Un gigante varado en Bermeo
Una ballena de más de 50 toneladas muere en la costa vizcaína
Al sur del cabo Matxitxako, a unos cinco kilómetros del puerto pesquero de Bermeo (Vizcaya), las últimas mareas de 2004 depositaron al pie del acantilado el cuerpo de una ballena. Entre las rocas, en una zona de difícil acceso, quedó varado un ejemplar de 20 metros de largo y más de 50 toneladas de peso, que los expertos de la Sociedad para el Estudio de la Fauna Marina del País Vasco (Ambar) identificaron como un rorcual común (Balaenoptera physalus), el segundo animal más grande del planeta, sólo superado por su pariente la ballena azul.
Bajo la luz invernal, el cetáceo mostraba ayer su piel de color grisáceo, su característico vientre claro, y los profundos pliegues en la zona de la garganta que le dan nombre (rorhval, significa arruga en noruego). Ninguna herida ni indicios apreciables a simple vista explican las causas de la muerte de la ballena. El portavoz de Ambar, el biólogo marino Pablo Cermeño, señaló que lo más probable es que el animal estuviera enfermo y fuera arrastrado por las corrientes hasta la costa.
El rorcual común es una especie en peligro de la que quedan 50.000 ejemplares en el Atlántico norte
Las historias que hablan de suicidios de cetáceos que eligen una playa para morir no son, advierte Cermeño, más que una leyenda. "Por enfermo que esté, el animal no va a la orilla a morir", explicó Cermeño. "Queda varado y muere porque los pulmones no pueden soportar el peso del cuerpo".
Hace siete años, otro ejemplar similar quedó encallado en la playa de Oriñón, en Cantabria, a unos 50 kilómetros de Bermeo en línea recta. Entonces se descubrió que tenía en el estómago 50 kilos de plástico y basura. Los técnicos de Ambar tomaron muestras de la piel y grasa del animal hallado en Bermeo para analizarlas en busca de la causa de la muerte, que no podrá ser precisada hasta que se realice una necropsia de los órganos internos del animal.
El rorcual común se alimenta de especies como el calamar y el verdel, puede recorrer hasta 300 kilómetros al día en sus migraciones y alcanzar una velocidad de casi 40 kilómetros por hora. Cuando se sumerge, nunca muestra su aleta caudal y su soplo puede alcanzar los seis metros de altura. Es un cetáceo que habita en la mayoría de los mares del planeta, pero no se ha librado de entrar en la lista de especies en peligro. El rorcual común era pescado en aguas de Galicia hasta hace 20 años y, a pesar de la moratoria establecida en 1986, Noruega e Islandia lo siguen capturando. La Comisión Ballenera Internacional estima que en el Atlántico norte vive una población de 50.000 ejemplares.
El cuerpo del rorcual es ahora un problema que debe resolver el Ayuntamiento de Bermeo, cuna de balleneros (el escudo de la villa lleva la imagen de un cetáceo lanzando un chorro de agua al aire). Pero su larguísima tradición pesquera no resuelve por sí misma la eliminación de 50 toneladas de ballena de entre las rocas. El alcalde, Juan Carlos Goienetxea, de Eusko Alkartasuna, mantendrá hoy una reunión con los técnicos del municipio para decidir cómo actuar.
Los expertos les han sugerido tres opciones. La primera es la más natural: simplemente, abandonar el animal y esperar a que la fuerza del mar y la naturaleza acabe con él. La intervención humana podría acelerar el proceso arrastrando el cetáceo mar adentro con la ayuda de una embarcación de gran potencia y la colaboración de una marea favorable, pero técnicamente resulta complicado mover el mastodóntico animal. La tercera posibilidad es trocear el cuerpo de la ballena para facilitar su retirada de la orilla.
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