, por la ley de la corrección política, una vieja siempre tiene razón, y ya no digamos si la vieja en cuestión es de alguna minoría racial, y ya no digamos si la vieja es lesbiana, y ya no digamos si la vieja sufre algún handicap físico. Su abogado te vaciará la cuenta corriente y ya no levantarás cabeza en tu puta vida.

Es bonito que los amigos te aconsejen porque hace poco fui testiga, en Nueva York, de cómo una entrañable anciana resbalaba en el hielo y pasé de largo como todo el mundo porque en Estados Unidos les coges mucho miedo a las minorías. Ser heterosexual, por ejemplo, es un atraso. Te las dan por todas partes. Yo estoy pensando en la posibilidad de hacerme lesbiana. De momento es sólo un proyecto. Si me decido, serán ustedes los primeros en saberlo. Aunque hay veces que se me quitan las ganas de contarles cosas personales, la verdad.

La víspera de Reyes, cuando todavía estaba en España, me fui a pasar la tarde a la librería Ocho y 1/2, y allí estaba, sentada en una silla, con la esperanza de que alguien me reconociera, porque allí en Nueva York no me reconoce nadie y es jodido a nivel autoestima, y va y se me acerca un joven y, después de decirme que él (concretamente) me admiraba, me dice que, sin embargo, hay gente que dice que me pongo recurrente hablando de mis problemáticas íntimas y que vivo un poco encerrada en mi torre de Babel. En ese momento pensé: qué ganas tengo de volverme a Nueva York y que no me reconozca ni Dios y pasearme tan ricamente viendo cómo las ancianas mueren en las aceras sin que nadie las recoja.

Yo a cada momento pienso una cosa distinta dado que carezco de coherencia interna. O sea, que hay lectores que prefieren un artículo sobre Ibarretxe antes que un artículo sobre mi padre. Pues la verdad, no me cabe. Yo soy como esa taxista ideal que me llevó a la librería. La taxista puso la radio y en cuanto el locutor empezó a hablar del Plan (Ibarretxe), la tía dijo: "Qué coñazo", y cambió de emisora, y puso Radio Olé. Escuchamos a Bambino cantando aquella mítica canción del Puma de Voy a perder la cabeza por tu amor, y aquella taxista jaquetona y yo nos pusimos a hacerle los coros con aquello de "yo no soy la roca que golpea la ola, soy carne y huesoooo", y pensé: si hay algo que echaré de menos cuando esté en América, más que a mi familia, más que a los amigos, será a esta taxista, que es la persona a la que he tomado más cariño estas navidades.

Pero entre los gratos recuerdos de mi España hay uno doloroso, y es que, a pesar de que me he ido a vivir a la otra punta y de que ya no hago mal a nadie, hay corrillos en el mundo de la cultura que siguen difamándome. Ya en su día tuve que soportar que dijeran que yo iba a ganar el Premio Planeta. Hasta mi padre, a día de hoy, por más que se lo explico, cree que me presenté y que Lucía me ganó, y dice que pasó tres días sin ir al bar Azul y Oro, de la vergüenza que le daba salir a la calle. Bien, pues ahora se comenta que yo soy la verdadera autora del hit Antes muerta que sencilla, y no María Isabel, la indescriptible criatura de Ayamonte. Dicen que me estoy haciendo de oro con los derechos. Sólo diré una cosa: me duele. Y me duele (concretamente) porque confieso que me hubiera gustado componerla, porque creo que es una letra como muy de mi rollo. Y porque a mí ganar dinero me gusta mucho, mucho. Y sólo de pensar que la pasta se la está llevando María Isabel, me jode, qué caramba.

María Isabel.
María Isabel.

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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