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OPINIÓN DEL LECTOR
Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

Igualdad o estética

Uno siempre piensa que el espíritu de cualquier ley o norma que quiera ser democrática no debe ser discriminatorio. Al menos, eso creía yo. El pasado 26 de diciembre, a una hora tan "poco conflictiva" como las ocho de la tarde, a un amigo mío, una de las personas más tolerantes, tranquilas y discretas que conozco, se le negó la entrada a un local de nuestra ciudad, El Louisiana, por llevar botas de montaña. Ante nuestra sorpresa, los dos señores que controlaban la entrada nos mostraron un cartel que había en la puerta, con el sello del Ayuntamiento, donde aparecían, entre otras, esta norma restrictiva de acceso al local. La edad media del grupo que formábamos era de 30 años (yo tengo 38). Nuestras profesiones son diversas; desde un informático a una pedagoga, pasando por profesores y esteticistas. Les digo todo esto para que visualicen la situación: no parecemos precisamente de los que pudieran formar "bulla". Intentamos razonar con el portero, presentamos nuestra hoja de reclamación y, al final, nos marchamos dispuestos a investigar el asunto.

Cuando a la mañana siguiente me dirigí al Ayuntamiento, previa llamada a la OCU, me dieron el teléfono de la Delegación de Medio Ambiente, desde donde me remitieron al Reglamento del Derecho de Admisión de Andalucía (de enero de 2003). En el artículo 7 se regulan unas normas específicas (cuya competencia a la hora de concederlas es de cada ayuntamiento), y ahí estaba la norma referente a "la etiqueta y el calzado". Soy profesora y pretendo, cada día, inculcar la idea de que todos somos iguales, de que cada uno puede ir como le plazca si respeta al otro, de que debemos mantener las individualidades de todos. Sin embargo, veo como a los chavales se les enseña en estos locales a vestir de una forma determinada para entrar. Ya no importa que, una vez dentro, pidan las cosas a gritos o la emprendan a golpes cuando alguien los empuja. Lo importante es cumplir con una estética. Ya lo dice el saber popular: "El hábito no hace al monje". No tengo nada que decir al empresario que acepta esta norma (entre otras cosas porque habrá luchado para conseguirla); pero sí a una Administración, que se precia de demócrata, que permite a un local público exigir a los ciudadanos una vestimenta determinada para acceder a su interior. Este tipo de normas, que hasta el 2003 se consideraban discriminatorias, dejan además la puerta abierta al juicio de quien tiene el poder de aplicarlas. Esa noche tuvimos que oír de los señores de la puerta de este local expresiones como "yo sé cómo tengo que ir a los sitios" o "¿tú querrías que dejáramos entrar a gente de las tres mil?", mientras veíamos cómo dejaba pasar a un conocido suyo con las mismas botas de mi amigo. Es peligroso que una ley o norma deje resquicios a la interpretación de quien no sabe interpretarla, o de quien la interpreta con su "moral" más que dudosa. Como les decía, uno creía que había que defender la igualdad de todos ante la ley, no el igualarnos a todos respondiendo a los cánones estéticos caprichosos de unos pocos que salen en televisión dictándonos cómo tenemos que vestir, vivir, gastar, consumir. Luego, uno intenta explicar a los jóvenes el sentido de la tolerancia, de la solidaridad, de la justicia. Con estas "pequeñas cosas", implícitamente, nos enseñan a aparentar, no a ser buenas personas.

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