"El Estado debería echarnos una mano"
Las mujeres que cuidan a ancianos dependientes se enfrentan a una vida de sacrificios y renuncia
D. G. es una mujer de 50 años que vive en Utiel (Valencia) con su marido y dos hijos. Cuida a su suegra -de 86 años y que ha sufrido varios infartos cerebrales- con la ayuda de una enfermera. "Cobra cerca de 500 euros al mes con un horario de media jornada; eso supone que la enfermera se lleva toda la pensión de viudedad de mi suegra. Y desde el mediodía hasta la mañana siguiente yo me encargo de ella, con la ayuda de mi marido", explica.
D. G. sufre problemas de espalda y no puede realizar grandes esfuerzos. Se dirigió a su ayuntamiento para que un asistente la ayudara por las mañanas a levantar a su suegra de la cama. "Me dijeron que es deber de los hijos cuidar de los padres. Yo no les pedía dinero". En eso coincide con los datos aportados por el Libro Blanco de la dependencia, un documento que prepara el Gobierno como paso previo a la elaboración de una ley de dependencia. En ese documento, los parientes afirman que prefieren recibir el apoyo de los poderes públicos en forma de servicios (así lo plantea el 64%) más que de ayuda económica (32%).
D.G. trabaja, además, en una correduría de seguros. "Un enfermo así es impredecible y eso te limita en muchos aspectos: he tenido que renunciar a algunas cosas en mi trabajo. El Estado debería echarnos una mano". Esta mujer asegura que es necesario ser fuerte para no desmoronarse: "Hay que organizar las visitas al médico, la farmacia, los análisis constantes... A veces todo se te viene encima, pero si estás mal no puedes dejar que afecte a tu familia. Intento que ellos hagan una vida lo más normal posible. Además, es vital estar muy compenetrada con tu pareja, si no, todo se puede resentir".
Ana Buch, de 44 años, lo sabe bien: dejó su ciudad, su trabajo y sus amistades por atender a su madre, de 81 años, cuando ésta sufrió el pasado abril un infarto cerebral. "En un momento te cambia la vida", afirma. A su madre se le quedó paralizada la mitad derecha del cuerpo y además sufrió una caída y se partió la cadera. "La baño, le hago la comida, la ayudo a vestirse, a andar... Me di cuenta de que iba a necesitar atención constante, no sabía durante cuántos días, pero opté por dedicarme a ella".
Ana dejó su trabajo en hostelería justo cuando le habían renovado el contrato. Vivía con su madre en Valencia, pero a ésta le dio el infarto en Madrid y allí se han quedado, en casa de un hermano, casado y con hijos. "Estoy perdiendo el tren laboral. Quiero volver a Valencia con mi madre, pero entonces tendré que buscar un trabajo que exija menos horas, mal pagado. Y no podemos volver al mismo piso; era un segundo sin ascensor. Necesitamos ayuda para alquilar algo mejor".
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