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Columna
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Postal de Navidad

Veo una foto de Juan Pablo II transido de emoción frente a tres miembros de una delegación de Puerto Rico disfrazados de Reyes Magos. Fue el miércoles pasado. No podemos saber si el Pontífice creyó o quiso creer que los puertorriqueños disfrazados, en lugar de vulgares impostores, eran los verdaderos Magos. No podemos saber si se tragó el embuste como un niño de antaño o si caló el engaño y se hizo el tonto para no dar la nota.

Todo es cuestión de fe. Se tiene fe en Melchor, Gaspar y Baltasar como se tiene fe en el plan Ibarretxe o en la capacidad de decisión y de discernimiento de Juan Pablo II a estas alturas de su enfermedad y su pontificado. Es una cosa ciega. Los Reyes -da lo mismo que lleven coronas o turbantes o sombreros de fieltro- siempre van disfrazados y siempre son de pega, aunque nos juren por sus muertos que tienen derecho al trono de Benujistán. El bilbaíno Fernando de la Quadra se murió (asesinado) sosteniendo que podía haber sido rey de Albania, con su corona falsa bordada en la camisa y hacinado en un barco-prisión.

Los reyes se disfrazan, es verdad. Los reyes son los padres, no es mentira. Los reyes, se vistan como se vistan, están siempre desnudos aunque nadie se atreva a denunciarlo, hay que admitirlo. Pero los reyes tienen un misterio que no pueden, ni aproximadamente, alcanzar el ridículo Santa Claus de los anglosajones ni el jatorra Olentzero de los nacionalistas vascos. Santa Claus, como decía Pla, es una muestra, junto al abeto navideño, de la cursilería nórdica.

El actual Santa Claus o Papa Noel es un muñeco de la Coca-Cola, un anuncio de los años treinta. Ahora los chinos han conseguido darle otra vuelta de tuerca al engendro: han inventado esos espeluznantes Papanoeles electrónicos que se contonean mientras cantan horrísonas cancioncillas navideñas. Los muñecos son feos de ganas, pero sería difícil discernir si son más cursis que cutres o más cutres que cursis. Porque, como decía Pla, la Navidad, con el aporte nórdico, se ha convertido en el reino de la cursilería. Quizás porque lo cursi abriga mucho (Ramón dixit) o quizás simplemente porque lo cursi vende. Los directores de cine cursis (no necesariamente infectos) y los novelistas cursis (no necesariamente inanes) son siempre los que arrasan en taquilla y encabezan las listas de libros más vendidos. Son como Santa Claus, con su pijama de Coca-Cola y su barba risible, sí, pero que gusta. El caso es que tenemos símbolos para elegir: pesebres, olentzeros, papanoeles, Reyes, árboles de fibra óptica,... Mejor tenerlo todo, que es la mejor manera de no tener nada.

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