Pintura de la incertidumbre

En los cuadros de Elsa Soibelman, nacida en Buenos Aires en 1941, los fáciles placeres del voyerismo se transforman en lo contrario. Sin que sepamos realmente cuándo ni porqué el placer que esperábamos obtener viendo imágenes de mujeres desnudas se convierte en el desasosiego de una mirada que no sabe si huir de inmediato o, por el contrario, detenerse en ellas con el fin de descubrir en qué consiste su amenaza. Esta indecisión todavía parece más insólita si se considera que se produce dentro de un ecosistema visual marcado por la sobrecogedora eficacia persuasiva de las imágenes mediáticas.

Podría decirse que las mujeres pintadas por Elsa Soibelman son fascinantes. Que también ellas son capaces de ejercer desde su distanciamiento desdeñoso, su desnudez mórbida y su rara belleza la clase de atracción fatal que desde siempre distingue a las femme fatale. Pero esta presunción pasa por alto que esas mujeres son monstruosas, aunque lo sean sin que sepamos a ciencia cierta por qué lo son. Aquí interviene de nuevo la notable capacidad de Soibelman de introducir y reintroducir una y otra vez la incertidumbre en todas y cada una de las partes que forman el complejo dispositivo visual de unos cuadros sólo en apariencia simples y esquemáticos.

A las mujeres de Soibelman les sobra o les falta algo. Tal vez les falta un órgano oculto bajo la piel y les sobran dedos. ¿O lo que falta son la armonía y el equilibrio naturales en unos cuerpos irremediablemente alterados por la intensidad desquiciada de las poses y los gestos? Si pudiéramos saberlo ¡por Dios!