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Columna
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Portentoso esplendor

Quienes piensen que el Guggenheim bilbaíno se creó únicamente como museo paradigmático del arte contemporáneo deberán acomodar sus ideas -si no lo han hecho ya en alguna precedente ocasión-, con mayor o menor resignación, a otra realidad. Lo decimos en razón a que en este momento en el ámbito guggenheimiano se exhiben dibujos renacentistas procedentes de la Colección Albertina de Viena, bajo el título Miguel Ángel y su tiempo.

Se trata de alrededor de 90 piezas pequeñas, dibujos en su mayor parte y algunos grabados, realizadas por 27 artistas del Renacimiento. Entre ellos destacan tres singulares nombres del arte de su tiempo y de todos los tiempos: Leonardo da Vinci (1452-1519), Miguel Ángel Buonarroti (1475-1564) y Rafael Sanzio (1483-1520).

Antes de empezar a analizar el efecto que nos producen las obras expuestas, en especial la de los tres artistas mencionados, tal vez no estaría de más recordar una significativa circunstancia acaecida en 1504. En esa época, en la que Leonardo y Miguel Ángel rivalizaban en Florencia, un joven pintor llegó a la pequeña ciudad de Urbino. Ese pintor se llamaba Rafael.

Y, sin más preámbulos, nos plantamos frente al emocionante busto de apóstol de Leonardo, considerado como un posible dibujo preliminar de la figura de San Pedro de su obra al fresco La última cena. Contundente, expresivo y hasta lumínico. Miguel Ángel despliega una colosal fuerza en sus dibujos, al punto de ser considerado como el más virtuoso e inigualable hacedor de desnudos desde los maestros griegos. Durante su vida, y bastantes años después, muchos artistas tomaron sus enseñanzas como guía fundamental en lo tocante a la anatomía del cuerpo humano. Analizando sus dibujos nada nos cuesta imaginar que en sus trabajos escultóricos desbastaba la piedra sólo hasta lograr el contorno para dejar descansar la imagen, como se ha asegurado, en estado de crisálida. Un portentoso artista en toda la extensión del término.

Aunque Rafael no tuviera otra opción que tomar de Miguel Ángel todo cuanto fuera referencia al desnudo, gracias a su propio talento, destreza y perseverancia consiguió un estilo propio. En los dibujos mostrados -dicho de paso, es él quien contribuye con el mayor número de obras-, se pone en evidencia la hermosísima belleza armónica de sus composiciones, la sutil gracia en cada trazo, el dulce equilibrio a través de la perfección dibujística, y, como colofón, la excepcional belleza de sus figuras.

Andrea del Sarto, Parmigianino, Fra Bartolomeo, Veneto, Bonsignori, Correggio, Vasari y otros completan la esplendente muestra.

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