Ucrania, naranja
Con ocho puntos de ventaja sobre su rival y la bendición de los observadores internacionales destacados en el país, el candidato prooccidental Víktor Yúshenko ha ganado las elecciones presidenciales de Ucrania. Unos comicios civilizados y pacíficos, repetición de la fraudulenta segunda vuelta celebrada el 21 de noviembre. Víktor Yanukóvich amenaza con no reconocer su derrota, pero la pataleta del primer ministro prorruso no tendrá otras consecuencias previsibles que la de retrasar la proclamación oficial de unos resultados que ponen fin a un notable experimento democrático. Durante semanas, y ante los ojos atónitos de medio mundo, centenares de miles de personas han mantenido en Kiev una singular vigilia para conservar encendida la llama de la libertad y asegurarse de que el destino político de Ucrania se correspondía con la voluntad mayoritaria de sus ciudadanos.
Lo ocurrido en Ucrania es relevante no sólo para la antigua república soviética, sino para el conjunto de una región que, aunque formalmente soberana, sigue enfeudada en buena medida a los designios del Kremlin. El envenenado Yúshenko ha dicho tras conocer su victoria que Ucrania es ya libre, además de independiente. El presidente electo, que pretende en la medida de lo posible desprenderse de la tutela de Moscú e inclinar su país hacia los códigos occidentales, ha hecho campaña sobre dos ejes: la lucha contra la enquistada corrupción, generalizada durante la década del saliente Leonid Kuchma, y la necesidad de reformar la maltrecha economía. Ni lo uno ni lo otro será fácil, pese al decidido impulso de la revolución naranja.
El resultado electoral es un formidable revés para los planes neoimperiales de Vladímir Putin. Pero Yúshenko tendrá que entenderse estrechamente con el líder ruso. No sólo porque Ucrania es un país escindido, cuya mitad oriental mira a Moscú y quiere mayoritariamente seguir reflejándose allí, sino porque, económicamente a caballo entre Rusia y la Unión Europea, nadie puede permitirse elegir uno de los dos mundos a expensas del otro. Si la UE representa el mercado natural de una buena parte de las exportaciones ucranias, Moscú es su indiscutible proveedor de energía, la materia estratégica por antonomasia. Ucrania importa de Rusia la mayor parte del gas que consume y el 90% del petróleo. Su dependencia energética otorga a Putin una palanca crucial sobre el país vecino.
Por eso Yúshenko, con poderes reducidos respecto a su antecesor y manejando un dividido Parlamento, deberá caminar con pies de plomo en su programa reformista. Y por eso necesitará ahora, más que nunca, el decidido apoyo de Europa y EE UU -que en las semanas previas alzaron contundentemente su voz en defensa de unas elecciones limpias- para consolidar la democracia y hacer efectivo el imperio de la ley en Ucrania.
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