No sin mi coche

El jueves salí con unos amigos a celebrar la Navidad. Concluida la cena, ya de madrugada, y dado que había renunciado a llevarme el coche para poder tomar una copa, me aposté en la Castellana para parar un taxi que me llevara de regreso a casa.

Tras dos horas de infructuosa espera y dispuesta a empezar a recorrer a pie los 20 kilómetros que separan mi casa del lugar donde me encontraba, se me ocurrió llamar a un amigo de los de "no sin mi coche" con la esperanza de encontrarlo en un sarao cercano y, apelando a nuestra sólida y acérrima amistad, rogarle que me llevara a mi casa.

Aunque no estaba de juerga, mi voz debió sonarle tan angustiosa que, haciendo honor al dicho de que "quien tiene un amigo tiene un tesoro", mi amigo se levantó de la cama, vino a recogerme y me depositó, ya en fase de crionización, en mi casa.

No me cabe duda de que muchos madrileños se habrán encontrado en la misma situación que yo estas navidades, lo que no dejo de preguntarme es cómo se las habrán apañado para llegar a casa. Mi amarga experiencia demuestra que, si bien el alcalde ha conseguido que, de momento, muchos ciudadanos se conciencien del problema de la conducción bajo los efectos del alcohol, la erradicación definitiva de este problema pasa por el fomento, promoción o creación de vías alternativas de desplazamiento que permitan a los madrileños prescindir del coche cuando quieran tomar una copa.

¿No se ha elevado el número de controles policiales como medida disuasoria en la, tan cacareada, campaña de Navidad? Pues amplíen igualmente los itinerarios/líneas o servicios públicos en horario nocturno, de manera que la vuelta a casa no se convierta en una misión imposible.