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Reportaje:VÍCTIMAS DEL 11-M | PROTAGONISTAS DEL AÑO

La peor herida del terrorismo

Lola Huete Machado

El destino los juntó en una fotografía un día fatídico, el 11 de marzo. Y ellos, Lourdes Beltrán y Sergio Palacios, se reúnen otra vez, nueve meses después, para comentar lo que entonces vieron, sintieron, sufrieron. "No quiero volver allí", murmura Lourdes, de 35 años, viuda reciente, madre de una niña de dos años, mientras señala hacia la estación madrileña de Atocha, el lugar donde ese 11-M, entre las 7.39 y 7.41, estallaron siete de las 10 bombas terroristas que sembraron las vías del Corredor del Henares de 191 muertos y casi 2.000 heridos. "Quise ir una vez en metro, pero ni bajarme pude de la angustia que me entró". Esta ecuatoriana, de Guayaquil, que lleva nueve años en España, se dirigía esa mañana a Canillas, donde trabajaba como empleada de hogar. "Vamos ahora mismo, alguna vez tienes que hacerlo y superarlo, y cuanto antes mejor", la anima Pablo Torres, manchego de 50 años, casado y con dos hijos, que vive en Villaverde Bajo. Torres se convirtió también ese día en fotógrafo casual de la mayor tragedia vivida en España desde la Guerra Civil. Él tomó las imágenes del tren que estalló en la calle Téllez, a pocos metros del corazón de la estación ferroviaria, el lugar con más trasiego de población de la capital en horas punta (donde pueden coincidir hasta 200.000 personas). "Claro, a ustedes no les importa ir porque no perdieron nada", se duele y se niega Lourdes.

El destino los juntó en una fotografía un día fatídico, el 11 de marzo. Y ellos, Lourdes Beltrán y Sergio Palacios, se reúnen otra vez, nueve meses después

Víctima por duplicado

Lo dice porque ella es víctima por duplicado. El 11-M resultó herida, salió despedida por la onda expansiva y quedó tumbada en la vía, junto a Sergio Palacios, zaragozano de Calatorao, de 47 años, casado y con dos hijas, empleado de banca. Ambos conversan ahora con la mirada clavada en la fotografía de la que son protagonistas. La imagen, que fue portada de EL PAÍS el 12 de marzo y que ha sido seleccionada para la muestra World Press Photo 2004, en Los Ángeles, resume de un solo vistazo la dimensión de los atentados islamistas del 11 de marzo en Madrid. En ella se concentra toda la brutalidad a la que puede llegar el ser humano, pero también toda la solidaridad de que es capaz. En la foto, junto a cada persona herida, hay al menos otra ayudándola. Lo señala su autor, Pablo Torres: es un puzzle de muchas pequeñas escenas que mezclan drama y compañerismo, lo más atroz y lo más generoso. En vez de salir huyendo por el pánico, la gente se quedó ayudando, ignorando, entre otras cosas, que podía haber más bombas.

Lourdes Beltrán permaneció hospitalizada 16 días, sufrió daño en pulmones y piernas, ha perdido audición en ambos oídos, aún hoy le siguen apareciendo pedazos de metralla entre la piel... Nada, en realidad, comparado con el dolor por la pérdida de su marido, Neil Fernando Torres, albañil; el primer ecuatoriano identificado entre los 192 fallecidos (51 de ellos, extranjeros), según el recuento oficial del Gobierno, que incluye al geo muerto en el asalto al piso de Leganés. Ella se enteró de que había perdido a su compañero dos días después, cuando le preguntaron si deseaba repatriarlo. Para el joven matrimonio, el uso del tren ni siquiera era aún rutina. Siempre habían vivido en el centro y acababan de estrenar piso en Villa de Vallecas. Por eso se encontraban allí ese día, en ese tren, a esa hora injusta. "Él permanecía de pie junto a la puerta del vagón; yo, sentada, adormilada". No se enteró del impacto. Sus recuerdos comienzan en la vía, donde lloraba, vomitaba y sangraba. "Me dice el psicólogo que así es mejor; así recuerdo a mi marido tal como era; me contaron que estaba hecho pedazos; claro, imagínate, ¡si no quedó ni la puerta del vagón...!". Y ahora Lourdes pide que le enseñen fotos de la tragedia, por si hubiera algún rastro que le permita reconocerle...

"Yo lo pienso y no le encuentro sentido. No sé por qué sobreviví, si todo eran muertos a mi alrededor, por debajo y por encima. Fue cosa de mi Pilarica, que me echó un manto", asegura Sergio, siempre de mirada alegre, tocando la cadena de la que cuelga la medalla de la patrona de la Hispanidad. Asegura que siempre fue muy religioso, pero desde el 11-M, aún más. "Aquel día me harté de llorar y rezar. Ahora a veces me gustaría llorar, para desahogarme, porque se me pone un nudo en el estómago, y no puedo, no me sale". Torres saca otra conclusión: "Todo es cosa del azar. Antes yo era agnóstico. Ahora, ateo".

Lourdes y Sergio son dos de los 1.062 heridos (según el Ministerio de Justicia) o 1.500 (según las asociaciones) de los atentados, aunque la Oficina municipal de Atención Integral a las Víctimas cerró sus puertas en septiembre, tras atender a 2.473 personas. El pasado 15 de diciembre, el mismo día que Pilar Manjón, la portavoz de los afectados, habló en la comisión parlamentaria del 11-M para pedir a los políticos que dejaran de usar el drama en beneficio partidista se supo que, según el Ministerio del Interior, se habían resuelto ya 190 expedientes por defunción, por un importe de 43 millones de euros, pero sólo se había indemnizado a cerca de medio millar de heridos. La tardanza se debe, según Interior, al tiempo que se necesita para determinar las secuelas "indemnizables" y a la acreditación de "haber estado allí", algo evidente en el caso de los más graves, pero no tanto en el de los leves que acudieron al médico tiempo después. Ahora, Gregorio Peces-Barba, nombrado Alto Comisionado para atender y apoyar a las víctimas, velará por acelerar el abundante trabajo pendiente.

Sergio, como la mayoría de los heridos, siente que las administraciones no le han tratado bien. "He protestado tanto... Una vez le dije a alguien en una de las oficinas: 'Pero oiga, que yo soy un afectado, no uno de los que puso las bombas, porque cualquiera diría con tanto trajín...". Y sigue: "He pasado la ITV ya con tres médicos... Una vez, una trabajadora social del Ministerio del Interior hasta expresó sus dudas de que yo estuviera en el tren, no le valían los papeles del hospital, así que le llevé esta foto y le dije: 'mire a ver si estaba yo allí o no'. Así es que tu foto está adjunta en mi expediente", le explica Sergio a Pablo.

Secuelas

Sergio estuvo un día internado en el Doce de Octubre, pero luego le tuvieron que ingresar de nuevo en la clínica privada del seguro de su banco, el BBVA -"la empresa se ha portado muy bien conmigo"-. Todavía hoy sufre dolores de espalda, ha perdido fuerza en una muñeca, ha perdido oído, aún tiene cristales incrustados en una pierna, y, sobre todo, ha perdido algo por allá dentro que antes le hacía no arredrarse ante nada. Ahora acude a la consulta de una psicóloga y de un psiquiatra; toma relajantes musculares, media pastilla de antidepresivo y media para dormir, y lleva siempre encima orfidales, por si le da un ataque de ansiedad. "Mire, antes había dos cosas que me gustaban más que nada en el mundo: ir de vinos con los amigos y jugar al pádel, ahora no puedo hacer ni lo uno ni lo otro".

Pablo Torres, que en mayo publicó un libro con testimonios de los afectados (11-M. Homenaje a las víctimas) cuyos derechos de autor se cedían a las víctimas, recuerda todo claramente y, a la vez, "como entre sueños": "Lo vi todo desde otro tren, en paralelo. Al principio pensé que se trataba de una catenaria que había golpeado contra el techo, que habría tres o cuatro muertos... Cuando me acerqué y vi aquello, era el horror...". Y eso que él trabajó durante ocho años en el diario Pueblo, en la sección de Sucesos... "Pero nunca vi nada parecido, ni de lejos".

Pablo se bajó dispuesto a ayudar, pero él, que es periodista de profesión -trabaja en la revista del Ministerio de Trabajo Carta de España, dedicada a los emigrantes-, llevaba encima una cámara digital que le había regalado su familia meses antes y entendió rápido que otra manera de ayudar era enfocar y disparar, contribuir a la memoria de este país. Eso no tenía que olvidarlo nadie. Nunca. Tomó 62 fotos. Una de ellas llama poderosamente la atención: entre los heridos y los muertos, un joven impávido, de pie, mirando al infinito: "Sí, lo recuerdo", relata Pablo, "un joven tan asustado que se dio media vuelta y se puso a fumar, como negando la realidad".

300.000 euros por fallecido

A Lourdes ya le han indemnizado "lo de su marido". Con ese dinero, ella y su hija se mudarán a un lugar más céntrico, sin tren. "Están dando unos 300.000 euros por fallecido", asegura. Le falta por recibir "lo suyo", como herida. Igual que a Sergio, que se reincorporó hace apenas dos meses al trabajo: "Me han trasladado de oficina, más cerca de casa, puedo ir andando; dije en el banco que yo no volvía a coger el tren y el metro a diario; antes invertía 50 minutos de viaje para ir y otros tantos para volver; ahora estoy a diez minutos, en eso sí que he salido ganando". Para Lourdes, su vida tras el 11-M se centra en su hija, en sus hermanas, en su familia: "Llegué hasta pedir ayuda a la Casa Real para que agilizaran los papeles de mi padre, que estaba en Ecuador solo y creía que yo había muerto". A Sergio le han cambiado muchas cosas desde ese trágico día, pero no su opinión sobre los inmigrantes: "A una de mis hijas sí le ha afectado en este sentido; yo le insisto en que no todos los magrebíes son así, que sólo es un sector de radicales, pero ella se lo ha tomado muy mal. Estudiaba Integración Social, y lo ha dejado porque dice que ahora no puede trabajar por la integración de algunas personas".

Nueve meses después de aquel 11 de marzo la charla de dos de los que allí estaban se alarga en detalles, de los dolores físicos a las cuestiones más prácticas y domésticas. Lourdes: "Tuve mucho tiempo la cara hinchada, llena de metralla, no podía hablar; se me pegaron al cuerpo trozos de todo, me quemaban, la espalda me ardía, no podía doblarme ni ponerme los calcetines". Sergio: "Desde la explosión hasta que me despertaron, no recuerdo nada. No tengo ni idea de cuánto tiempo pasó. Ni cuánto estuve en el polideportivo habilitado para atender a los heridos. Sí recuerdo la conversación del chico que me ayudó a salir del tren, que insistía en saber si podía mover las piernas, para ver si tenía la columna dañada; luego supe que era rumano, Marian se llama; luego le he conocido". Él dice que no pudo recuperar nunca su querida corbata rosa; ella, que le volaron el reloj y los pendientes, y... "Mira en la foto, yo me apoyaba en mi mochila, esa que se ve ahí, con la bandera norteamericana", ironiza Lourdes. Una última pregunta a Pablo. Si esa foto, tomada sólo minutos después del atentado, tuviera sonido, ¿qué se oiría? "Silencio. Un silencio doloroso y sobrecogedor".

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Sobre la firma

Lola Huete Machado
Jefa de Sección de Planeta Futuro/EL PAÍS, la sección sobre desarrollo humano, pobreza y desigualdad creada en 2014. Reportera del diario desde 1993, desarrolló su carrera en Tentaciones y El País Semanal, con foco siempre en temas sociales. En 2011 funda su blog África no es un país. Fue profesora de reportajes del Máster de Periodismo UAM/El País

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