'Dolly' en el ministerio
¿Qué le ocurre a la gente cuando la hacen ministro de defensa? Exceptuando a Narcís Serra, cuya memoria es como el vino, que gana con los años, el resto de los ministros que hemos tenido desde la transición han sufrido extrañas mutaciones epiteliales, especialmente en el músculo llamado lengua. Serra practicó el arte obligado del silencio, en un ministerio que cuanto más calla, más tranquila tiene a la tropa. Y lo hizo tan bien que parecía que había creado escuela. Sin embargo, lamentablemente, no sólo no fue así, sino que el Ministerio de Defensa, después de Serra, ha sido el más lenguaraz, el más provocador y, probablemente, el más inquietante de los ministerios todos. Como si fueran aquellas jornadas espirituales que hacíamos en nuestra infancia de florido pensil, los chicos que nos llegan a ministros de los ejércitos ven a la Virgen, besan el santo y nos dan todo el día en el cogote con la patria, la Constitución y el sagrado vínculo de la unidad de España. Como tenemos dosis más o menos semanal, me remito al último discurso, el que mi querido José Bono ha hecho, en la Pascua militar, ante la cúpula de la cosa, con todo el decorado pertinente, Rey incluido. Una, que es republicana y tiene la obligación de mirar al Rey con el ojo izquierdo (el de la ojeriza), pensaría que el jefe de las Fuerzas Armadas tiene el patrimonio de la retórica esencial, grandilocuente, vacua y épico-patriótica. Pero desde los tiempos gloriosos de Federico Trillo, que para eso mandaban huevos, los ministros de la guerra siempre se han situado más allá del Rey, convirtiendo su discurso en una auténtica proclama patriotera. Hasta resultarían cómicos, con su "¡viva Epaña!" gritado a bocajarro y sin anestesia. Pero no lo resultan porque, bien lo sabemos por experiencia histórica, con el Ejército no se juega.
Veamos las frases de Trillo, perdón, de Bono. Sí, ha sido un lapsus, pero lo puedo justificar. Les reto: cojan un discurso de Trillo de sus momentos más militar-orgásmicos, hagan calcomanía con uno actual de Bono y verán hasta qué punto se ha producido el fenómeno oveja Dolly en versión ministro de defensa. Dice José Bono que España es "una de las naciones más antiguas del planeta" y que en ella "no ha habido nunca ningún derecho de un ciudadano sobre otro". Más allá de la sandez histórica, que nos recuerda al bueno de Vidal-Quadras cuando situaba a España en la mismita Biblia, y obviando la nula capacidad crítica de una historia española sobrecargada de expulsiones, intolerancias, dominios, tradicionalismos ultramontanos y dictaduras varias, lo peor de este tipos de discursos, desde mi modesta perspectiva, es la necesidad de hacerlos. ¿Qué necesidad hay? Ciertamente, estamos en un momento interesante del debate colectivo, con el plan Ibarretxe tirando hacia el lado vasco, el Gobierno de Zapatero apuntalado en alguna sólida pata catalana y el PP quedándose afónico de tanto gritar que esto se rompe. Es decir, haciendo el papel que le gusta: de antiliberal tradicionalista devoraperiféricos. Momentos como éstos, con la Constitución convertida en lo que tiene que ser, un debate abierto; con algunos discursos sobre España hechos desde el concepto ciudadano, y no desde el plano esencial, y con el ejército tranquilo, momentos como éstos son creativos, y no peligrosos. Lo peligroso es el pensamiento único impuesto, el sentimiento patrio impuesto, la unidad política impuesta, la retórica impuesta sobre la dialéctica, la inteligencia y la negociación. Si el ministro de Defensa, en pleno debate Ibarretxe, se va a los ejércitos, Rey mediante, mete el dado en la llaga del honor patrio (cual martes de carnaval valleinclanesco), sitúa a España más allá de la dinastía Ming y, en ese contexto de sables, convierte un debate político en una especie de misión religiosa, no sólo se carga la política en favor de la mística, sino que hace naufragar a la inteligencia.
Querido Bono, tenemos que sustraer el debate sobre España de las liturgias militares, de los discursos épicos y, sobre todo, de la construcción de un sentimiento a base de mentira histórica y nula capacidad crítica. El más gritón sobre España nunca puede ser el ministro de Defensa, y cuando ello ocurre, todos tenemos un problema. Dicen que uno vale por lo que calla. Hablando tanto como hablo, debo de ser poco indicada para recordar esta máxima, pero me lo permito. Y perdónenme. El silencio de un ministro de Defensa es oro. Y si hay debates abiertos en canal sobre la nación y sus naciones, entonces ese silencio es un silencio de puro platino. No sólo el decorado militar no es el adecuado para hablar del presente y el futuro de España, sino que es el peor decorado, tan sobrecargado de simbolismo histórico, que contamina lo político y lo pervierte. ¿Se imaginan a Ibarretxe haciendo el discurso a la inversa, con toda la Ertzaintza formada en posición? Puede que Bono esté preocupado por el plan Ibarretxe. Tanto como lo está Ibarretxe con el plan Bono. Pero, en democracia, ello sólo significa una agenda política, un calendario para hablarla y una dificultad para resolverla. Es mucho; pero, como bien saben los ingleses, sólo es eso. Así que, por favor, dejen ustedes al ejército fuera de la retórica patria; conviertan la patria en lo que tiene que ser, un pacto entre ciudadanos, y hagan de ciudadanos democráticos, capaces de situar las palabras en los despachos y no en la punta de la lanza de los ejércitos. Quizás Bono cree que sólo expresa su legítimo sentimiento español. Se equivoca: en ese contexto, lo que expresa es una cultura de dominio que tiene de democrática lo que tiene el ejército de pacifista.
www.pilarrahola.com
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