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Columna
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Las bolsas también se fusionan

Joaquín Estefanía

Las bolsas de valores, esas lonjas en las que se compran y venden acciones, no son entidades públicas sino privadas, independientes, propiedad de los intermediarios que operan en ellas. Muchas de las más importantes en el mundo -todavía no las españolas- cotizan como cualquier tipo de empresas: el continente participa en el contenido.

El sector financiero, al cual pertenecen esos mercados bursátiles, es el más avanzado en el terreno de la globalización: el dinero se mueve por el planeta con libertad absoluta, mediante apuntes contables y sin traslado físico, 24 horas al día, 365 días del año. Con estas características, ¿cómo no iban a estar afectadas las bolsas por el proceso de fusiones y adquisiciones, para adquirir mayor tamaño, lo que en muchas ocasiones -no en todas- es sinónimo de mayor eficacia?

En Europa, la historia de los intentos de fusiones y alianzas bursátiles es, hasta hoy y en muchos casos, la historia de un fracaso. A finales de los años noventa hubo varias intentonas. El operador de bolsa sueco OMX lanzó sin éxito una oferta de compra por la Bolsa de Londres, la célebre City. También por esas fechas se malogró un proyecto de fusión entre los mercados de Francfort y Londres (el denominado proyecto iX), que no cuajó. Ahora se ha iniciado un nuevo juego de concentración, con tres patas, que tiene como protagonistas a los grandes mercados europeos. El objeto de deseo es, en este caso, la London Stock Exchange (LSE), el órgano que gestiona la City, que es cortejado a dos bandas por Deutsche Börse (DB), la firma gestora de la Bolsa de Francfort, y por Euronext, mercado formado por la fusión de las bolsas de París, Amsterdam y Bruselas, al que se añadió posteriormente la Bolsa de Lisboa.

Primero ha sido la gestora alemana DB la que hizo una oferta de compras de la LSE por valor de casi 2.000 millones de euros. La City la rechazó, quizá por considerarse comprada a un precio demasiado bajo, pero aceptó iniciar negociaciones. Pocos días después reaccionó Euronext, que anunció su intención de competir (aunque por ahora no ha concretado a qué precio), y que cuenta con el buen precedente de haberse quedado, hace ya un tiempo, con el mercado de futuros londinense, Liffe. Quien consiga rematar la operación, sea a dos o tres bandas, dará un paso de gigante para devenir en el primer mercado de valores paneuropeo. La City es hoy el primer mercado, con una capitalización cercana a dos billones de euros, por delante de Euronext, que capitaliza por valor de 1,7 billones, y de DB, que gestiona alrededor de 900.000 millones de euros.

Los analistas identifican tres tipos de problemas para que la fusión pueda ser una realidad: en primer lugar, una hipotética lesión de la competencia, que habrá de ser estudiada por la Comisión Europea; segundo, el hecho de que si se produce una puja, el precio podría ser demasiado alto y disuadir a los aspirantes de la operación. Por último, pero no menos importante, la herida al nacionalismo inglés, que considera a la City una de las esencias de su sistema. Parece que, sea quien sea el comprador, la sede principal de la nueva empresa seguiría en Londres. Y una paradoja: Londres podría integrarse antes en el sistema financiero europeo a través de las bolsas de valores, que mediante su participación en la zona euro como miembro de pleno derecho.

¿Qué papel les queda en este juego de consolidación bursátil a los mercados españoles? Éstos se encuentran agrupados en un holding con seis empresas, Bolsas y Mercados Españoles (BME), presidido por Antonio Zoido, que tiene una rémora: todavía no cotiza en los mercados, aunque espera hacerlo en los próximos meses. Más cercano operativamente al mercado alemán que a Euronext, seguramente BME hará de la necesidad virtud: al disponer de un tiempo irremediable (el de elaborar la operación de cotizar), podrá apostar por quien resulte ganador de esta pelea. En la que, por cierto, no se puede obviar la posibilidad de que aparezcan nuevos operadores como los suecos, que lo intentaron anteriormente.

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