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Columna
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Año nuevo, cara nueva

Hacía algún tiempo que no la veíamos a la hora del aperitivo del mediodía. Su menuda silueta encaramada en el taburete, con una esbelta copa de champán delante, forma parte del ambiente. A todo el mundo saludaba y era correspondida por su talante cortés y amistoso, aunque rara vez alguno de los habituales permanecía a su lado, quizás por el temor reverencial a tener que pagarle el espumoso francés, alternado con el cava. Abona ella siempre su consumición. Es originaria de algún país centroeuropeo y se expresa en español y en algún otro idioma con la mayor soltura y fluidez. Una mujer independiente que trabajaba en algo que le otorga la mayor autonomía económica y social, quizá la representación de algún selecto producto de joyería, belleza o la dirección de una empresa propia. Es puntual al llegar y al irse.

Como digo, hacía unas semanas que faltaba, sin que ello despertara siquiera la curiosidad por su ausencia, pues ocurre con frecuencia, a causa de la naturaleza de sus actividades. En general, los contertulios somos cada vez menos curiosos o cotillas, quizá por el esfuerzo poco rentable que supone interesarse por las vidas ajenas. La habitualidad crea un leve vínculo y muchas de las personas con las que brindamos una o algunas veces a la semana no las volvemos a ver fuera de ese ámbito y de la mayoría apenas sabemos más que el nombre de pila. De la que tratamos es una mujer delgada, elegante, cuidadosa de su aspecto, con variado guardarropa y edad imposible de discernir. En todo caso una agradable presencia física y un excelente trato social. Estar sola y marchar lo mismo la confieren una confortable independencia, compatible con el intercambio de frases o consideraciones genéricas. Ya el primer día de su reaparición mostró deseos, no frecuentes de charla y, estando codo con codo en la barra, preguntó abiertamente: "¿No me notas nada nuevo?". La verdad es que no me había fijado y lo que vi no me pareció correcto comunicárselo, ya que se advertía un indefinible cambio y no a mejor. "¿Has estado enferma?", inquirí con solicitud.

Sonrió abiertamente para descender a la confidencia: "Me he hecho un lifting y aún no estoy del todo recuperada. Estuve ausente estas semanas porque tenía la cara monstruosa, hinchada, amoratada". No supe que contestar, a bote pronto, porque uno está poco acostumbrado a estas situaciones, pero intuí que aquella mujer necesitaba proclamar que le habían hecho una operación de cirugía estética y que, por los comentarios subsiguientes, le había salido por un pico.

"No estaba contenta con mi aspecto, así es que decidí pasar por el quirófano. Al fin y al cabo ya no me quedan muchos años para mostrar una apariencia más o menos atractiva, así es que tomé la decisión". La verdad es que yo apenas notaba diferencia con su anterior porte y deseaba decirle cosas agradables. Al comprobar mi estado dubitativo creyó que ponía en duda su declaración y, mirando a uno y a otro lado, se apartó el pelo de las orejas donde me pareció advertir una incisión. "Aquí y en la nuca, me han estirado la piel. ¿Crees que estoy mejor?".

Por supuesto que le dije que había hermoseado, sin duda, lo que agradeció con una mirada de reconocimiento, porque quien es capaz de afrontar un trance parecido precisa confirmar que ha dado el paso en la buena dirección. Cuando, hace ahora un año, me instalaron una rodilla de titanio lo que me compensó de los terribles dos meses dolorosos era andar enseñando a todo el mundo la pantorrilla y la cicatriz de más de un palmo. Entendía, pues, la actitud de nuestra gentil compañera de tragos.

Llegaron unos colegas y me trasladé de lugar. Ví como cuchicheaba con otro cliente y supuse que le estaba vertiendo parecidas confidencias, corroborado cuando repitió el gesto de apartar los cabellos, para validar la información. Han pasado varios días y, en cada ocasión, la he saludado procurando expresar mi admiración, incluso guiñándola un ojo, algo que no suelo prodigar. He intentado comprobar en qué había mejorado y solo deduje que tenía la boca más grande que antes. A mi me han gustado siempre las mujeres con boca y manos grandes, pero esta gentil señora tiene una cabeza pequeña para tamaña abertura. Como si a una niña de siete años le adjudicasen la boca de Julia Roberts, por dar ejemplo de una cualidad excelente. No sé por qué me acordé súbitamente de ella cuando eché al correo un paquete de cartas correspondiendo a unas cuantas felicitaciones tardías.

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