Pesadilla en urgencias
Los hechos relatados a continuación son la experiencia vivida los pasados 18 y 19 de diciembre en las dependencias del servicio de urgencias del hospital Clínico San Carlos de Madrid.
G. y yo llegamos al citado hospital pasadas las 19.30. Él padecía un fuerte dolor interno en la zona lumbar, estaba muy pálido, mareado y destemplado. Tras casi una hora de pie, en una zona de paso entre corrientes, le hicieron unos análisis de sangre y orina y nos pasaron a la sala de espera indefinida. Estaba abarrotada de personas cuyas caras eran el espejo del sufrimiento, la desesperación o el aburrimiento.
Junto al cartel del banco de sangre, una anciana, tan empequeñecida que casi pasaba desapercibida, se encogía sobre sus piernas, que lucían unas medias ejecutivo color carne remangadas sobre sus tobillos hinchados. Allí estaba cuando llegamos y allí seguía cuando al fin nos fuimos, sin que nadie la llamase por megafonía o por compasión. Intenté hablar con algún miembro del personal sanitario. G. sufría mucho y yo sufría por él.
Una mujer exigía enfadada que le diesen el historial de su madre para llevársela de inmediato a una clínica privada. No lo consiguió. La enferma en cuestión, una mujer de más de 80 años, padecía neumonía doble, un ataque de gota y continuas arcadas y diarreas que finalmente le comunicaron eran debidas a la medicación que le habían recetado pocos días antes en el mismo hospital al darle de alta. Llevaba alrededor de cinco horas esperando sin recibir asistencia. Paradójicamente, era el día de su santo, se llamaba Esperanza.
Hacía más de dos horas que habíamos llegado a la sala de espera indefinida. Pedí ¡al menos! un calmante para G. Le dieron Ibuprofeno por vía oral. Recordé que una amiga se toma esa misma pastilla cada vez que le duele la cabeza. No le hizo apenas efecto. Otras dos horas más tarde su dolor iba en aumento, se mareaba y le pitaban los oídos. Desesperada, asalté a una enfermera. Lo trasladaron a la sala A. Yo no podía pasar.
Me resigné pensando que lo tumbarían en una camilla. "Sólo somos cuatro médicos y hoy han llegado más de cien pacientes", nos decía una doctora con el agotamiento marcado en el rostro. Una gráfica imagen que se completaba con el cartel reivindicativo de que se les paguen los festivos pegado a la puerta sobre la que se apoyaba. Volví a la sala de espera indefinida. Tenía hambre.
La máquina de chocolatinas y frutos secos no admitía las monedas. Me dirigí al servicio. En vista de la falta de higiene general de los retretes opté por aguantarme. Me senté frente a sala de consultas número 3. Mi mirada se detuvo sobre los tres boquetes que tenía la puerta. Sin duda eran puñetazos. No me extrañó.
Entablé conversación con el hombre que tenía al lado. Sufría una crisis cardiaca. Mantenía relativamente la calma, ya que se había puesto debajo de la lengua una pastillita que traía consigo para estos casos. También había mostrado la documentación que acreditaba sus dos infartos anteriores nada más llegar, pero tuvo que esperar siete horas hasta que le hicieron un electrocardiograma.
Entonces sí le pasaron inmediatamente para dentro. Pensando que curiosamente el colectivo de médicos es uno de los que registran un mayor índice de paro en España y doliéndome del trato que recibían los pobres ancianos que llevaban toda su vida pagando la Seguridad Social pasaron otras dos horas. ¿Cómo estaría G? Me adentré por los pasillos en busca de la sala A. Lo hallé sentado en una silla con la cara blanca como el papel. Le acababan de inyectar un calmante que sí parecía empezar a hacer efecto. Una joven me informó de que no podía permanecer allí.
Cerca de las tres de la mañana, pregunté por G. en información. Poco después ¡por fin! me llamaron por megafonía. Todo lo que me dijeron es que ya estaban cerrando su caso y en una media hora le darían el alta. Abandonamos urgencias a las 3.45, sin saber qué tenía G.: "Descartaron el cólico nefrítico o una fractura (me hicieron unas placas), dicen que puede ser algo vírico". Suspiré mientras pensaba que la realidad ciertamente supera a la ficción.
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