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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Con el viento de popa

Si se admite que la Bolsa refleja el grado de confianza de los inversores, parece que en España es muy elevada. El Ibex 35 se ha revalorizado este año el 17,37%, menos que en 2003, cuando cerró con una subida del 28%, pero de forma lo suficientemente significativa como para leer en los índices que se prolonga el optimismo empresarial. Sin duda, el crecimiento de la rentabilidad hubiese sido mayor de no mediar un acontecimiento cuasi catastrófico -la invasión de Irak- y sus ramificaciones -la explosión circunstancial, aunque prolongada, del precio del petróleo- que sembró la inquietud durante semanas en los mercados mundiales, y el trauma colectivo del 11 de marzo. A pesar de todo ello, el Ibex ha superado los 9.000 puntos (llegó a los 9.080, para ser exactos) y, en opinión del sanedrín de expertos y opinantes, la confianza y las ganancias se mantendrán durante 2005. Los inversores también han rechazado las interpretaciones catastrofistas del cambio de Gobierno elaboradas desde lo más granado del conservadurismo económico y político, partidarios confesos de la deslocalización de capitales después del triunfo electoral del PSOE.

La bonanza bursátil no se soporta en el vacío, como llegó a suponerse en los despistados años de la burbuja tecnológica. Por el contrario, enraiza en el crecimiento de los beneficios empresariales, sostenido durante los últimos años en un marco de crecimiento económico superior a la media europea. No es extraño, pues, que la rentabilidad del mercado español de renta variable sea superior a otros con más tradición, como Wall Street o Londres. Pero es que, además, las opciones de inversión no han competido: la retribución financiera del dinero ha sido muy baja debido a los bajos tipos de interés, circunstancia que, por otra parte, ha favorecido el aumento de las ganancias de las empresas y la vivienda empieza a percibirse como demasiado cara. En estas circunstancias globales -tipos de interés reales próximos a cero, moderación salarial y rentabilidad relativa elevada- los inversores han recuperado la confianza. Cada vez hay más empresas en el mercado, el volumen de intercambios aumenta y, en consecuencia, la solidez del recurso a la especulación con acciones está hoy por encima de cualquier sospecha.

El envés del discurso discurre por la escasa representatividad (todavía) de la Bolsa española. En apenas 10 empresas se concentra el 60% de la capitalización bursátil global. Las consecuencias son una excesiva bancarización del mercado -es ostensible la ausencia de un manojo de grandes empresas españolas- y una tendencia a la inestabilidad, puesto que, con (relativamente) poco dinero en inversiones sensibles se puede alterar la trayectoria global del mercado. Por otra parte, resulta imperativo que la transparencia de las operaciones bursátiles quede por encima de toda sospecha. En los últimos años han menudeado las sospechas de información privilegiada y las operaciones de escasa ética empresarial que no han recibido la suficiente atención del regulador del mercado. El nuevo presidente de la CNMV, Manuel Conthe, tiene mucha tarea por delante, sin duda.

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