Un bar del Madrid de los Austrias
He presentado un escrito en la Junta del Distrito de Centro, en plena Plaza Mayor, por el que renuncio a "manipular alimentos" en mi local por no poder subsanar las insuficiencias sanitarias del mismo. Hasta este punto, la parte externa del trámite.
Se me indica que todo producto alimenticio que venda debe ir correctamente envasado con fecha de caducidad, identificación de fabricante y lista de ingredientes. El bar es, como la mayoría de los del Madrid de los Austrias, un laberinto de estancias estrechas e irregulares de muy difícil reforma para incluir un tercer baño de personal o ampliación del almacén como se me exige. Es una de esas construcciones de 1800 hecha "a malicia" como dicen los libros de historia (laberínticas para evitar la obligatoriedad impuesta entonces de alojar en ellas a un miembro de la corte ya sita en Madrid alegando su estrechez), en donde hasta hoy habíamos podido ofrecer las clásicas tostas que no son más que pan con queso o jamón para la cañita o un bizcocho casero con su café.
Algún redactor de nuevas normativas parece haber traspapelado la ley promulgada por Alfonso X según la cual se obligaba a los mesoneros a ofrecer un bocado de lo que hubiera en la despensa a todo aquel que consumiera alcohol con el fin de evitar borracheras y alteraciones del orden.
El ciudadano de a pie acabó por llamarlas tapas porque los mesoneros las colocaban encima del vaso con la doble función de evitar que entrasen las moscas.
Pero, claro, tenemos que ser como en Bruselas sin llegarles a los talones, imitando sólo los aspectos que alcanzamos a imitar: los recortes.
Tenemos que tener, por otra parte, carácter propio pero la estructuración de los trámites para llevar a buen fin cualquier idea original o al menos propia y, por tanto, producto de un trabajo más o menos intelectual, con un gran motor de imaginación, perseverancia y valentía, tiene que pasar por una caterva de organismos oficiales con sus correspondientes controles de metales a la entrada, sus colas y sus horarios matutinos capaz de enviar al diván al más sereno.
La parte de estar a la altura en educación, en inversión cultural, en oportunidades para los emprendedores, en apoyo a profesiones liberales y un largo etcétera no se mencionan por ningún lado.
Y, sin embargo, actores que invierten todo lo que ganan en seguir formándose tienen el lado laboral de la barra del bar como única fuente de ingresos fiable: profesores de mente ágil buscan olvidarse de su baja estima y su fin de mes del otro lado de esa misma barra; empleados de banca precozmente retirados; músicos que tocan gratis; artistas que cuelgan sus cuadros o fotos a expensas de quedar rociados de whisky con ilusión de que se les conozca, de vender y que preguntan temerosos qué se lleva el bar de comisión; extranjeros ávidos de conocer algo diferente, de sentirse en casa lejos, de poder contar que aquí no se comen sándwiches envasados.
Renunciamos a la cocina como bar pero se nos permite vender E-307 a placer, es decir, tenemos vía libre para los aperitivos y sándwiches envasados, como los del metro.
La reflexión la puede continuar cada uno solo antes de que se nos atrofie la capacidad de pensar.
A mí, ya en tono personal, me ahorran idear compra, seleccionar combinaciones apetecibles, tener una persona más en nómina de apoyo para cortar el queso y desenvasar el jamón, acercarme a las mesas y recomendar una tarta recién hecha cuya receta me haya podido bajar de Internet...
Me están ahorrando utilizar la imaginación, la lógica, la comunicación.
Seguramente en el bar cuelgue un cartel que explique que el cuchillo del pan ha mutado en máquina de vending y donde dice tosta debe leerse snack. Alguno habrá que lo encuentre deliciosamente Copenhague.
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